Iraia OIARZABAL
DONOSTIA
Elkarrizketa
SAMARA VELTE
PERIODISTA

«Ese ‘yo sí te creo’ supera la barrera del cuestionamiento y crea un frente»

La periodista Samara Velte ha presentado esta semana el libro “Yo sí te creo” sobre la agresión sexual a una joven en sanfermines de 2016 y cuya versión en euskara (‘‘Nik sinisten dizut’’) publicó el pasado mes de abril. Abordamos con ella sus principales claves.

Los tres años que ha durado el proceso judicial y el eco mediático tras la agresión grupal a una joven en sanfermines de 2016 han desnudado las malas prácticas e inercias existentes a la hora de abordar un problema social como es la violencia machista. Samara Velte lo analiza en el libro “Yo sí te creo”, un lema que ha traspasado barreras.

Tras la reciente sentencia del Tribunal Supremo sobre la violación por parte de cinco hombres a una joven en sanfermines de 2016 condenándolos por agresión y no por abuso como inicialmente hizo la Audiencia de Nafarroa, y visto el transcurso de todo el proceso judicial, con un fuerte impacto mediático, ¿qué primer análisis hace?

Cuando llegó el pronunciamiento del Tribunal Supremo enseguida leí en las redes mensajes de victoria y mucho júbilo. Mi primera sensación fue más bien un poco agria. Sí, por un lado se acababa aquel proceso durante el cual se habían puesto de manifiesto tantas malas prácticas en lo referido al proceso judicial y a la cobertura mediática. Está bien que al final a las cosas se les llame por su nombre y que se diga que aquello fue agresión. Decir cualquier otra cosa hubiera sido un escándalo.

También desde el punto de vista procedimental era lo más coherente que podían hacer. Esto me lo habían dicho varias fuentes que yo había consultado a la hora de escribir el libro, porque la sentencia original era contradictoria. Ibas leyendo la parte de los hechos probados y era la descripción perfecta de una situación de intimidación y por tanto de violencia. Luego llegabas a la parte final, que es el fallo, y de repente concluía que no había intimidación ni violencia y por lo tanto era abuso. Era una contradicción clara y las fuentes consultadas coincidían en que eso seguramente requeriría corrección por parte del Supremo. En ese sentido hicieron casi lo mínimo exigible.

Es importante que a nivel de jurisprudencia haya un precedente de este estilo. A partir de ahí a mi me costó mucho interpretarlo como si se hubiera hecho justicia, porque realmente si este proceso nos ha enseñado algo es que la injusticia puede tener muchísimas caras, más allá del fallo final, que también entra en juego todo el proceso durante el cual se ha mantenido el foco todo el tiempo sobre la víctima, no se han respetado sus derechos y hemos tenido que aguantar todo un argumentario machista que se ha desplegado en todos los ámbitos de la vida social.

Hay dos términos sobre los que se habla constantemente, que son el consentimiento y la intimidación. Todas las valoraciones giran en torno a la lectura que se hace de estos términos. ¿Es necesaria una reinterpretación de los mismos?

Claro. Para decidir si fue una agresión o no, la base del procedimiento judicial siempre es intentar saber si la víctima dio su consentimiento o no lo dio. Y se pone muchísimo énfasis en investigar eso. Y eso tiene un punto de partida muy tramposo, porque se asume el consentimiento como una relación de poder donde una parte activa propone algo partiendo de su propio deseo y la otra parte consiente casi pasivamente como si fuera el contrato que hacemos con una compañía telefónica donde se te ofrecen las cláusulas y tu puedes decir que sí o que no, pero no tienes ninguna capacidad de negociación. Ya en ese esquema de partida desaparece totalmente la entidad de la mujer, que es la que tiene que consentir, no se parte de un deseo activo de las dos partes.

Es tramposo porque siempre vamos a enfocar la mirada en lo que dijo o no dijo la víctima, porque al final recae en ella la responsabilidad de demostrar que aceptó o no aceptó esas relaciones. Y eso genera todo un procedimiento que esta basado en el cuestionamiento de ella.

Es más, la existencia de consentimiento no implica «per se» la inexistencia de violencia.

No es un continuum. No es que estemos hasta cierto punto consintiendo y hasta ese momento son relaciones que están bien y a partir de un momento en el que se descontrola empieza a ser violencia. Son dos cosas distintas. Está por un lado la relación sexual, que por definición es libre y parte del deseo de las dos partes. Y por otro lado tenemos el fenómeno de la violencia, que es impuesta por definición. Enfocarlo como si fueran partes de una misma línea también es parte de la trampa patriarcal.

Sin embargo socialmente se asume en gran parte el consentimiento entendido en esos términos.

Cuando hablamos de cultura de la violación es precisamente eso. Es que realmente cuando hablamos de violencia patriarcal, y de las violaciones, viene acompañado de todo un ideario que tenemos super arraigado alrededor del comportamiento sexual tanto de hombres como de mujeres. Trae ecos de un montón de tópicos que tiene que ver, por ejemplo, con eso de que los hombres una vez de empezar no pueden controlar su instinto sexual y, por lo tanto, es responsabilidad de las mujeres evitar las agresiones.

Viene también por supuesto con la distinción entre las mujeres buenas, que se quedan en casa al amparo del hombre y la familia, y las mujeres “malas”, que transgreden esa norma social y salen a ejercer su libertad, que son las que al final acaban recibiendo un castigo. Todo esto se nos ha transmitido a base de normas que tenemos interiorizadas: no andes sola de noche por la calle, no vuelvas sola a casa, por supuesto no andes sola con cinco desconocidos de fiesta, que es la norma que hemos interiorizado después de sanfermines... Cuando estamos hablando sobre una situación de violencia traemos con nosotros esa mochila cultural.

Como analiza en su libro, el caso de sanfermines se ha enmarcado en un contexto concreto y el tratamiento tanto judicial como mediático ha puesto especial énfasis en ello y no tanto en la raiz del problema, la violencia machista. ¿Qué conclusión extrae?

El caso se ha convertido en un espectáculo desde el minuto uno. Se ha construido la imagen de un caso excepcional, se han destacado las pequeñas particularidades del caso y no se ha ofrecido una lectura más sistémica, que ponía el foco en que realmente las violaciones ocurren porque hay toda una estructura social que las posibilita.

Lo que se ha hecho es buscar las razones, que al final es un mecanismo de naturalización de la violencia, bien sea porque ha sido en fiestas, que fuera por lo que hizo o no hizo la chica, que fuera por el perfil de los agresores.... cada uno se busca la explicación que más le conviene para evitar cuestionamientos propios y más políticos.

Es más fácil construir una imagen muy demonizadora de los agresores o una imagen muy brutal de las agresiones porque seguramente son situaciones con las que la mayoría de la gente no se puede identificar en su vida cotidiana, aunque realmente la mayoría de las agresiones se producen en la intimidad.

Reflejo de ese tratamiento mediático es que se tiende a hablar de «manadas» al tratar nuevos casos de agresiones que se han conocido tras los hechos de sanfermines de 2016.

Lo que se ha visto es que casos tan vistosos como este dan muchos clicks y algunos medios de comunicación no han podido evitar la tentación de caer en eso. Y visto que el tema de sanfermines ya quedó como una imagen grabada en la imagen colectiva pues eso se esta volviendo a reproducir. Y con ello, por un lado, reproducen lo que es el discurso del terror que le llama Nerea Barjola, en el sentido de que todas las mujeres estamos avisadas de que en ciertos ámbitos y a partir de ciertas horas existe este peligro de ser violadas por un grupo de hombres, cuando las violaciones grupales han existido siempre. ¿Cuál es el problema de poner demasiado el foco en un caso en concreto? Que parece que ese caso es el único o el más grave de violencia patriarcal que nos podemos encontrar y no ampliar la mirada para ver el cuadro completo y enfocarlo como problema social.

Analizando todo el proceso, ¿cree que ha habido reparación para la víctima?

Yo creo que el pronunciamiento del Tribunal Supremo en cierto modo ha servido para eso. Se le ha dado la razón al final y eso es muy importante a nivel personal y porque marca un precedente para muchísimos otros casos aunque, claro, no anima mucho saber que todo esto llega después de tres años de exposición pública en la que la revictimización ha sido constante.

En este caso, la gran movilización social supongo que será en cierta manera reparadora en el sentido de que te ofrece una certeza de que muchísima gente esta contigo. Y sobre todo ese lema de “yo sí te creo” pasa una barrera en el sentido de que ya no nos quedamos encadenadas en el cuestionamiento y eso ya crea un frente.

A partir de ahí creo que hay muchísimo que hacer y, sobre todo, tener en cuenta que hay muchísimos casos donde el apoyo social no ha sido ni la mitad. Se me ocurren sobre todo casos muy locales, en comunidades pequeñas, que realmente son la prueba de fuego. Es muy fácil salir a condenar una agresión cuando no conocemos a los agresores y tenemos una imagen super demonizada de ellos, pero cuando estas cosas ocurren en formas que tenemos más normalizadas entonces esa respuesta se resquebraja y ahí ese sentimiento reparador no está.

Otra de las cuestiones importantes es la labor de los medios de comunicación desde la función social que se deberían cumplir. ¿Cómo deberíamos tratar estos casos?

Creo que en los medios en general todavía no hay una conciencia para tratar la violencia machista como estructural que es y todavía tiene mucha fuerza la idea del suceso, como un caso muy particular que afecta a las personas que están implicadas pero a nadie más y que puede ser más o menos interesante depende del relato que tenga detrás. En este caso también muchos medios cayeron en eso. También en parte porque el mismo juicio se había convertido en un acontecimiento social, casi deportivo del que se estaban haciendo eco casi cada día, lo cual me parece peligrosísimo. Por un lado porque al no poder entrar al juicio el camino que les quedaba eran las versiones interesadas de parte y la especulación. Los medios tenían que alimentar el relato cada día, pero los datos no daban para tanto. Acabaron convirtiéndolo en un show y todos los principios éticos cayeron.

También querría preguntarle sobre el papel que han jugado las instituciones en este caso en vista de la respuesta tanto del Ayuntamiento Iruñea como del Gobierno navarro.

Creo que es un ejemplo bastante positivo. Por supuesto la primera respuesta y la rapidez en la actuación. También es referencia por todo el trabajo previo que se había hecho en concienciación. Los movimientos feministas llevaban años trabajando sobre todo el tema de las agresiones en el ámbito festivo y había una confluencia entre el movimiento feminista, las peñas y las instituciones a las que recientemente había llegado el cambio.

También creo que la política de visualizar esta violencia es importante, porque muchas instituciones pueden tener la tentación de esconder las agresiones sexistas por el coste político que pueda suponer, que es un poco la política que llevaba el ayuntamiento anterior con UPN. Fue un cambio decidir hablar de este problema.

Abrir el debate sobre cómo entendemos las relaciones en el ámbito festivo.

Es un ámbito a trabajar. Durante muchos años se había propiciado una imagen de los sanfermines como un parque temático, donde cada uno podía perder la cabeza y desresponsabilizarse de sus actitudes. Es necesario también visibilizar que en el ámbito festivo se reproducen las relaciones de poder que existen en la vida cotidiana.