Daniel ZANGITU
Periodista
INVESTIDURA FALLIDA

En la guerra por Moncloa, el PSOE resiste a una nueva era y Podemos busca sobrevivir

Los socialistas dan por terminados los intentos de un gobierno de coalición, aunque los de Iglesias insisten mientras miran cómo todos los cañones apuntan a doblegar el No de las derechas. Quedan 57 días para saber si hay repetición electoral, aunque por ahora no hay candidato a investir.

Ha concluido la primera temporada de Juego de Tronos en versión meseta castellana, con ribetes de tensión, drama y traiciones. Pero lejos de ser una ficción, ha sido un engendro político en el que 47 millones de personas tienen su destino en disputa.

Pedro Sánchez ya ostenta el récord de ser el candidato con dos sesiones de investidura fracasadas. Es el riesgo de convocar un pleno sin tener la mayoría negociada. En 2016 pareció intentarlo más, pero tres años y medio después, son pocos los que caminan los pasillos del Congreso y creen que el líder del PSOE quiere un gobierno de coalición con Unidas Podemos. Para peor, la confianza entre el presidente en funciones y Pablo Iglesias se hizo añicos. Nunca fueron amigos, pero durante algunos meses del año pasado, hubo momentos de distensión. De ese buen talante, ya nada queda.

El callejón sin salida para alcanzar la Moncloa tuvo dos vías. En una transitaba el PSOE, peleando con la realidad y resistiendo una nueva etapa política en la que ya no pueda tener gobiernos monocolor, a pesar que los ciudadanos han votado eso. En la otra, está Podemos, cuya cúpula lucha para que su hermano mayor no lo termine de deglutir y frenar de una vez la caída al mostrarse capaces de gestionar el Estado. Objetivos divergentes, investidura imposible.

A todo o nada

Más allá de la pelea por los ministerios, el enfrentamiento fratricida entre Sánchez e Iglesias es una pelea por la supervivencia. Nunca será admitido en público, pero la cúpula socialista sabe que si aceptan en el Consejo de Ministros a miembros de otra formación y que encima tiene posiciones más a la izquierda, de eso no habrá vuelta atrás. Significaría un cambio de época que a los ojos de los votantes cristalizaría la defunción total del bipartidismo y que ya el PSOE no es más el único partido de Estado de izquierdas.

A ello, se suma que hasta los mayores adversarios de Iglesias le reconocen su envergadura intelectual y capacidad oratoria. Fuera o dentro de Moncloa, sería un socio incómodo que eclipsaría a Sánchez. Con competencias ejecutivas los morados podrían mostrar, tal vez, que son mejores en la administración. Algo imposible de permitir si se quiere el poder total.

Por parte de Podemos, la pérdida de un tercio de los escaños y de varios ayuntamientos, sumado a las divisiones internas, han puesto el liderazgo de Iglesias y de la marca electoral en franco desgaste. Entrar al gobierno en forma acotada pero con competencias claves podía ser un salto cualitativo para demostrar de lo que serían capaces y crecer en la confrontación con corporaciones a gran escala (la mira estaba puesta en los fondos buitres inmobiliarios, los grandes evasores fiscales y las patronales).

La guerra de trascendidos hace casi imposible saber qué es verdad y qué no de la negociación fenicia que tuvieron Carmen Calvo y Pablo Echenique. Sí es verdad que el PSOE mintió en campaña al decir que gobernaría en coalición con UP, porque luego quiso un gobierno monocolor. Luego usó –cuándo no– a Catalunya como excusa y finalmente ofreció tres ministerios y una vicepresidencia.

Podemos denunció que eran cáscaras vacías, nombres bonitos sin competencias reales. Echenique explicó que el PSOE ofrecía atribuciones que, en los hechos, representaban solamente el 5% del presupuesto y el 3% del personal de la administración. Los portavoces socialistas lo negaron. El quid de la cuestión fue lo que pedía Iglesias en Hacienda, Transición Ecológica y Trabajo. No era la titularidad de las carteras la demanda sino las competencias, especialmente relativas al SMI, el costo energético, los impuestos a la banca y el tema de la evasión. Allí el problema va más de políticas: ambos partidos divergen mucho en esas cuestiones.

Futuro incierto

El gobierno del Estado sigue en funciones y se ha activado el calendario que marca la Constitución: fallida la investidura, hay plazo hasta el 23 de setiembre para que los diputados den su voto de confianza con mayoría simple a otro candidato (con un primer pleno dos días antes, a decidirse por mayoría absoluta).

Ya no hay candidato con encargo del Rey y en los hechos cualquiera puede serlo si demuestra al monarca tener apoyos suficientes. También, es legalmente posible que haya todas las semanas hasta el 23-S un pleno de investidura. Es decir, aún hay muchas posibilidades de que haya gobierno y habrá elecciones sólo si los actores así lo desean. La diferencia es que, ahora, la ley establece elecciones automáticas para el 10 de noviembre si nadie obtiene la confianza del Congreso en los próximos 57 días.

En la furiosa batalla por el relato, el PSOE sabe que tiene mucho más a su favor: sus resortes mediáticos son mucho más grandes en comparación con Podemos y tiene más para ganar en la opinión pública. Por si fuera poco, la vicepresidenta en funciones utilizó la rueda de prensa del Consejo de Ministros para arremeter contra Unidas Podemos por rechazar la oferta y dar por concluidas las negociaciones sine die, y contra PP y Ciudadanos por no abstenerse.

Qué hará Sánchez es un misterio, salvo «explorar nuevas vías», según dijo en entrevista a Telecinco. Aplastar a Podemos con el relato mientras se intenta forzar una abstención de PP o Ciudadanos, parece la meta hoy. Más proclives a pactar se muestran en Génova, que estrenó el viernes una nueva estrategia: Pablo Casado negará cualquier ayuda a Sánchez pero sus portavoces no descartarán una abstención si es para «el constitucionalismo y la moderación», como dijo la vicesecretaria Cuca Gamarra.

Fuentes de la cúpula de Podemos respondieron a GARA que no tienen previsto llamar al PSOE. «A nosotros nos corresponde el papel de respetar a Sánchez, que es quien tiene que conseguir los apoyos. Somos uno más de los actores a los que tiene que sumar. La responsabilidad es suya y tiene que aclarar si quiere gobernar con las derechas o con nosotros», respondió uno de los miembros de la Ejecutiva.

La misma fuente admite que, sin conseguir una coalición, a Podemos le conviene una derechización del PSOE, pactando con PP o Cs, para que los morados queden como «la verdadera izquierda», en este juego de posicionamientos tan relevante en la política actual. Y lo que menos le conviene a Iglesias es, justamente, la vía portuguesa que proponen en Ferraz: acuerdo legislativo y Ejecutivo monocolor. Ya Iglesias vio como algunos de sus mejores logros (articular la moción de censura o impulsar una fuerte subida del salario mínimo) fueron fagocitados por el tanque socialista, cosechando votos que aspiró de la cantera de Unidas Podemos.

El PP y Cs se han escorado tanto a la derecha que esto ha llevado a un PSOE cómodo en el centro, defendiendo el statu quo. A pesar del discurso, no se conoce hasta ahora una sola propuesta transformadora y progresista en un nuevo gobierno de Sánchez, cuyos esfuerzos parecen estar ahora en arrancarle votos al alicaído Albert Rivera. Tiene el sistema electoral a su favor y por eso no le teme a una nueva convocatoria electoral, la cual lo beneficiará: la duda está en si en unos pocos escaños o en muchos. Será en muchos si enflaquece Ciudadanos y si Iñigo Errejón es candidato con una nueva marca que sólo ayudaría a implosionar Podemos y fragmentar más el voto. El bipartidismo, fortalecido.

Pero también Sánchez tiene el peligro de quedarse fuera de Moncloa si el tripartito de derechas suma mayoría. Ellos ya demostraron que sí saben ponerse de acuerdo. O también puede darse la paradoja que un Sánchez posicionado en el centro con guiños a las derechas termine perjudicado por hacer crecer a un Podemos enardecido en la oposición monopolizando el descontento social. Todo esto sin mencionar las consecuencias impredecibles de la sentencia del Supremo contra los presos independentistas.

El panorama es confuso y su final, abierto. Con todo lo que está en disputa, más que un juego de tronos, la pelea por Moncloa parece una batalla de épocas.