No es un cigarro, es un pitillo
L os fans de Faemino y Cansado conocen de sobra el sketch. En la presunta cola del cine, uno se fuma un cigarro mientras el otro le recuerda en vano que está prohibido y recibe a cambio respuestas tan surrealistas como que el cigarrillo que tiene en la mano no es suyo, que a él en realidad no le gusta fumar, que se lo está sosteniendo a un amigo o que ni siquiera es un cigarro sino un pitillo. El gag es genial porque cumple los dos principios básicos de la comedia: es cierto y es malvado. Vamos, que como suele decir mi madre, lo que no tiene gracia es que en la vida real la gente intente engañarte exactamente así. A la cara.
¿Por qué lo digo? Pues porque ayer fue 24 de agosto y se cumplieron 75 años desde que 160 hombres, la mayoría exiliados de la Guerra Civil tras la caída de la República española, entraron en el París ocupado por los nazis como miembros de la 9ª Compañía. Lo hicieron por la Porte d’Italie, comandados por un blindado llamado Guernica. Lo recordaba ayer el Ministerio de Defensa con un sonoro titular en el que se afirmaba sin asomo de rubor que España tuvo un papel crucial en la liberación de París.
O sea, que España sigue permitiendo que la mayor cruz de la cristiandad guarde los restos del único líder fascista del siglo XX que a día de hoy tiene un monumento público en toda Europa y, al mismo tiempo, quiere reivindicar su lugar en la liberación de París de manos de los fascistas. Vamos, que España no fuma, señora, y eso que está viendo en sus manos y que sabe a cigarro y huele a cigarro y parece un cigarro… pues debe de ser un pitillo.
Decía George Orwell que ver la realidad exige un esfuerzo constante. Tenía razón y, tal como nos recuerda el descorazonador final de “1984”, es un esfuerzo del que no podemos claudicar ni un solo segundo porque los sistemas de dominación basan su supervivencia en echarnos el humo a la cara mientras nos dicen que fumar es malo y se niegan a apagar eso que estás viendo arder y que de ninguna manera es un cigarro.