Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «Ghostland»

La casa de las muñecas

El cine de terror, en su conjunto, es el principal beneficiado de las dos corrientes que han apostado por vías opuestas a la hora de lograr su proposito común de sobrecoger al espectador.

Si la línea marcada por Robert Egger, Jordan Peele y Ari Aster entran de lleno en esa corriente “intelectual” que apuesta por la ruptura y la experimentación a la hora de abordar “lo extraño”, topamos en otra línea a un grupo de cineastas que aboga por el sobresalto sin excesivas pretensiones autoriles pero que logra su proposito final a base de buenas dosis de calidad y sangre a raudales. En mitad de estas dos vías topamos a otro tipo de creadores que, como en el caso de Pascal Laugier, coquetea con ambos estilos. Si en su anterior proyecto –“El hombre de las sombras” (2012)– apostó por un estilo de terror sicológico, en esta oportunidad ha cambiado de registro y ha recuperado la senda de su segunda y demoledora “Mártires” (2008), aquella película que dejó patidifusa a la crítica de un Cannes pillado por sorpresa ante semejante barbarie. Ahora, Laugierfirma un cóctel repleto de referencias a subgéneros como el “giallo” italiano o las “home invasions” y que adquiere la apariencia de un cuento macabro similar al que pudimos ver en su primera obra , “El internado”, la cual descubrimos en Zabaltegi-Nuevos Directores en 2004. Una mansión cuyo interior está repleto de antigüedades y muñecas escalofriantes, se convierte en hogar heredado por una madre y sus dos hijas.

Lejos de aportar más datos que romperían los giros de la trama, estos tres personajes se van convirtiendo en objetivo de unos criminales que maldecirán el día que eligieron semejante casa.

Fiel a su estilo, el director no se corta un pelo a la hora de mostrar sus sangriestas bazas dentro de un festival de horror no apto para estómagos sensibles y en el que la rememoriación de H. P. Lovecraft no es más que un guiño circunstancial.