Ingo NIEBEL
30 ANIVERSARIO DE LA CAÍDA DEL MURO (II)

EL MURO NO SOLO CAYÓ EN BERLÍN

Ayer se conmemoró el 30 aniversario de la caída del Muro de Berlín. La atención se centró en la capital, donde ha culminado una semana de fiestas y actos, obviando que todo acontecimiento tiene su preludio y que aquel lo tuvo en la desconocida Turingia.

El viajero que deja la estación central de Erfurt, capital del estado libre de Turingia y busca un bar-restaurante que no sea de comida rápida en la zona que da hacia el casco antiguo se ve atraído por un establecimiento que se llama «Willy B.». En su interior, grandes fotografías revelan a quién debe su nombre: al líder histórico del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) y canciller de la República Federal de Alemania, Willy Brandt.

Turingia no solo es cuna de la cultura alemana de los últimos dos siglos, sino también lugar de acontecimientos considerados «históricos», porque contribuyeron a que el denominado «Telón de Acero» cayera a finales de los años 80, marcado por el derrumbe de los estados socialistas en el este europeo. Brandt y sus asesores, Egon Bahr y Horst Ehmke, aportaron su grano de arena para que esto ocurriera.

El 19 de marzo de 1970, el socialdemócrata y canciller federal se reunió con su homólogo de la República Democrática Alemana (RDA), el ministro presidente Willi Stoph, del Partido Socialista Unificado de Alemania (SED), en el hotel Erfurter Hof. El encuentro fue calificado de cumbre. Para evitar las restricciones impuestas por las potencias ganadoras de la Segunda Guerra Mundial, que dificultarían el viaje de Brandt a Berlín oriental, el germano-occidental insistió en reunirse con Stoph en Erfurt.

Aunque no llegaron a ningún acuerdo, el encuentro desencadenó una serie de acontecimientos a diferentes niveles.

El primero fue el entierro de la doctrina Hallstein, en vigor desde 1955, según la cual Bonn no reconocía a la RDA como Estado y cortaba las relaciones con todos los estados que lo hicieran. Por lo tanto, no había Embajada de la RDA en Bonn ni de la RFA en Berlín Este. Por ende, ninguno de los dos estados era miembro de la ONU.

Al ala derecha del SPD no le gustó la iniciativa de Brandt, ya que el PSUA surgió de la fusión forzada del PC de Alemania (KPD) con el SPD bajo el auspicio de la Unión Soviética. Tampoco la derecha de la RFA aceptó esta medida, porque no perdonaba la construcción del Muro, que no solo dividía Berlín sino que atravesaba por el centro de Alemania dividiendo a la nación en dos estados.

La frontera, que solo unos pocos podían cruzar hacia el Oeste, blindada temporalmente incluso con trampas letales y donde los guardias fronterizos disparaban a matar para evitar fugas, afectó también a Turingia. Como lindaba con su frontera occidental con el estado de Hesse, vio cortado su contacto con la RFA. A la gente que vivía en la zona fronteriza le surgió otro muro más, el administrativo: solo podían recibir visita de parientes de primer grado, padres y hermanos, pero no de cuñados ni de sobrinos.

Quizás también por ello, una muchedumbre se reunió delante del hotel Erfurter Hof, aquel día de 1970. La Policía se vio sobrepasada, pero no actuó ante la fuerte presencia mediática internacional. Los congregados empezaron a gritar «Willy, Willy», pero no se referían a Stoph. La gente precisó su deseo y logró que Willy Brandt saliera a la ventana.

El preludio de la «Ostpolitik»

Tras la cumbre de Erfurt, ambos estados abrieron sendas «representaciones permanentes» en sus respectivas capitales, una fórmula diplomática que evitaba el reconocimiento de la RDA por parte de la RFA. En 1973, la ONU recibió a las dos Alemanias como nuevos miembros. Así, Brandt puso en práctica su nueva «Ostpolitik» (política del este), que se basaba en el lema «cambio a través del acercamiento».

La grave crisis económica de la RDA en los años 80, unida a la política aperturista de Mijail Gorbachov en la Unión Soviética y al derrumbe de estados socialistas como la vecina Hungría, hicieron que miles y miles de ciudadanos germano-orientales aprovechasen sus vacaciones en este país para pasar directamente a Austria o refugiarse en la Embajada de la RFA en Praga, la capital checoslovaca. Este aluvión emigratorio no lo pararía otro muro: el dilema era optar por la «solución china», sacar los tanques y una represión brutal, o buscar otras soluciones.

Esta situación se daba también en Turingia, que entonces no existía como entidad. A finales de setiembre de 1989 se registró la primera manifestación pacífica en la que cientos de personas pedían en Arnstadt «reformas auténticas». La sociedad se dividía entre los que defendían el sistema, que el 7 de octubre celebraría el 40° aniversario de la RDA, aquellos que querían quedarse para realizar el cambio y los que pedían libertad para marcharse. Las manifestaciones se hicieron multitudinarias en Berlín, Leipzig y en otras ciudades al son de la consigna «Somos el pueblo».

En esta situación, buscando una válvula para dejar salir la presión política, el miembro del politburó del PSUA y portavoz del Gobierno, Günter Schabowski, anunció la liberalización de los viajes, leyendo el proyectado decreto el 9 de noviembre poco antes de las 19 horas. Preguntado por cuándo entraría en vigor, contestó: «Por lo que yo sé, ahora mismo... inmediatamente». Lo repitió ante el periodista norteamericano Tom Brokaw, de la NBC, y éste gritó a sus compañeros: «Es verdad. El Muro se ha venido abajo».

El mayor impacto televisivo de estas palabras se dio en Berlín donde miles y miles de personas se congregaban en puntos fronterizos creando una situación insostenible para las fuerzas de orden, sorprendidas por lo ocurrido. Para evitar males mayores, decidieron abrir la frontera e incluso permitieron que las personas pudiesen subirse al Muro. Un acontecimiento histórico que marcó un hito en lo que más tarde se llamaría la «Revolución Pacífica» y la «Wende» (el cambio) en la RDA.

Más allá de Berlín

Lejos de las cámaras, escenas parecidas ocurrieron en zonas lejanas como Turingia. En los últimos días, cinco comarcas turingias y de Hesse han organizado diferentes actos conmemorando aquellos días. Ayer mismo tuvo lugar un encuentro oficial entre los dos ministro presidentes, el de Hesse, el cristianodemócrata Volker Bouffier (CDU) y el de Turingia, Bodo Ramelow, del partido socialista Die Linke.

Su acto común no carece de cierta ironía ya que, en Erfurt, Ramelow solo podría formar un Gobierno con mayoría absoluta con la Unión Demócrata Cristiana (CDU). Sin embargo, el partido de la canciller, Angela Merkel, se niega rotundamente, olvidando que, en tiempos de la RDA, la CDU oriental sí colaboraba con el PSUA.

Tres décadas después de lo ocurrido en Berlín –lo que unos llaman la «Caída del Muro» y otros, afines a la RDA, la «Apertura»– Turingia necesitaría un Ejecutivo para frenar la sangría demográfica. En 30 años ha perdido medio millón de habitantes, hasta los 2,1 millones en 2018. Los mayores de 65 años son los que se quedan. Los demás se van. La edad media de Turingia es de 47 años y en la vecina Baviera, de 44.

La excepción que confirma la regla es el grupo de entre 18 y 25 años que decide instalarse allí. Se trata en su mayoría de estudiantes occidentales que se escapan de los altos costes de vida en el Oeste. El viajero nota con agrado que la comida y bebida suele costar un 10% menos que en la parte occidental. Por el mismo espacio en la consigna, la Deutsche Bahn cobra 4 euros en la estación central de Berlín y 2,5 euros en Erfurt.

El «muro» sigue ahí

El problema social –y la existencia de un muro invisible– se nota también en el índice del paro: la media en el Oeste es del 4,8%; en Turingia, del 5,3%, y en los cinco estados federales orientales, sin Berlín, llega al 6,4%. En el Este, los sueldos suelen ser un 23% más bajos que en el Oeste. Turingia tiene, además, el problema de que la vecina Sajonia atrae a mucha gente cualificada, porque cuenta con mayores empresas de importancia cerca de Leipzig y Dresde. Opel dispone en Turingia de una planta en Eisenach. Las conocidas empresas ópticas Zeiss y Jenaoptik siguen en Jena, mientras que Erfurt, como capital y con su estructura diversificada, es el mayor centro económico. Otro problema es que las urbes, como la capital, Jena, Weimar, Gotha y Eisenach, siguen creciendo, mientras la población de las zonas rurales disminuye.

Ante esta situación, el estado libre de Turingia necesita una política con altura de miras para afrontar este y otros retos. Desde 1990, ha renovado las mencionadas ciudades históricas de gran valor cultural para atraer al turismo. El viajero nota una gran densidad de pizzerías regentadas por italianos. Con la llegada de refugiados en 2015, se ha podido paliar la pérdida demográfica, pero al mismo tiempo se ha incrementado la xenofobia, instrumentalizada por el partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD). El rechazo al extranjero se mezcla con el sentimiento de seguir siendo «ciudadanos de segunda».

Según la encuesta sobre el estado de la Unión Alemana, el 57% de los orientales se consideran de segunda, mientras que solo el 38% cree que la reunificación fue exitosa.

El informe reconoce que en la actualidad el poder adquisitivo en el Este supone el 75% del de Alemania Occidental y que los salarios brutos y la renta disponible equivalen al 85% del de la otra mitad del país. Eso sí, el estudio gubernamental pone el acento en la «significativa mejora experimentada» por el cuadro macroeconómico de toda la región en las últimas tres décadas y destaca el dato de que «en 1990 el poder adquisitivo en la RDA era un 43% del de la RFA».

Brandt tuvo que dimitir en 1974 cuando se descubrió que su estrecho colaborador Günter Guillaume le espiaba para la RDA. En 1990 regresó a Turingia, haciendo campaña electoral. Dos años más tarde murió. En 2009, en el edificio donde se hallaba el Erfurter Hof, que dejó de existir, se instaló en el tejado en letras luminiscentes el eslogan «Willy Brandt a la ventana». En sus bajos se encuentra el bar-restaurante Willy B.