Acuerdo PSOE-UP: memorias y desmemorias
Fumata blanca: Habemus papam. Y habemus también vicepapas, cardenales y arzobispos varios. La francoderechona brama y se revuelve. El cambio galopa y corta el viento. Punto de inflexión, dicen. Tras suscribir el acuerdo de gobierno, Pablo Iglesias afirmó vehemente que este era una «referencia en el mundo en modernidad, progreso social y feminismo». Y lo dijo así, como si nada, sin coger aire siquiera, como si todo el mundo mundial, empezando por Bolivia, India y Sudáfrica, pasando por Portugal, Ecuador y Reino Unido y terminando por Noruega, Argelia y Japón, se asombrara de ver por fin descubierta para la izquierda la cuadratura del círculo.
Se habla también de que estamos ante «el Gobierno con el perfil más progresista desde la II República». Lo que pasa es que, en muchas ocasiones, mirar las cosas de perfil y no de frente, engaña mucho. Así por ejemplo, en 1982, el perfil electoral del PSOE hablaba de nacionalizar bancos en crisis, impulsar el sector y las empresas públicas, crear 800.000 puestos de trabajo, salir de la OTAN, impulsar la planificación democrática de la economía, reducir la edad de jubilación… No estaba tan mal, ¿no?
Pero luego, el PSOE comenzó a sacarse las fotos de frente y mostró su verdadera cara. Donde dijo digo, pasó a decir Diego. Y así fue que nos metió en la OTAN, privatizó la banca estatal (Argentaria), vendió las empresas públicas (Repsol, Telefónica, Endesa), en vez de crear 800.000 puestos de trabajo, destruyó otros tantos más, favoreció la precariedad laboral, aumentó la edad de jubilación. Del GAL y Filesa, mejor no hablar. Por eso, sin pretender ser pájaro de mal agüero, es obligado preguntar: ¿a santo de qué viene cantar gratuitas loas y adornar con inmerecidos laureles este Acuerdo («referencia mundial», «perfil progresista» histórico…), a quien cuenta con semejante pedigrí?
Quien esto firma no es partidario del «cuanto peor, mejor». He defendido la abstención en el debate de investidura, para evitar así la entrada en tromba de la derechona y el facherío en el Gobierno, pero ahí se acaba todo. Me encantaría que Pedro Sánchez pudiera convertirse en algo parecido al Jeremy Corbyn laborista, pero mucho me temo que ni en él ni en el PSOE hay mimbres que permitan hacer un cesto de ese pelo. Me apunto pues a la de San Mateo: cuando vea, creeré, pero mientras tanto me abstendré de hacer alabanzas vacías y, mucho menos aún, de dar cheque en blanco alguno.
Hacer de la necesidad virtud no es algo recomendable. Algunas veces, obligados por las circunstancias, tomamos decisiones en nuestra vida que no nos terminan de gustar ni agradar. Pero ahí debe quedar todo, sin elevar al capítulo de virtudes teologales lo que no es más que un trágala impuesto. Me lo dijo un viejo comunista vallecano, en Madrid, allá por el año 1968: «Mira, Sabino, peor aún que tragar sapos, pues hay ocasiones en que no hay más remedio –él sabía de algo de esto por haber tenido que pasar por la cárcel y por batallones disciplinarios–, es decir que están buenos». Pues eso.
Jugando al mus, como en cualquier juego, hay siempre posibilidades de ganar o de perder. Las cartas que te vienen no las elige uno y es con ellas con las que hay que jugar. Ahora bien, partiendo de ahí hay dos tipos de jugadores que siempre suelen perder: los que juegan a la pequeña y los que van siempre a órdagos. Peores son aún los que con aires prepotentes, teniendo solo cartas para la pequeña, tratan de esconder su escaso juego liándose a dar órdagos a la grande. Suelen salir siempre trasquilados.
En una situación como la actual, las grandilocuencias que afirman haber conseguido logros nunca hasta ahora conocidos, a lo único que conducen es a fomentar la pasividad entre la gente. Porque, ¿para qué movilizarse ni preocuparse si contamos con líderes que son capaces, en un plis-plas, de conseguir unos acuerdos y conformar un gobierno que será la admiración del mundo? ¿No sería mejor afirmar que no, que no son tan buenos, que tienen muchas cosas mejorables, que otras importantes ni siquiera aparecen y que, por último, algunos puntos firmados no son sino puros sapos que se han tenido que tragar? ¿No sería mejor decir lo anterior y llamar a la gente a movilizarse y a seguir exigiendo sus reivindicaciones con mayor fuerza aún, a fin de conseguir que la actual correlación de fuerzas social, política e institucional cambie a favor de las mujeres, la juventud, la clase trabajadora y los pueblos?
La abstención ha servido para cerrar el paso al gobierno a la derecha franquista, pero a partir de ahora comienza la partida de verdad. La investidura ha terminado y existe ya un nuevo Gobierno PSOE-UP. No hay mus. Comienza la partida con nuevas cartas. El Gobierno presentará pronto su proyecto de Presupuestos. Con toda seguridad, incluirá en ellos algunas zanahorias y pretenderá así, sobredimensionando su importancia, ocultar todos los rotos y descosidos políticos, sociales e institucionales derivados de los anteriores gobiernos del PP… y también del PSOE: reformas laborales y de las pensiones, privatizaciones generalizadas, política cementera, fortalecimiento del Estado policial y securitario, criminalización de la disidencia social e independentista, condescendencia con el auge fascio-franquista…
Hoy más que nunca es evidente que el Estado español está impregnado de franquismo hasta el tuétano (monarquía, judicatura, estamento militar y policial, jerarquía eclesiástica…) y que sus políticas económicas y sociales están supeditadas a los antojos e intereses del IBEX-35 y el Banco Central Europeo. El enemigo es fuerte y las cartas que tenemos no son las mejores, pero son más que suficientes (feminismo no domesticado, juventud inconformista, sindicalismo de pelea, pensionistas de dignidad, nacionalismos de izquierdas…), para jugar una buena partida. Mientras tanto, no dejemos que nos distraigan ni engañen con paralizantes cantos de sirena institucionales. Lo dicho, no hay mus. Para empezar, el 30 de enero, huelga general en Euskal Herria en defensa de nuestros derechos sociales.