Carlos GIL
TEATRO

La excelencia artística que llega al compás de un universo mestizo

De todos los universos de la cultura un compás marca el destino de esos cinco artistas que deambulan por un espacio enmarcado donde las acciones vienen muy cargadas de energías que apuntan siempre al cielo, al más allá, que es de donde vienen los que ya están aquí, en el escenario, son cinco entes que bailan, gesticulan, ocupan y desocupan tiempos y espacios centrales, con añadidos tangenciales, cuando la música nace, crece, se desarrolla, acomoda, da vida y recibe vida in situ. Todo sucede porque esos cuerpos celestes chocan, se reconocen, se atraen y repelen siempre en forma de visualización de emociones que trascienden lo habitual. Un contagio que se convierte en una codificación que desmenuza lo que puede ser el acto singular, lo colectivo, la danza que proviene de un sonido o el sonido que llega de un gesto repetido. Mestizaje en estado puro, un flamenco sin jipíos ni guitarreo, una danza moderna sin retóricas, unas músicas contemporáneas que no necesitan de más tecnología que la precisa para samplerizar lo anecdótico para convertirlo en rito. Danza, música, luz, espacio a la búsqueda de esa belleza que atormenta a la vulgaridad, de esas quietudes que movilizan los haces de luz hasta ir dibujando un espléndido tapiz en movimiento. La estética se nutre de lo cotidiano para hacerlo extraordinario, de los lenguajes escénicos de siempre, para hacerlos únicos. Un espacio sonoro realmente magnificente, una iluminación que sabe dosificar lo pequeño y lo grandilocuente, unos intérpretes que danzan con el sentido del tiempo y al compás de un tambor, un espectáculo memorable, una creación que sugiere asimilación de experimentaciones formales que nos llevan a otros lugares de la belleza escénica de ahora, un viaje espacial para aterrizar en la excelencia.