Raimundo Fitero
DE REOJO

Alarma

Ayer se declaró el estado de alarma que es un paso más para que todo se paralice. La alarma está ya en estado perpetuo. La incertidumbre se convierte en una quemazón extendida. No sabemos qué hacer y qué no hacer. Funcionamos en frecuencia y perfil bajos de manera automática, escuchamos, vemos, leemos, recibimos mensajes y todo se va convirtiendo en un círculo cerrado que nos acota, que nos deja perplejos, que ya no sabemos dónde ir. Las cuarentenas de quince días se pueden instaurar de manera generalizada, cerrar ciudades, sellar comunidades, aislar estados.

Alarmas económicas, sanitarias, políticas. Estamos ya al borde del precipicio, si se ordena cerrar bares, restaurantes, espacios de ocio, significa que estamos en una excepcionalidad de muy difícil manejo, con una sensación de incapacidad para entender. Se nos pide responsabilidad, y no sabemos si eso significa callar, escuchar y cumplir las órdenes o recomendaciones o si se nos pide no solamente una actitud no pasiva, sino contemplativa. La resignación o la acción. Pero, ¿qué acción estaría a nuestro alcance? Encerrados en una habitación con un juguete roto. Desplazamientos abortados. Anular los vuelos de Europa a Estados Unidos un mes es un desastre. He escuchado a políticos y a expertos sanitarios y confieso que no es posible entrar en una fase de optimismo. Estaremos semanas y meses con los efectos de esta pandemia. Es posible que hayamos entrado en un tiempo excepcional que tenga consecuencias no previstas. El caos laboral, la crisis económica conforma una alarma que da paso al pánico. Hay sectores que van a entrar en recesión económica irreparable. La pandemia ha llegado al oasis vasco con unos efectos incalculables y hasta las urnas se pueden volver a guardar.