Itziar Ziga
Escritora y feminista
JOPUNTUA

Esta incómoda blanquitud

Durante tres años, mi pareja fue un chico trans negro nacido en Nueva York. Digo chico porque ni los trans ni los negros parecen envejecer nunca. Su madre y su padre se fueron de Cuba con la revolución, Maro habla un castellano que divertía muchísimo a mi amatxo. Tenía una abuela negrísima, descendiente directa de esclavos, un abuelo gallego, una bisabuela china, orígenes también taínos... siglos de conquistas y migraciones en sus venas. Como tanta gente. Digo que es negro porque, las caracolas de su pelo, el tono de su piel y suficientes rasgos de su cara le convierten, según las reglas de la fisonomía imperial impuestas por el supremacismo blanco, indiscutiblemente y de por vida, en negro. Con Maro supe que era el racismo en carne ajena, en carne propia no lo sabré jamás y esa es la diferencia. Cada vez que entrábamos en un cajero, la gente ponía cara de alivio al verme a mí con él. Una noche de glorioso jolgorio, atravesando la Rambla del Raval, presenciamos una agresión policial y nos plantamos enfrente. Éramos quizás diez seres de diversa calaña, los mossos fueron directos a por Maro y a por un chaval marroquí que se unió a la protesta, y se llevaron a Maro por no tener encima su pasaporte. Vieron al negro y al moro con la misma terrible inmediatez que nos han enseñado a toda la gente blanca a distinguirlos y estigmatizarlos. Al menos esa vez, conseguimos que condenaran al policía. Como el género, la raza es una construcción social histórica, pero cómo debe de doler. Como el género: si es construida, es eliminable.

Brindo estos días a través de Skype con Maro y con su novia, la bárbara Kim, por la sublevación y lo mejor de la vida. Ellas, desde una casita a las afueras de Atlanta. Y un hombre blanco de Dallas clava lo que tenemos que mirarnos la gente blanca. «George Floyd y yo fuimos arrestados por haber usado, presuntamente, un billete falso de 20 dólares. Para George Floyd, un hombre de mi edad, con dos hijos, fue una sentencia de muerte. Para mí, es una historia que a veces cuento en fiestas. Esto, amigos, es privilegio blanco».