«Hablar de los victimarios era y sigue siendo un tabú»
Matones, victimarios, cuneteros… Sus nombres propios fueron impronunciables durante décadas, todavía lo siguen siendo en muchos casos, pero Bingen Amadoz recopila en «Matones», publicado por la editorial Pamiela, testimonios e historias que nos revelan quiénes fueron aquellos que acabaron con la vida de miles de navarros tras el golpe militar de 1936.
Acabaron con sus vidas e intentaron acabar también con su memoria. Aunque todos supieran quiénes habían sido los asesinos, los delatores, los que con frialdad elaboraban listas en sacristías y casas con blasón. En el caso de Bingen Amadoz él mismo es esa memoria, pues lleva el nombre de su tío asesinado. “Matones” parte de esa historia familiar y desde allí nos lleva a otras muchas, a lo largo de todo Nafarroa, las de aquellos que fueron impunemente asesinados, violadas, cazados como conejos, y las de sus familias, humilladas, saqueadas, obligadas a callar durante décadas… Bingen Amadoz ha escrito –con un gran pulso narrativo, por cierto– en realidad su historia, la de las víctimas, antes que la de los verdugos, y no busca venganza, sino reparación y justicia, tal y como señala la profesora y antropóloga Jacqueline Urla en el prólogo.
¿Se puede decir que el germen de «Matones» es la experiencia propia, lo sucedido con su familia?
Nada es casual, desde luego. Nacer en el seno de una familia supone heredar inevitablemente su historia, su propia cultura y también las dolorosas vivencias de los referentes más cercanos. Se me impuso además el nombre del hermano mayor de mi padre, asesinado con solo 22 años. Hay una cierta obligación moral para honrar su memoria y la de todos los que corrieron la misma suerte por pensar y por soñar con un futuro mejor para todos. En mi casa siempre hubo transmisión de la memoria y, por suerte, yo no olvido fácilmente.
En ese sentido, en el prólogo y a lo largo del libro, se dice que no hay un deseo de venganza, sino de reparación.
Sí. El deseo de venganza no existe en los testimonios recogidos. Solo existe dolor. No sé si existió en los años posteriores a aquella enorme tragedia. Lo cierto es que a pesar de que las víctimas mortales se contaron por millares y los robos y las humillaciones fueron incontables, no se conoció por parte de los represaliados ningún acto de venganza. Tal vez fuera por miedo a empeorar las cosas o quizás esto signifique sencillamente que la catadura moral de las personas victimizadas nada tenía que ver con la de los victimarios. Justicia, reparación y dignidad, en cambio, son valores que identifican a nuestras familias y por eso se reivindican con firmeza.
A lo largo de muchos años, todavía hoy, hablar de los victimarios, con nombres y apellidos, parecía casi un tabú. ¿Por qué cree que ha sido?
Era y sigue siendo un tabú en buena medida. No se habla sobre esto entre los descendientes de las partes que un día estuvieron enfrentadas. A ciencia cierta nadie está seguro de cuánto y hasta dónde saben los otros. ¿Por qué tanto silencio? Pues, fundamentalmente por el miedo, también por el desconocimiento, que es una consecuencia del mismo silencio. En algunos casos por el deseo de ocultar. No ocurre esto en Alemania o en Italia. Claro que existe una gran diferencia. Allá el fascismo perdió la guerra y aquí en cambio la ganó. Los malos que se creyeron buenos nos gobernaron con mano de hierro durante cerca de cuarenta años para que nadie rechistara y, además, cuando murió el dictador en su cama, en la época de lo que se llamó transición, ordenaron las cosas de tal manera que las marionetas se fueron moviendo al ritmo de los hilos que ellos controlaban. Cambiaron las camisas azules por las blancas de demócratas de toda la vida y de esta manera no hubo justicia, ni se cerraron las heridas abiertas. Y los culpables pudieron terminar sus días gozando de un anonimato impune que les protegió.
Una de las cosas que impresionantes el gran número de personajes insignificantes que se sintieron importantes al formar parte del bando de los matones. ¿Hay algo de sicológico o sicótico en ello?
Sí. Creo que investigar la personalidad de los matones es todo un reto para los profesionales de la sicología y de la siquiatría. Estoy convencido de que en muchas de las acciones protagonizadas por los matones hay elementos sicóticos, de descontrol mental, al menos transitorio. De otro modo resulta humanamente incomprensible tanta crueldad, tanta ausencia de empatía, y tanto odio exacerbado y absurdo. Una de las cosas que más asustan seguramente es saber que los que se apuntaron a matar eran gentes “normales” que no atemorizaban a nadie en las fechas previas al golpe de estado. Luego al mundo cercano lo barrió un huracán, las pasiones más bajas se desataron y ya nada fue igual.
También me parece terrible, incluso más que los propios arrestos y fusilamientos, esas personas que hacían fríamente listas de personas que había que eliminar.
Eran los prolegómenos del asesinato. De las denuncias se hacía criba en las Juntas de Guerra Carlistas, en las casas de los sublevados o en las de los ricos que decidían quién debía vivir y quién no. Se hacían las listas que luego pasaban a los ejecutores. A la hora de confeccionar las listas había discusiones: este no que es pariente, este sí que no va a misa, vamos a añadir a aquel otro que se destacó en tal manifestación o como militante de una organización. Los que elaboraban las listas conocían muy de cerca a los condenados, que no iban a tener a su favor ni a un abogado defensor ni a un juez benevolente, sencillamente porque nunca habría juicio.
A pesar de esa impunidad, otra de las cosas que se repiten en el libro es cómo de alguna manera muchos esos victimarios tuvieron una especie de justicia poética o del destino, con muertes horribles o funerales a los que nadie acudía.
Los matones lo eran, a pesar de todos los pesares. Muchos de ellos no solamente eran aborrecidos y denostados por las familias de sus víctimas. Sus amigotes habían sido compañeros de hazañas inconfesables y, cuando las cosas se fueron serenando, se ponía distancia sobre todo a los que se habían destacado en hechos crueles, que vistos desde una perspectiva de intentar una cierta normalización de la convivencia, se hacían inaceptables para todos. Había entre los asesinos personalidades muy difíciles de encajar en el conjunto de la comunidad. Por otra parte, en las familias represaliadas existía la romántica idea de creer que la justicia divina caía sobre los culpables condenándoles en vida a sufrir castigos corporales, consecuencia de enfermedades que se los llevaba prematuramente. Cierto es que algunos de ellos malvivían no pudiendo acallar la voz de su mala conciencia. Hubo entre ellos suicidios y locuras varias. Se les castigó en multitud de ocasiones con entierros solitarios y eso en nuestra cultura cobra un gran significado.
En «Matones» hay mucho trabajo de campo que parece recopilado a lo largo de muchos años, de escuchar historias, encontrarse con gente, etc. ¿Cómo se ha conformado el libro?
Hay una parte que surge de mis propios conocimientos. Siempre pregunté mucho y en mi casa el silencio solo se mantuvo de puertas afuera. Por otro lado durante seis años he ido recogiendo testimonios de personas que vivieron aquella terrible experiencia. Perdieron a sus padres, a sus hermanos o a otros familiares y amigos. La segunda generación que recibió la herencia de sus mayores con todo detalle, también ha participado en entrevistas y encuentros, a veces acompañando a los protagonistas directos y otras como testigos importantes que sabían muy bien de qué hablaban. Para la recogida de las palabras me moví por pueblos y ciudades de Nafarroa, a veces para seguir las pistas de los matones me desplacé a Gipuzkoa, Alto Aragón y Castilla. Hubo contactos telefónicos para recabar informaciones con personas que trabajan la memoria en distintos lugares. ¿Como conseguí los contactos con las personas que tenían mucho que contar y que querían hacerlo? Pues generalmente a través de amigos que hicieron de intermediarios y gracias a la ayuda de asociaciones memorialísticas que siempre han estado dispuestas a echar una mano. También encontré a los testigos en actos de homenaje, inauguraciones de memoriales, actos institucionales organizados como reparación para las víctimas, en exhumaciones…
Libros como «Matones» son necesarios en cuanto a la reparación y a la memoria histórica, pero, ¿qué más pasos serían necesarios dar?
Yo creo que en Nafarroa y en el conjunto de Euskal Herria, se han dado muchos pasos, sobre todo en estos últimos tiempos, en favor de la reparación y la memoria. Las asociaciones memorialísticas están muy activas y gracias a ellas ha habido un empuje muy importante que ha implicado directamente a las instituciones, que por fin están, en gran número, en manos de fuerzas al menos antifascistas. Esto facilita las cosas, evidentemente. Sin embargo, queda mucho por hacer. Hay centenares de exhumaciones pendientes solo en Nafarroa. En muchas comarcas del estado ni siquiera se ha empezado. Lo he podido comprobar en visitas recientes a lugares donde todavía no se ha podido hacer nada y entiendo que todas las personas asesinadas y arrojadas a las cunetas y a las fosas comunes merecen ser honradas dignamente.