La muga, ceguera estatal pero también miopía vasca
Cien días después la libre movilidad se recupera en Euskal Herria, a la espera de lo que depare la pandemia, pero deja detalles que merecen reflexión. Uno de ellos es el de la frontera estatal que parte Euskal Herria y que se venía presentando como algo ya superado, una raya que desde Schengen solo existía en los mapas. Que esa frontera sí sigue existiendo lo sabían desde los migrantes que llegan tras cruzar el Mediterráneo y se apilan en Irun a los exiliados políticos vascos que estos últimos años han podido volver a Ipar Euskal Herria pero no hasta su lugar de nacimiento en el sur vasco. Ahora lo ha descubierto, o recordado, también el resto.
Los mismos estados que presumen de quitar fronteras y acusan a otros nacionalismos de querer levantarlas corrieron a cerrar la muga. Una reacción que tenía más que ver con su hegemonía y autoritarismo que con un criterio sanitario o social. Como ha ido contando GARA estos meses, ello ha separado parejas y familias, ha dañado notablemente la economía de la zona... perjuicios muy lejanos para París y Madrid, ciegos en esta operación de tapiado que no ha dejado apenas ventanas para respirar. Y así se han producido absurdos como que estas últimas semanas estuviera prohibido circular entre Hendaia e Irun pero sí se pudiera viajar de Hendaia hasta París o de Irun a Bilbo.
La culpa es de los estados, sí; pero la posibilidad de repararlo es de este país. Y aquí urge otra reflexión. La apertura de la muga la han reclamado sus tres lehendakaris. También todo el Parlamento navarro, incluida una fuerza tan contraria a cualquier signo de unificación vasca como Navarra Suma. Y la Eurorregión, que los tres territorios comparten en foros que a menudo parecen más efectistas que efectivos. Esa unanimidad no se ha traducido en una presión real por la falta de visión de país, la miopía política. Que Urkullu no haya buscado con Chivite y Etchegaray la foto que tanto ha perseguido con Revilla es un detalle especialmente sonrojante de todo ello.