Anjel Ordoñez
Periodista
JOPUNTUA

San Juan bagilean

Este año no habrá fogatas. Las autoridades han decidido, por el bien de la salud pública, suprimir el fuego de San Juan, eliminar de un plumazo un rito purificador cuyos orígenes se hunden en la noche de los tiempos, despreciar la magia del solsticio estival sin apenas tener en cuenta las impredecibles consecuencias en todos los ámbitos. ¿Cómo se lo tomará el dios Sol?, ¿qué pasará con las cosechas?, ¿y con la fertilidad de las mujeres?, ¿habrá plagas de sapos y culebras?, ¿se secarán las fuentes?, ¿qué suerte de tormentas asolarán nuestros pueblos? Las incógnitas son numerosas e inquietantes, y las autoridades, asustadas  y apocadas por el virus, han decidido despreciarlas, pasarlas por alto en un acto de irresponsabilidad sin precedentes.

Hay pocas cosas tan peligrosas como el miedo, especialmente si nos hace perder el control y termina por distorsionar nuestra percepción de la realidad. Y, desde luego, no puede ser el miedo quien gobierne nuestra existencia, ni defina el modelo de sociedad que queremos para nosotros y para los que vendrán detrás de nosotros. Hay demasiadas cosas que «han venido para quedarse» en la nueva normalidad, y se han instalado en nuestras vidas sin más permiso que el que otorga el miedo, real o inducido. Hay demasiadas imposiciones, demasiadas prohibiciones, demasiados vetos a socapa de la infección definitiva.

El individualismo, entendido no como legítima defensa de la autonomía de las personas, sino como despreciable expresión de la conducta insolidaria que niega la igualdad y los valores de la colectividad, era ya una seria amenaza antes de la pandemia. Ahora, para regocijo del ideario neoliberalista y a golpe de decreto sanitario, la sociedad corre serio riesgo de convertirse en una caterva de abanderados del sálvesequienpueda, de prosélitos amazonianos adictos a la entrega en 48 horas, de recelosos del abrazo y aun del roce, y de estrictos vigilantes de la tos. ¿Piensan que exagero? Acaso. Pero, de momento, mañana no habrá fogatas en mi pueblo. Y tampoco en muchos otros pueblos de Euskal Herria.

Cuídense ustedes, por supuesto, pero no se olviden de cuidar también de los demás, aunque les cueste reconocerlos detrás de las máscaras.