Un revolucionario que lo dio todo en la búsqueda de la anarquía
El destino quiso que el anarquista navarro Lucio Urtubia Jiménez falleciese el 18 de julio, una fecha que aún sigue marcando la vida de muchas personas en nuestro país y cuyas consecuencias continuamos pagando. Él señalaba a los culpables y arropaba a las víctimas de aquella represión brutal en su querida Ribera. «Yo no tengo odio pero no olvido, no quiero olvidar, ni perdono tampoco», confesaba.
El inexorable reloj biológico dejó ayer huérfanos a muchas personas que tenían a este albañil jubilado como un referente y no es para menos. Su trayectoria vital está marcada por la lucha por la justicia social. «Ni yo mismo me creo lo que he vivido y lo que estoy viviendo», confesó Urtubia en diciembre de 2014 cuando presentó en Iruñea el libro ‘‘Mi utopía vivida’’. Lo decía quien no creía en la utopía, ya que «lo imposible no existe».
Nació en Cascante en 1931 en un entorno duro y hostil que le forjó desde niño. Una familia muy pobre con cinco hijos y un padre que entró en la cárcel como carlista y salió convertido en comunista. «Mi riqueza fue la pobreza, porque gracias a ella no tuve que hacer un esfuerzo para perder el respeto a lo establecido», explicaba. Su espíritu indómito cautivó a generaciones. «Hay que pelear porque las cosas no caen del cielo», manifestó en 2015 en un mitin de EH Bildu en Tafalla.
«Cuando digo que el mundo puede cambiar es porque es una necesidad y en cierta época yo no tenía ni pan ni alpargatas, pero ahora hay todo, y aun así todo está por hacerse», insistía, llamando a la rebelión contra el poder establecido.
«Hay que perder el respeto a esos jerifaltes imbéciles que cuanto más tienen más quieren, que no saben más que acumular medios económicos pero no saben utilizarlos», denunciaba cada vez que tenía ocasión. «Ningún poder en la historia ha sido respetable», añadía. «Todo poder corrompe, por eso soy anarquista», afirmaba.
Su filosofía de vida le llevaba a hacer apología del trabajo, «porque para saber hay que trabajar». «Yo no soy más inteligente que nadie, pero he tenido suerte y he hecho lo que he querido, he vivido la utopía. Y he robado, pero robar no es nada si se utiliza bien, si se emplea para ayudar a los demás. ¡Qué placer es compartir!», aseguraba.
Muy joven hizo las maletas tras desertar de la mili franquista, estableciéndose en París en 1954, donde comenzó su militancia anarquista y ayer falleció. En la capital francesa entró en contacto con exiliados con los que se formó intelectualmente. «Esos anarquistas que encontré me educaron. Me traían libros, prensa libertaria y a través de ellos llegué a conocer a personas como Albert Camus o André Bretón», rememoraba al repasar una vida que fue una sucesión de contrabando, atracos, militancia clandestina, refugio de perseguidos y falsificación de moneda y documentos para ayudar a causas revolucionarias.
Conoció muchas cárceles y por ello, siempre mostró solidaridad hacia los presos políticos vascos y la causa que les había llevado a prisión. Tras conocer su muerte, Arnaldo Otegi dijo de este referente del anarquismo vasco que fue «un amigo, un compañero de sueños y luchas».
Urtubia fue ante todo un revolucionario y así su entrega, generosidad y valentía le hizo estar junto a otros personajes que costará borrar de la historia como Che Guevara o el líder de los Black Panthers Eldridge Cleaver. Su estafa a través de unas falsificaciones de cheques de viaje al estadounidense First National Bank, en la actualidad Citybank, que le permitió «expropiar» 20 millones de euros de la época para financiar su causa, bien merece su capítulo en esa historia. Aquella «hazaña», que le convirtió en un personaje conocido a nivel mundial, le valió el apodo de «Bandido bueno» y el de «Zorro vasco».
Es verdad que el cascantino huyó de esa imagen de héroe que se le atribuía. «Los gestos heroicos van de la mano de errores graves y cuando se mitifica a una persona se tiende a santificar incluso sus errores», repetía.
Nunca se rindió y animó siempre a la rebelión, especialmente a los jóvenes. «Hay que comprometer a la juventud para que sea ella la que participe, la que cambie la situación política y no esos jerifaltes que están en ministerios y gobiernos, y a los que tenemos que expulsar, porque no saben hacer nada. Unos gobiernos que no sé si no hacen las cosas bien porque no saben o porque no quieren», sostenía.
No pocas veces, ante decenas de jóvenes reunidos para escuchar sus vivencias en gaztetxes u otros espacios, les decía que no solo se trata de trabajar, «se trata también de vivir, de compartir, de crear».
A pesar de los años, mantuvo su militancia libertaria. «Envejecer es la vida», recordaba para apostillar que de la única gente que tenía «celos» era de la juventud. «Es que me gustaría ser joven porque este mundo se puede cambiar, estoy más convencido que nunca que este mundo se puede cambiar. ¡Y claro! Yo querría ser joven para beneficiar a los jóvenes de mi historia de lucha, decirles todo lo que se puede hacer», explicaba.