Daniel GALVALIZI
Elkarrizketa
MARCOS CARBONELLI
EXPERTO EN EL AUGE DEL EVANGELISMO

«Los evangélicos suplen con un trabajo de hormiga la ausencia del Estado en Latinoamérica»

El investigador Marcos Carbonelli explica en su libro “Los evangélicos en la política argentina” el salto demográfico de los feligreses del pentecostalismo en el país sudamericano y las diferencias con Brasil, emblema de cómo los evangelistas asaltan el poder. La cultura del desapego y el individualismo, claves de su ascenso.

El movimiento evangélico tiene su epicentro mundial en América Latina. Su proporción es minoritaria respecto al total y el catolicismo se mantiene como mayoría cómoda en todos los países. Pero lo notable es el incremento cuantitativo de este sector en países de tradición secular como Argentina y sus consecuencias políticas.

Allí, en la última década, la feligresía evangélica creció nada menos que 60%: si en 2008 representaban el 9% de la población, en 2019 ya eran el 15,3%, trepando al 20% en menores de 29 años, según la encuesta de creencias religiosas del Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas argentino (Conicet).

Sin embargo, el emblema del crecimiento evangélico es Brasil. Según una encuesta de Datafolha de principios de año, un 31% de los brasileños se adhiere al evangelismo y los católicos caen al 50%. Si hace 80 años había un evangélico por cada 35 católicos, hoy la relación es uno por cada 1,6. De seguir esta tendencia, en 2032 los apostólicos romanos dejarán de ser la primera minoría, siendo superados por los evangélicos.

En el gigante latinoamericano el poder demográfico evangélico es palpable en la esfera política: el presidente, Jair Bolsonaro, fue aupado por ellos y muchos evangélicos ocupan altos cargos –el nuevo ministro de Justicia y Seguridad, André de Almeida, es un pastor presbiteriano– y sobran fotos del jefe de Estado siendo bendecido por pastores en teatros de Rio de Janeiro.

Pero Brasil no es el único caso en el que los evangélicos ganan terreno en la política: en Costa Rica, el evangelismo obtuvo en 2018 varios escaños en el Congreso y su candidato a presidente, el cantante Fabricio Alvarado, logró competir en la segunda vuelta presidencial y, si bien fue derrotado, alcanzó un histórico 39,4%. El fenómeno también se da en Colombia, donde ya hay tres senadores de partidos evangélicos cercanos al uribismo. Y en El Salvador, su proporción es la mayor del subcontinente: ya son el 39%.

El ascenso evangélico repercute negativamente en la aplicación de algunos derechos sociales, como el matrimonio igualitario, el aborto o la eutanasia. Cuando los poderes públicos se abocan a debatir estos temas, el evangelismo se activa y muestra su envidiable capacidad de movilización.

El crecimiento de este sector en Argentina depara preguntas, sobre todo cuando se le mira en el espejo brasileño. El peronismo y su raigambre sería uno de los hechos por los que Argentina se diferencia en este asunto de su populoso socio del Mercosur, según explica en entrevista con GARA el investigador del Conicet y profesor de Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires Marcos Carbonelli, quien acaba de publicar un libro basado en su tesis doctoral: “Los evangélicos en la política argentina: crecimiento en los barrios y derrotas en las urnas”.

¿Cómo está el movimiento evangelista hoy en Argentina?

Iglesias (no católicas) existen casi desde la independencia. En 1825 hubo un acuerdo para que los residentes franceses e ingleses puedan vivir sus cultos libremente, pero en el siglo XX, cuando el catolicismo se fusionó con la identidad nacional, fueron muy perseguidas. Con la democracia esto se relaja y se puede ejercer más libremente el culto evangélico y se da el despegue cuantitativo, llegando a más del 15% de los argentinos en 2019, en su enorme mayoría pentecostales. Otras religiones minoritarias son los mormones, los adventistas y los Testigos de Jehová, a las que se considera paracristianas con poca relación con otras. El pentecostalismo es fuertemente carismático, lo milagroso está muy presente en la cotidianidad de las personas, se hace énfasis en la cuestión corporal y la liturgia incluye mucho canto. De hecho, hay una gran industria de consumo de música cristiana con epicentro en Miami.

Parece ser un fenómeno meramente americano, ¿es así?

Bueno, hay una megaiglesia pentecostal en Corea del Sur. Son fuertes en EEUU y también tienen presencia en África. En Europa han tenido poco éxito y lo que suele haber allí es por las comunidades latinas emigradas. Pero, sin duda, su gran bastión demográfico es Latinoamérica, especialmente Brasil y los países centroamericanos.

¿Por qué el título de su libro es «crecimiento en los barrios y derrota en urnas»?

En Argentina, el crecimiento demográfico fuerte de estas iglesias no tiene correlación directa en su crecimiento político. Hay un preconcepto de que el creyente evangélico es un ser disciplinado que reproduce todo lo que la Iglesia le pide incluso en su comportamiento político y en Argentina no se dio así, por lo que hasta ahora no hubo un correlato electoral. Además, si bien los evangélicos crecieron, también han crecido mucho los indiferentes religiosos, que son casi el 20%, la segunda minoría. A nivel local, hubo casos de pastores de comunidades grandes que intentaron ser alcaldes o se mezclaron en estructuras más tradicionales, como el peronismo o el PRO (partido del expresidente Macri), pero no más. Además, los argentinos cuando votan rara vez piensan en la religión del candidato, no es la forma en que funciona.

¿En que se visualiza el poder político evangélico?

En dos grandes cuestiones. La primera es en cómo funcionan en los barrios populares como intermediarios entre el Estado y la gente. Tienen un gran experiencia al abordar la problemática del consumo de drogas en los sectores populares. En los años 70 comenzaron con las famosas comunidades terapéuticos autogestionadas y ganaron legitimidad entre las familias de los drogadependientes de sectores vulnerables. Además, la organización es horizontal, el pastor es un vecino más y eso ayuda a generar confianza, el vinculo social está muy trabajado. Muchas personas vulnerables saben que cuando hay un hijo perdido por la droga, se lo pueden llevar al pastor, que además le conseguirá un trabajo. Hay una trama de redes sociales muy fuerte y explica su eficacia simbólica. La otra gran cuestión es su trabajo en las cárceles. Producen vínculos y tramas solidarias que explican su reproducción.

¿Se puede asegurar que a pesar de su crecimiento, en Argentina no ocurrirá lo de Brasil o Costa Rica?

Un dique para el evangelismo en Argentina es la relación histórica entre el peronismo y la Iglesia católica. Además, el peronismo como identidad política en sectores populares y ‘partido del orden’ es un elemento que impide otro avance, termina garantizando que no emerjan liderazgos religiosos como el de Bolsonaro. En Brasil no hay algo paralelo a esto, una identidad tan longeva con tanta identificación. Hay consensos construidos en la transición democrática argentina que también funcionan como diques.

Pero en el debate sobre la legalización del aborto en 2018 se hizo sentir el poder evangélico…

En ese momento hubo una alianza interreligiosa entre las cúpulas evangélica y católica en la que el cristianismo en sentido amplio se unió para oponerse. Se dio mucho en la calle y en los medios, curas y pastores. Fue una novedad que se muestren juntos y pone de manifiesto su nueva legitimidad sociopolítica. La Iglesia ve que tiene que sumar al evangelismo para combatir el avance de lo que no está de acuerdo, está claro su poder de movilización y de presión callejera. De hecho, el papa Francisco, por cómo piensa geopolíticamente el rol de la Iglesia, es de la idea de sumar porque ve al adversario no en el competidor sino en las ideologías seculares, feministas, las que hablan de ausencia de Dios.

Sobre el caso Brasil, ¿por qué el evangelismo logra tanto poder?

Tiene que ver con cómo está construido el espacio político, con una historia de sincretismo y movilidad religiosa y que la Iglesia no tenía tanta participación en los engranajes del Estado. Históricamente se habilitó que otras congregaciones y el sincretismo tuvieran mayor reproducción. Allí la posibilidad de convertirse es más común, lo que se denomina el costo de la disidencia. También el sistema de partidos y de identidades políticas es diferente y habilitó el crecimiento evangélico. El fuerte federalismo influye igualmente, porque el peso de las elecciones locales son muy importantes y las iglesias evangélicas forman ligas y trabajan mucho a nivel local. En Rio de Janeiro las iglesias actúan como partidos paralelos, catapultan candidatos y les hacen seguimiento. Hay mucha profesionalización de la interfaz política de las iglesias. Hasta Lula da Silva lo tuvo en cuenta, su primer vicepresidente era conservador y evangélico.

¿Hay ejemplos parecidos en el resto de Latinoamérica?

Cuantitativamente tan fuertes no, pero sí hay países donde tienen fuerte influencia. En Colombia, por ejemplo, los evangélicos tuvieron una participación muy fuerte por el ‘No’ en el referendo sobre las FARC. En Nicaragua, el sandinismo de Daniel Ortega se convirtió al evangelismo. En Centroamérica, el fenómeno es fuerte, hay una lectura negativa de la experiencia armada en los sectores populares y hubo muchos católicos vinculados a la insurrección, que Juan Pablo II se encargó de aplastar. Pero tampoco la experiencia de Brasil es fácil de exportar por una cuestión cultural; en Argentina, por ejemplo, los intentos de evangélicos brasileños no tuvieron éxito porque no gustaba su parafernalia y su estilo estridente, a nivel local lo veían como algo de secta. Un éxito cultural del pentecostalismo es lograr establecer puentes culturales en cada país.

El evangelismo no para de crecer demográficamente en América. ¿A donde acabará esto?

Es difícil decir que ha encontrado su techo. Experiencias como la de la pandemia muestran los límites del relato moderno del bienestar y la salud, recuerdan la fragilidad humana y hay relatos religiosos más eficaces que otros para estas situaciones. El catolicismo tiene un problema para encontrar su lugar en la modernidad y el evangelismo lo encuentra más fácil, ya es más moderno per se porque se creó en Estados Unidos a comienzos del siglo XX, y su trabajo con los sectores vulnerables, en la contención de mujeres víctimas, en las cárceles, con los drogadependientes... ese trabajo de hormiga en el tejido social ante la retirada del Estado y de los partidos es clave.