Catalunya celebrará el viernes una Diada que, como casi todo, estará marcada por la pandemia. Este año los actos multitudinarios han dejado paso a acciones mucho más simbólicas para evitar aglomeraciones. La organización han preparado pequeñas concentraciones con las que señalará lugares emblemáticos del poder del Estado español en Catalunya que los independentistas aspiran a reemplazar. Una denuncia de la imposición española, sin las grandes movilizaciones de otros años, pero con un profundo contenido político.

Es indudable que la pandemia marca el paso a la política, pero no por ello el Estado español ha frenado la represión. A los presos del procés se les ha suspendido recientemente el tercer grado; los exiliados siguen fuera y perseguidos judicialmente y las detenciones e imputaciones no cesan. Incluso el presidente de la Generalitat, Quim Torra, fue condenado por desobediencia y está a la espera de que la sentencia sea firme. A falta de argumentos y voluntad para encarar una salida democrática a los anhelos de libertad de Catalunya, el Estado español sigue blandiendo la porra: mucha retórica y ningún movimiento.

Por otro lado, el movimiento independentista carece, en este momento, de una estrategia compartida que le permita retomar la iniciativa y avanzar hacia la independen0cia. El debate sigue vivo entre aquellos que priorizan la vía del diálogo frente a aquellos otros que quieren dar mayor relieve a la confrontación con el Estado, y el cada vez más cercano horizonte electoral tampoco resulta un terreno propicio para el acuerdo. A pesar de los desencuentros y las contradicciones entre los partidos políticos, el apoyo social se mantiene y presiona para que se avance.

En cualquier caso, y por encima de las dificultades, Catalunya sigue siendo el mayor espejo del carácter autoritario del Estado, como ha dejado de manifiesto recientemente su Parlamento, al ser el único del Estado que ha reafirmado su rechazo a la monarquía. Con Catalunya siempre.