Floren Aoiz
@elomendia
JOPUNTUA

Los tres cerditos y el virus feroz

No creo que necesario recordaros el famoso cuento de los tres cerditos. Os preguntaréis, en cambio, qué pinta en esta versión el virus, aunque seguramente ya habréis imaginado que es una transposición del lobo feroz. Debo confesar que todo esto es solo una excusa para ir más allá de las interminables discusiones sobre mascarillas, confinamientos, culpabilidades y vacunas, aprovechando unas imágenes muy arraigadas en nuestras mentes para llamar la atención sobre las cuestiones estructurales que una y otra vez se ocultan o se minusvaloran en este tiempo de pandemia.

Podemos pasar mucho tiempo hablando de las malas intenciones del lobo-virus, pero su éxito, en definitiva, depende de las resistencias que encuentra a su paso. No me refiero solo a las medidas concretas tomadas una vez estallada la crisis, sino a los efectos acumulados de las decisiones tomadas en las décadas anteriores. Y es que no es lo mismo confinarse en una casa de paja que en una de piedra. No es lo mismo disponer de un sistema sanitario puntero con un apoyo político y presupuestario decidido que tener que apilar a la gente en los pasillos de los hospitales porque los recortes han limitado los recursos. No es lo mismo tener una estructura preparada para rastrear contagios que movilizar militares. No es lo mismo planificar un nuevo curso con medios suficientes que dejarlo todo en manos de la improvisación.

Yo no tengo una respuesta a la pregunta de por qué el virus está castigando de este modo a la sociedad vasca, pero creo que más allá de las tentaciones de buscar chivos expiatorios (el ocio, la juventud, las vacaciones, las reuniones familiares...) esto nos invita a replantearnos la imagen que teníamos sobre nuestra propia casa, que creíamos de piedra, pero está resultando ser de paja, como mucho, de madera apolillada. Lo llamaban oasis y, desde luego, no lo es. Ni siquiera hace falta que os hable de la moraleja del cuento, ¿verdad?