Raimundo Fitero
DE REOJO

Esa hora

La sensación de entrar en el invierno se sustancia con el regalo de una hora, que como algunos piensan, ¿para qué necesita este maldito año una hora más? ¿Dónde está esa hora, de dónde sale, cómo se guarda para que de repente todos nuestros aparatos se pongan de acuerdo en marcar la misma hora, disminuida, atrasada o adelantada? A los que escribimos cada día, estos cambios horarios nos llevan al cajón de los tópicos dos días al año. De alguna manera nos proporcionan inspiración cargada de prejuicios e ignorancias. En tiempos de pandemia cada hora de más o de menos, es una historia interminable. Una hora que no sabemos si es corta o larga. Las horas tienen sesenta segundos, pero en ocasiones son eternas y en otras un suspiro.

Situémonos: el fútbol no es suficiente escapatoria. Las gradas vacías producen angustia. No íbamos a los campos, lo vivíamos desde lejos, pero ahora ese ruido ambiente ficticio nos transforma todo ese ceremonial en algo distante, extraño, como si no fuera con nosotros. Ni los resultados nos importan demasiado. Se esfuerzan comentaristas, cronistas y demás agentes de propaganda, pero el fútbol como las artes escénicas, deben ser en vivo y en directo y la retransmisión televisiva es para completar los presupuestos y para lograr la alienación total y absoluta. Y si no podemos ir ni siquiera a verlo al bar, el fútbol es un fantasma que recorre el Universo.

Hay convocado consejo de ministros y van a declarar, al parecer, un estado de alarma, pero sin mando único centralizado, lo gestionará cada comunidad autónoma como le dé la gana. Un caos mayúsculo. ¿No será mejor cerrar todo, es decir todo, diez días, cortar la expansión y volver poco a poco desde una situación sostenible? Me da la impresión de que, con tantas restricciones timoratas, la Covid-19, se encuentra en su salsa.