EDITORIALA
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Biden aterriza en el lodazal de Trump

Aunque el poder entre las grandes potencias mundiales esté más repartido que hace unas décadas y el multilateralismo se haya convertido en obligación, las elecciones de un país concreto llamado Estados Unidos siguen acaparando la atención de todo el planeta. El morbo derivado de la inefable (ojalá irrepetible) figura de Donald Trump les ha añadido un plus de atracción esta vez. En los cinco días de recuento entre un magma de anacronismos, presiones, cambalaches, confusión y cómo no fake news, EEUU ha quedado retratado como lo que es hace mucho tiempo: un gigante con pies de barro, ya auténtico lodo tras los lixiviados tóxicos que deja el magnate.

Joe Biden, presidente electo, no ha llegado al cargo precisamente dispuesto a asumir que el rey va desnudo. La apología del sistema lo confirma como el hombre del establishment que siempre fue y la exaltación patriótica no difiere de la de Trump aunque no guste de grabarse «Make America great again» en una gorra de golf. Con todo, está claro que ni en forma ni en fondo es Trump y es evidente que tendrá que maniobrar rápido y contundentemente para dejarlo claro ante el mundo: volver al consenso contra el cambio climático (Acuerdo de París) o contra la pandemia (OMS) no admiten discusión y tampoco dilación. Y hay muchas más cosas que Biden va a tener que rehacer: ahí está su oportunidad, puede hacerlo simplemente para volver a lo anterior o para crear un nuevo futuro.

Cuando Obama aterrizó en el avispero bélico de Bush las previsiones de un giro radical quedaron finalmente más en buenos deseos que en realidades. Ahora que Biden pone los pies en la fosa séptica de Trump podría ocurrir lo mismo, pero también es cierto que le resultará inevitable emprender una limpieza a fondo. Los lodos de estos cuatro años han engordado en parte con los polvos dejados en décadas anteriores, pero el mundo no entendería que los lodos de Trump vuelven a ser los polvos de Biden.