Karlos ZURUTUZA, Stepanakert, Nagorno Karabaj
GUERRA EN NAGORNO KARABAJ

DRONES CASEROS CONTRA KAMIKAZES ISRAELÍES

LA BATALLA MÁS DESIGUAL SE LIBRA EN NAGORNO KARABAJ. DESDE SUS REFUGIOS SUBTERRÁNEOS, LOS ARMENIOS CERTIFICAN QUE LAS VICTORIAS DEL PASADO DE NADA SIRVEN EN UNA GUERRA CONTRA UN ENEMIGO DEL SIGLO XXI.

Gego parece un tipo muy franco, tanto que incluso reconoce abiertamente que lo que hace difícilmente puede alterar de alguna manera el curso de la guerra. Ha combatido ya en tres, y todas contra el mismo enemigo: un vecino azerí que reclama un territorio que perdió a comienzo de los 90. La segunda guerra de Gego, la de abril de 2016. Alguien le pidió entonces que fabricara unos drones caseros que pudieran sobrevolar las líneas enemigas con una cámara y, a ser posible, también con alguna pequeña bomba.

«Empezamos a hacerlos en 2016, pero aquellos enfrentamientos fueron cosa de unos pocos días y no nos dio tiempo a probarlos», recuerda este hombre cano y menudo de 46 años desde algún lugar de Stepanakert, la capital de Nagorno Karabaj. Los ingenios caseros descansan sobre el suelo, con las alas cuidadosamente protegidas por bloques de poliespán. Gego camina entre ellos mientras explica que son sencillos de construir, que bastan un tubo de una aspiradora para el fuselaje y unas piezas de fibra de vidrio para las alas. Los componentes más complicados, cosas como el GPS, llegan desde China vía AliExpress, uno de los gigantes entre los servicios de mensajería mundial.

«Seguimos sin haberlos podido probar, veremos si nos da tiempo», suelta el armenio, con una media sonrisa que se abre tímida entre la impotencia y el bochorno. Es un gesto comprensible, sobre todo cuando no muy lejos del taller descansan los restos de lo que, dicen, era un dron israelí avión no tripulado. «Hemos sacado la cámara y la electrónica, pero estamos seguro de que es un Harop, uno de esos drones kamikazes». Ahora es Bilad el que habla, un joven de barba cuidadosamente recortada bajo unas profundas ojeras. Son ya demasiadas semanas sin apenas pegar ojo.

Fue en la mañana del 27 de septiembre cuando Bakú lanzó su ofensiva sobre Nagorno Karabaj, un enclave en territorio oficialmente azerí al que los armenios también se refieren como «Artsaj». Es el conflicto más longevo desde el colapso de la URSS, y hoy se viven los enfrentamientos más importantes desde entonces. Pero un Ejército armenio convencional apenas puede hacer frente a un enemigo invisible capaz de arrasar pueblos y ciudades desde el cielo. Azerbaiyán está actualmente golpeando con fuerza sobre el Shushi –«Shusha» para los azeríes– una localidad estratégica en el corredor de Lachin que conecta el enclave con Armenia. Es el lugar perfecto para cortar los suministros (ocurrió el pasado día 4), y también para bombardear Stepanakert.

En Shushi, los perros ladran con el ruido de las explosiones entre los escombros que se acumulan según pasan los días. La destrucción de la histórica iglesia de Ghazanchetsots (el 7 de octubre) allanó el camino para una cadena de ataques que incluyen objetivos militares además de bloques de apartamentos, escuelas, hospitales, mercados, o el teatro donde Gevor hacía espectáculos de marionetas.

«¡Rifles contra drones!», espeta este chaval de 25 años hoy escondido en un sótano de Sushi. «¿Cómo puedo defender a mi familia de un enemigo como este?», añade, señalando el Kalashnikov sobre el colchón donde pasa todas las noches. Su esposa y su hija de dos años huyeron a Ereván la semana pasada, justo cuando los ataques aéreos se convirtieron en una rutina. De hecho, hoy solo quedan los hombres en Sushi. Como Samvel, quien, a sus 51, también luchó en la guerra de principios de los 90 que llevó a la ruptura de facto del enclave de Bakú. Hoy, sin embargo, «es otra cosa»:

«Era un combate cuerpo a cuerpo, todo estaba sobre el terreno y siempre sabías dónde estaba el enemigo», recuerda, justo mientras busca un paquete de tabaco que se resiste a aparecer entre un amasijo de mantas. Dice que no es solo Azerbaiyán, sino también Turquía. Y que Israel se ha unido al grupo.

 

Un tema espinoso

El Ministerio de Defensa azerí informa a diario con imágenes que muestran objetivos militares destruidos por armas de alta precisión. Se trata de vídeos generalmente grabados desde drones turcos Bayraktar, o Harop israelíes, cuyo uso ha sido no solo probado, sino también reconocido por Bakú.

GARA remitió las fotografías de los restos del supuesto dron israelí de aquel sótano de Stepanakert a Wim Zwijnenburg, experto en armas y coordinador del Foro Europeo sobre Drones Armados. El investigador, que ha estado trabajando sobre los drones durante la última década, concluyó que los restos confirman al Harop como un «candidato probable» según las partes del ala que se muestran en las imágenes. Según Zwijnenburg, se trata de artefacto fácil y barato de producir, pero capaz de encontrar objetivos a través de ondas de radar o radio antes de embestirlos con gran precisión. «El sonido que emite durante el descenso también está pensado para provocar un fuerte impacto psicológico sobre el enemigo», matiza el experto.

El uso de los kamikazes israelíes también ha sacudido las relaciones diplomáticas entre Armenia e Israel. Pocos días después del comienzo de la ofensiva, la venta de armamento a Bakú llevó a Ereván a retirar a su embajador en Tel Aviv. No es para menos: datos recogidos por el Instituto Internacional de Estocolmo de Investigación de la Paz demuestran que Israel ha sido el principal proveedor de armas a Azerbaiyán en los últimos cinco años después de Rusia.

 

Victoria o muerte

La guerra sigue cebándose sobre una población cuyas mujeres y niños han sido evacuados hasta Armenia prácticamente en su totalidad. Un informe recientemente publicado por la Chatham House (Think Tank de asuntos internacionales) denunciaba que miles de casas y numerosas infraestructuras civiles han sido afectadas por los incesantes bombardeos. El acceso humanitario al enclave es una prioridad urgente», destacaba dicho informe. Hasta la fecha, el Ministerio de Defensa de Nagorno Karabaj ha reconocido más de 100 bajas militares y en torno a medio centenar de civiles. Azerbaiyán no da cifras de sus soldados caídos, pero estima en 91 los civiles muertos bajo las bombas armenias. Rusia apunta a que el número total de víctimas mortales desde el inicio de la ofensiva supera las 5.000 personas.

Mientras se intenta despejar la ecuación de las bajas, sendos ministros de Exteriores de Armenia y Azerbaiyán se reunían en Ginebra el pasado 30 de octubre, en un encuentro en el que ambas partes se comprometieron a evitar objetivos civiles. Los tres intentos anteriores de conseguir un Alto el Fuego habían fracasado, y el cuarto no sería una excepción. Durante la última semana, los karabajíes se han hacinado en los microbuses que los habrían de sacar del enclave antes de que el avance azerí cortara la carretera con Armenia, algo que finalmente ocurrió el pasado día 4. Los que se quedan aguantan bajo tierra, sobre todo aquellos con un perfil tan alto como Suren Sarumyan. Es el portavoz del Ministerio de Defensa de Artsaj. No puede hacer comentarios sobre ayuda militar que supuestamente llega desde Moscú, pero dice que la moral entre sus soldados es «alta»; que el corte de la carretera de Lachin se debe a «una operación de limpieza contra comandos azeríes» y que tienen que ganar, porque, de lo contrario, «será una limpieza étnica».

Por el momento, soldados armenios, muchos de ellos armados con los mismos Kalashnikov bregados en la guerra de los 90, se enfrentan a un Ejército azerí entrenado por Ankara y respaldado por la última tecnología turca e israelí. Es David contra Goliat, pero esta vez es el segundo que lidera las apuestas.

El pasado sábado, las autoridades locales procedieron a la evacuación de los últimos civiles en Stepanakert: al día siguiente, Ilham Aliyev –presidente de Azerbaiyán–, anunciaba «la liberación de Shusha», algo que los armenios acababan admitiendo al cierre de esta edición.

«Nuestro mayor enemigo ha sido siempre el optimismo, pensar que estábamos preparados para una nueva guerra», resumía Gego desde su taller de drones caseros. Se oye la cuarta alarma de bombardeo del día sobre una ciudad casi fantasma y un vetusto Lada Zhiguli acelera sobre una avenida desierta. A su izquierda, miles de armenios hacen el signo de la victoria en un mural que cubre una foto en blanco y negro

La guerra más asimétrica

Si bien la tecnología israelí parece una de las bazas principales del lado azerí, el equipamiento que recibe Bakú desde Turquía tampoco le va a la zaga. Fue un acuerdo firmado entre Ankara y Bakú el pasado mes de junio el que hizo llegar hasta el Caspio los drones Bayraktar. Fabricados por la compañía turca Baykar, dichos aviones no tripulados pueden volar a una altura de 8000 metros –algo que hace muy difícil su detección– y durante 27 horas de forma ininterrumpida, transportando una carga de cuatro misiles. Antes de llegar al Cáucaso, los Bayraktar ya surcaron los cielos de Libia y Siria, provocando estragos en los ejércitos del general Jalifa Haftar y el presidente Bashar al Assad respectivamente.

Tras el inicio de la ofensiva sobre Nagorno Karabaj también se han convertido en la pesadilla de las fuerzas armenias sobre el terreno: desde sus posiciones defensivas –la mayoría de las cuales datan de los años 80– hasta tanques y artillería, además de objetivos civiles. Tras los enfrentamientos de abril de 2016, Moscú entendió que tenía que suministrar a Armenia el mismo armamento que llegaba a Azerbaiyán para equilibrar la balanza, algo que supuestamente, está haciendo durante las últimas semanas. Por el momento, el caduco armamento ruso de los armenios poco puede hacer contra los misiles y los drones turcos e israelíes.K.Z.