Martxelo DÍAZ
MEMORIA HISTÓRICA

TRIÁNGULO DE LA MUERTE, 40 AñOS RECORDANDO A LAS VÍCTIMAS

Hoy, 14 de noviembre, se cumplen 40 años de la muerte de Joaquín Altimasberes, una de las víctimas del llamado Triángulo de la Muerte que acabó con la vida de siete vecinos de Andoain, Hernani y Astigarraga. GARA ha hablado con familiares de las víctimas hernaniarras de la extrema derecha.

Juan es hermano de Joaquín Altimasberes, muerto por elementos de extrema derecha cuando regresaba de Urnieta el 14 de noviembre de 1980. Mari Jose Aizpurua es sobrina de Felipe Sagarna «Zapa», a quien mataron en Hernani el 19 de abril de 1980. Trini Cuadrado es la viuda de Miguel Mari Arbelaitz, muerto el 7 de noviembre de 1980, cuando regresaba de las fiestas de Zikuñaga. Ana Isabel Elizondo es la hermana de Miguel Mari Elizondo, al que también mataron el 7 de noviembre cuando volvía de Zikuñaga junto a Arbelaitz. Cuarenta años después, GARA ha recogido su testimonio.

La macabra lista del Triángulo de la Muerte se completa con Tomás Alba, concejal de HB en Donostia al que mataron el 28 de setiembre de 1979 en Astigarraga; José Ramón Ansa, muerto el 6 de mayo de 1979 en Andoain; y con Francisco Javier Ansa, al que mataron el 3 de marzo de 1981. Todas las muertes se atribuyen a los ultraderechistas Ladislao Zabala e Ignacio Iturbide.

«Yo estaba durmiendo y llamaron al timbre. Cuando me desperté, pensé que se había olvidado las llaves. No era consciente de la hora ni de nada. Miré por la mirilla y vi a sus primos. Abrí la puerta y pasaron a la cocina. Me dijeron que a Miguel lo habían tiroteado. Entonces, me lo imaginé en la Residencia. Pero me dijeron que había muerto. Estábamos en casa solas mi hija, que tenía 18 meses, y yo. Llamé a mis padres, que da la casualidad que vivían cerca de donde le mataron. Mis padres tuvieron que pasar por allí para venir a mi casa. De aquel día casi no recuerdo nada, porque me quedé mal. Solo recuerdo que me llevaron a identificar el cadáver y allí ya fui consciente de que estaba muerto. Luego, tengo recuerdos del Ayuntamiento, de cuando estaba allí y lo vi en la caja. Pero no tengo muchos recuerdos de aquellos días», relata Trini Cuadrado.

«Lo peor fue el día a día con mi hija, que me preguntaba ‘¿aita?’. Igual, llamaban al timbre y decía ‘aita!’. Tuve que ir a vivir con mis padres otra vez porque no podía estar sola en ese piso. Estuve muy mal. Pero empecé a trabajar rápidamente porque le dije al médico que no quería estar en casa. Da la casualidad de que él trabajaba en la misma empresa. Allí también tenía un montón de recuerdos. No pudimos vivir mucho tiempo juntos. Nos casamos en 1978. En 1979 nació mi hija y en 1980 lo mataron. Llevábamos tres meses viviendo en el piso. Me quedé con una hipoteca y una hija, sin saber qué iba a ser de mí. Fue muy duro levantar cabeza, pero gracias a mi hija pude seguir adelante porque ella es la que me dio las fuerzas necesarias. La mala pata es que hace ya doce años que vive fuera porque aquí no tenía trabajo. Vive en Malta. Gracias al teléfono y a las videollamadas…», añade.

«Mi hermano Luis Mari era un chico joven. Tenía 32 años. Era muy de cuadrilla, de juerga, de cachondeo. Era carnicero, de toda la vida. Trabajaba en Hernani, en la carnicería de al lado de donde mataron a Zapa (Felipe Sagarna). Era una persona muy graciosa, alegre, joven. En aquella época eran unas cuadrillas enormes. Cuando pasó esto habían tenido una cena, que era una despedida; era una cena con mucha gente en las fiestas de Zikuñaga. Era un tío muy majo. Al menos para mí y me imagino que también para la gente que le conocía. Era muy cachondo, siempre estaba riéndose. Además, tenía una risa como de Olentzero», cuenta Ana Isabel Elizondo.

«Era muy alegre, muy alegre. Para él, la música era muy importante. En cuanto podía cogía su caja y salía a tocar. No se perdía ninguna fiesta ni nada. Le gustaba mucho juntarse con sus amigos, ir a la sociedad, cenar, comer con ellos, dar unas vueltas por el pueblo, el poteo… Incluso solía cerrar la zapatería en la que trabajaba remendando los zapatos para poder ir a tocar con Los Incansables», recuerda Mari Jose Aizpurua a su tío Felipe Sagarna «Zapa».

«Éramos cuatro hermanos. Mi madre había fallecido y mi padre no vivía con nosotros. Como éramos jóvenes, cada uno iba a un punto. Era un chico que, como a toda la juventud, le gustaba mucho la juerga. Salía en todas las fiestas, con el acordeón, con la pandereta, por Hernani. Iba a jugar a cartas. Se movía mucho. Hasta que un día, como otro cualquiera, se fueron a Urnieta con un tal Etxeberria, que era primo, un tal Andrés. En el alto de Urnieta había un bar, como una especie de club o algo parecido. Los que salían de ahí le siguieron. Vino hasta los Salesianos, en Urnieta. Creo que fue a las tres de la mañana. Me acuerdo que era un noviembre con un frío tremendo. Le habrían parado, él creería que era un amigo que le iba a traer en coche. Y parece ser que le metieron el tiro a bocajarro», cuenta Juan Altimasberes.

Cuatro décadas y sigue doliendo

Han pasado cuarenta años desde que se produjeran estas muertes, pero para sus allegados siguen doliendo como el primer día. «Cuarenta años hizo en setiembre. La verdad es que fue terrible. Han pasado cuarenta años y cada vez nos afecta un poco más. Imagínate que te despierten a la mañana diciéndote que han matado a tu hermano y encontrarte con todo ese panorama. Entre que reaccionas y no reaccionas… Es muy duro, muy duro. Yo era una chavala, con 16 años. Cumplí 17 años el día en que enterramos a mi hermano. No se puede explicar. Es algo que todavía hoy en día no se puede explicar, después de cuarenta años. Habrá gente que dirá ‘cuarenta años’, ‘¿de qué están hablando?’. El sentimiento, en parte, es el mismo que el del principio. Es como si parte de ti se quedará en aquel entonces y esa parte sigue sufriendo igual», recuerda Elizondo.

«Ha sido duro. Son cuarenta años y la gente dirá que puede estar como olvidado después de tanto tiempo. No. No se olvida y el dolor sigue ahí. Las heridas se van curando, pero no del todo. Por lo menos esta no», coincide Aizpurua.

Hacer daño al pueblo

Ninguno de los cuatro vecinos de Hernani se caracterizaba por una militancia destacada, al margen de las luchas sociales y nacionales que se daban en Gipuzkoa en 1980. Todos ellos tienen un perfil de personas arraigadas en Hernani y con una vinculación a la música. Sus allegados coinciden en señalar que se buscaba castigar a todo el pueblo. «Fue un golpe duro no solo para la familia, sino para todo el pueblo porque era una persona muy conocida, muy agradable, muy buena. Era muy querido en el pueblo. Creo que en el caso de Zapa fueron a hacer daño al pueblo, a acallar de alguna manera la lucha que siempre ha llevado el pueblo de Hernani. No lo consiguieron. Sí que consiguieron crear un dolor muy gordo, muy grande, pero no consiguieron que la lucha acabara. Ha pasado mucho tiempo pero cada día que pasa, cada año, es más difícil volver a hablar de él», explica Aizpurua.

«No eres consciente hasta que no te pasa. Luego te das cuenta de que tienes miedo de salir a la calle. Sí que notaba que Miguel tenía miedo para salir. Pero no se cortaba. Iba a cenas. Lo mataron cuando venía de la despedida de un amigo. Pero la verdad es que yo no era consciente de lo que pasaba en Hernani hasta que me di cuenta de cómo estaba la cosa. Iba a trabajar a las cinco y media de la mañana y temía que vinieran a por mí o a por mi hija. Mis hermanos me metieron mucho miedo en el cuerpo porque no la dejaban sola ni un momento. Y todo porque, a mis padres no se lo conté, recibía llamadas. En casa de mis padres, además. Preguntaban por mí y me ponía al teléfono. Me amenazaban. Eran voces de mujer. En aquellos momentos, tenía miedo por mi hija. Me decían ‘te vamos a matar’. Colgaba y a mis padres no les decía nada, pero en mi casa sí que había miedo de que no se hubieran detenido ahí», cuenta Cuadrado.

«Cuando pasó lo de Zapa, te impacta porque le conoces de toda la vida. Lo que menos imaginas es que unos pocos días después te va a tocar vivirlo a ti. Luego volvió a pasar con el hermano de Juan (Altimasberes). Parecía que no iba a parar nunca, que era normal que todo eso pasara en Hernani, que a nosotros nos tocara recibir. Y no tenía ningún sentido, porque era gente que no había hecho nada. Simplemente, eran gente del pueblo a la que le mataban para hacer daño al pueblo. Nos tocó», recuerda Elizondo.

«Es que no te lo puedes creer. Si está metido en algo, se podría esperar algo. Pero lo único que hacían estos era juerga. Y cosas de cartas. Pasárselo bien. ¿Estos? Juerga. ¿En Zikuñaga? Pues a Zikuñaga. ¿En Urnieta? Pues a Urnieta. Antes iban a las fiestas de los barrios, a todos los sitios. Lo que querían era atemorizar en Hernani, simplemente eso», explica Altimasberes.

Se da la macabra coincidencia de que Joaquín Altimasberes estuvo también en las fiestas de Zikuñaga, en las que mataron a Arbelaitz y a Elizondo. Poco después le mataron a él. «Como un mes antes, mi hermano venía de Zikuñaga de fiestas. Vino asustado. ‘Que han matado a fulano y a tal (Miguel Mari Arbelaitz y Luis Mari Elizondo). Hemos visto cómo les han metido un tiro’. Y al poco más de un mes, se cargaron a mi hermano», recuerda Juan Altimasberes.

Olvido institucional

Los cuatro coinciden a la hora de explicar que se han sentido abandonados por las instituciones, exceptuando al Ayuntamiento de Hernani. «Nos hemos sentido abandonados por las instituciones. Los que nos han apoyado siempre han sido los mismos, los del pueblo. Porque los demás, nada, nunca nada, absolutamente nada. No han querido saber nada ni te han apoyado, ni te han dicho nada. El pueblo es el único que siempre te ha apoyado y te ha arropado. El pueblo es el que está siempre», constata Altimasberes.

«Estamos completamente olvidados. Hay un montón de diferencias. A nosotros nadie nos ha venido a decir por qué, ni quién, ni cómo ni nada. Nadie. Yo he salido adelante por mi trabajo y por la ayuda de mis padres. Me quedé con una hipoteca y con una hija para criar sola y nadie vino a decirme nada. Lo que pasa es que en ese momento estás sumida en semejante agujero que no piensas en eso. Pero ves que hay diferencia», señala Cuadrado.

«Yo creo que todos coincidimos en que las instituciones nos han abandonado, por completo. Hará no sé si diez o doce años, el Gobierno vasco nos ofreció ayuda sicológica. Pero ya habían pasado treinta años casi. La ayuda sicológica venía ya muy tarde. Porque nosotros, sicológicamente, nos hemos tenido que recuperar mediante nuestros amigos o nuestra familia», destaca Aizpurua.

Un ejemplo de la falta de sensibilidad institucional hacia estas víctimas son las indemnizaciones que han recibido. El relato es de Ana Isabel Elizondo: «Los asesinatos fueron en 1980. Recibimos una indemnización en 2001, veinte años después. Supuestamente nos indemnizaban como víctimas del terrorismo. Cuando ETA dejó las armas, una de las primeras ideas del Gobierno parece ser que fue intentar tratar a todas las víctimas del terrorismo por igual para buscar cierta normalización. Resulta que nos habían pagado la mitad de lo que habían pagado a todos los demás. Y veinte años después nos han dado la parte que faltaba. Es un poco extraño. Han pasado cuarenta años de los asesinatos y hemos tardado treinta y pico en recibir la indemnización».