Raúl Zibechi
Periodista
GAURKOA

La izquierda en Brasil, ¿tropezón o declive?

Los resultados de la izquierda brasileña en las recientes elecciones municipales confirman una tendencia que comenzó hace por lo menos cinco años, antes incluso que la destitución de la presidenta Dilma Rousseff. Por la importancia que tienen Brasil y el Partido de los Trabajadores (PT) para toda la región, donde fueron y siguen siendo referencia, merece dedicarles un análisis detallado. Los datos no dejan lugar a dudas. El PT no ganó ninguna capital, algo que no sucedía en los últimos 35 años. Consiguió sólo 183 alcaldes de los más de 5.500 en disputa. En 2004 había elegido 411, subiendo a 630 en 2012 y cayendo hasta 254 en las municipales de 2016. Habiendo sido el tercer partido en número del alcaldes cuando el primer gobierno de Lula, sólo por detrás del MDB y del PSDB, esta vez cayó por debajo incluso de pequeños partidos como Republicanos, que alcanzó 211 alcaldías. También cayó el Partido Comunista, de 80 a 45 alcaldías, mientras el PSOL (Partido Socialismo y Libertad), escindido del PT, no consigue despegar pese al buen desempeño de Guilherme Boulos en San Pablo, donde superó el 40% en la segunda vuelta. Más allá de los números, cuentan las geografías. Hace casi dos décadas el PT se debilitó electoralmente en los bastiones donde comenzó su andadura, en las industrializadas regiones del sur y sureste. En Porto Alegre y en San Pablo, ciudades emblemáticas donde puso en marcha el presupuesto participativo, una de las más novedosas iniciativas de la izquierda, ha experimentado notables retrocesos.

Desde que Lula llegó al Palacio de Planalto, los apoyos que la izquierda perdió en el sur los fue ganando en el nordeste, en gran medida gracias a políticas sociales como Bolsa Familia eficaces a la hora de disminuir la pobreza. Bajo el Gobierno ultraderechista de Jair Bolsonaro, que busca disputarle su arraigo en la región más pobre del país aumentando las transferencias monetarias a las familias, el PT también retrocedió en su reciente bastión nordestino. Más grave aún porque no pocos votantes prefirieron la abstención, que alcanzó un récord al rozar el 29% en la segunda vuelta. En total, cuatro de cada diez votantes rechazaron participar en las elecciones, porcentajes que se instalaron desde la destitución de Rousseff y la crisis del PT, y que no parecen cambiar su rumbo ni siquiera para oponerse a la crítica gestión de Bolsonaro.

Llegados a este punto, parece oportuno preguntarnos si el mal desempeño de la izquierda brasileña es un tropezón del que puede reponerse en el corto plazo, o si se trata de un lento y largo declive que la puede llevar a la marginalidad política. Lo que suceda con la izquierda en Brasil puede darnos algunas pistas de lo que sucederá en otros países, ya que el PT fue tanto el inspirador del Foro de San Pablo (los partidos de izquierda latinoamericanos) como de los Foros Sociales (movimientos populares de todo el mundo bajo el lema “Otro Mundo es Posible”).

Si por corto plazo entendemos las elecciones presidenciales de 2022, parece imposible que el PT logre revertir su decadencia que arrastra desde las movilizaciones de junio de 2013. Hay varios factores que permiten confirmar esta hipótesis. Nada indica que el desprestigio del partido y de sus líderes esté en vías de revertirse. Lula luce como un dirigente desgastado que a sus 75 años no parece en condiciones de liderar una remontada, para la cual debería hacer algo más que culpar a la derecha y a ciertos jueces de su condena por corrupción y su prisión, por más injustas que sean. La emergencia de nuevos liderazgos a su izquierda, como es el caso de Boulos, y la fuerza mostrada por el más moderado Ciro Gomes (más centrista que de izquierda), adversario enconado de Lula desde las elecciones de 2018, permiten aventurar mayores conflictos en la zona del centro-izquierda que acuerdos que permitan sumar votos. El papel de Boulos ha sido el más destacado en estas elecciones. Proviene del Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST), que tiene arraigo en San Pablo pero desigual seguimiento en el resto del país. Su trayectoria tiene algunas similitudes con las de Lula, pero ni de cerca tiene el arrastre del ex presidente.

El segundo problema es que el PT, que sigue siendo la fuerza hegemónica en las izquierdas, ya no representa a los sectores más dinámicos de la sociedad. Ese lugar lo ocupan ahora las feministas y en particular las feministas negras y los colectivos LGTB, que consiguieron elegir unos cuantos concejales en las mayores ciudades.

El tercer problema es que la sociedad ha cambiado y lo ha hecho en dirección contraria a los valores de izquierda. El ascenso de la ultraderecha, de las iglesias pentecostales, las milicias paramilitares y el narcotráfico, que controlan los barrios populares, han dificultado el trabajo de base de los movimientos sociales y de las izquierdas. Porque es en las barriadas periféricas donde se juega la base social de los proyectos conservadores y de los progresistas, más que en ningún otro espacio de la sociedad.

Para el pensamiento de izquierda, no resulta nada sencillo aceptar este viraje de la sociedad hacia posiciones individualistas y conservadoras. Mientras la mitad más pobre que no tiene acceso a salud y educación de calidad, que sobrevive en la informalidad, no modifique sus actitudes y valores, la izquierda tendrá enormes dificultades para volver a ocupar un lugar central en las sociedades latinoamericanas.

Sin embargo, el problema mayor es que el trabajo cotidiano en barrios marginalizados y precarios, implica jugarse la vida frente actores armados que cuentan con el apoyo del aparato estatal. La militancia de izquierda está ante opciones éticas de enorme alcance, ya que limitarse a la política electoral lleva a un callejón sin salida a quienes siguen empeñados en cambiar el mundo.