Solemos confiar en el fin de año con la ilusión de que, al tirar a la basura el calendario viejo, nos desharemos también de los males que se le han quedado enredados entre las páginas. Nunca es así del todo, aunque, por suerte, algo de todo lo malo sí que conseguimos dejar atrás.

Pero no se cómo andaremos esta vez. Este jodido 2020, que ya venía retorcido, nos va a dejar activos y danzantes a los virus más nocivos. Se irá, pero no se va a llevar ni uno. El coronavirus, mutante y renovado en su nueva cepa, se lanza a saltar más ágil y más rápido de humano en humano, esparciendo desgracias y aprovechando, todo sea dicho, que a veces se lo ponemos muy fácil.

El racismo, revigorizado por Vox, se destapa hasta el paroxismo y ahí tenemos el triste episodio del autobús de Lanzarote donde lo peor no es que una pasajera exija «¡que se levante la negra!», sino que se muestre convencida de que las autoridades le darán la razón. Y a mí, qué quieren que les diga, ni siquiera me extrañaría que lo hicieran.

Y, con carga vírica de profundidad, la parcialidad y carencia de independencia de la justicia española, lanzada a demostrar a Europa que si Estrasburgo dice que con Bateragune lo hizo mal, es porque no quiso hacerlo peor. Pero ahora sí quiere.

Hay más virus, pero ya no me caben. Jodido 2020, nos los deja todos.