EDITORIALA
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Poner coto a la barra libre de las grandes tecnológicas

Cuando hablamos de la irrupción de las nuevas tecnologías en nuestras vidas –algo que ya venía ocurriendo y que la pandemia ha acelerado de forma espectacular–, a menudo nos encontramos con observaciones contradictorias: nos ofrecen infinidad de ventajas y nos hacen la vida más cómoda, pero al mismo tiempo nos asusta que una máquina pueda llegar a saber más de nosotros que las personas que tenemos a nuestro alrededor.

Creer que, efectiva e irremediablemente, son dos caras de la misma moneda es uno de los grandes éxitos de las grandes compañías que dominan el mercado de las nuevas tecnologías. También ocurrió en el siglo XIX, cuando los avances técnicos que abrieron la puerta a la industrialización llegaron de la mano de modos de producción capitalista. Ni era irremediable que ocurriese así hace dos siglos, ni lo es ahora. Para plantear debates reales y fructíferos, resulta imprescindible establecer una diferencia clara entre las nuevas tecnologías y el modelo de negocio que actualmente las acompaña. Un ejemplo: las nuevas tecnologías han hecho posible monitorizar la movilidad durante los meses de confinamiento de una forma impensable hace solo unos años; por contra, es el modelo de negocio el que permite que sean empresas privadas las que acumulen esta valiosa información, lo que hace que las instituciones tengan que acudir a Google en busca de datos que apoyen unas u otras políticas públicas.

La sofisticación en el uso de esos datos ha permitido a estos gigantes pasar de la mera recopilación de información sobre comportamientos, a diseñar estrategias capaces de modular dichos comportamientos. Las implicaciones de esta realidad a medio y largo plazo dan vértigo y obligan a las autoridades –en este caso, Europa se presenta como la escala mínima para poder hacer algo con envergadura– a poner coto a la barra libre de la que estas compañías han disfrutado hasta ahora.