Pablo RUIZ DE ARETXABALETA
MUNDUA

La pandemia acelera la urgencia de los cambios contra el calentamiento global

EEUU volverá al Acuerdo de París, el Estado francés planteará incluir en la Constitución la lucha contra el cambio climático y se celebrará una nueva cumbre mundial por el clima. Pero 2020 ha mostrado, con récords en temperaturas y fenómenos extremos, que sin un cambio de modelo, los compromisos se quedan cortos.

Temperaturas récord en el Ártico y los océanos, un número inusitado de tormentas en el Atlántico con consecutivos huracanes de categoría 4 e incendios forestales que consumieron vastas áreas de Australia, Siberia, Estados Unidos y Sudamérica así como 10 millones de desplazados en África y Asia por lluvias históricas fueron solo algunas de las huellas que ha dejado este año el cambio climático impulsado por la actividad humana.

La pandemia lo sacó del foco de atención, pero no lo detuvo en un 2020 que será uno de los tres años más cálidos registrados, según la Organización Meteorológica Mundial.

La ralentización temporal de la actividad económica en el planeta por las medidas para frenar el coronavirus redujo las emisiones de CO2 durante un tiempo, pero apenas tuvo incidencia en el aumento de la temperatura, mostrando la necesidad de un plan de «tiempos de guerra» para enfrentar la emergencia climática.

«La acumulación de dióxido de carbono es un poco como la basura en un vertedero: a medida que seguimos emitiendo, se sigue acumulando», señalaba el geoquímico Ralph Keeling. «Lo que importará mucho más es la trayectoria que tomamos al salir de esta situación», advertía.

Desde 2015 se han roto récords de calentamiento cada año en una década que será la más cálida de la historia.

En los últimos doce meses, el calor más notable se observó en el norte de Asia, en particular en el Ártico siberiano, donde las temperaturas estuvieron a más de 5°C por encima del promedio. A finales de junio se llegó a los 38°C en Verkhoyansk, la temperatura más alta conocida en cualquier lugar al norte del Círculo Polar Ártico. Los récords se repitieron en Australia (48,9°C, Penrithy, 4 de enero), Kuwait (52,1°C) y Bagdad (51,8 °C).

Esto alimentó la temporada de incendios forestales más activa registrada en 18 años. En Sudamérica, una severa sequía provocó grandes pérdidas agrícolas y un aumento de incendios en toda la región, el más grave, en los humedales del Pantanal, en Brasil.

En EEUU, donde los incendios más grandes jamás registrados ocurrieron a fines del verano y otoño, el Valle de la Muerte en California alcanzó los 54,4°C el 16 de agosto, la temperatura más alta conocida en el mundo en al menos los últimos 80 años.

Además, el hielo marino del Ártico en julio y octubre fue el más bajo registrado. A su vez, la pérdida de hielo ha aumentado la temperatura del océano, que también sufrió varias «olas de calor» extremo y prosiguió su acidificación.

En cambio, el año que comienza puede no alcanzar un récord debido al efecto de La Niña, un fenómeno que lleva agua fría a la superficie de los océanos moderando el calentamiento del planeta.

Pero incluso con ese efecto 2021 sí podría situarse entre los siete más cálidos de los registros. La Niña ya comenzó a sentirse en 2020, sin que lograra frenar significativamente el calentamiento. De hecho, la temperatura global promedio en 2020 entre enero y octubre fue aproximadamente 1,2°C superior al nivel preindustrial (1850-1900).

El Acuerdo de París firmado en 2015 busca limitar el calentamiento a menos de 2ºC y el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático advierte de que alcanzar los 1,5ºC ya de por sí traerá catástrofes. Si el objetivo del Acuerdo de París ya resulta insuficiente y ni siquiera se avanza al ritmo necesario para cumplirlo, la salida de EEUU del mismo este año ha supuesto otro revés, pendiente ahora del prometido regreso con el nuevo Gobierno de Joe Biden.

Al riesgo del negacionismo se añade el de decisiones efectistas que dejen de lado la adopción de medidas eficaces. ¿Pueden estar entre ellas el Pacto Verde Europeo que debe empezar a implementar la UE o la introducción de la lucha contra el cambio climático en la Constitución francesa?

«La República garantiza la preservación de la biodiversidad, del medioambiente y lucha contra el desajuste climático», señala el artículo propuesto por el presidente, Emmanuel Macron. El cambio aún debe pasar por la Asamblea Nacional, el Senado y ser sometido a referéndum. Representantes de la sociedad civil han cuestionado si se trata solo de un maquillaje, ya que propuestas lanzadas en la Convención Ciudadana por el Clima ya han sido rechazadas o descafeinadas al anteponer el crecimiento económico o trasladar la responsabilidad al comportamiento individual.

La pandemia obligó, además, a suspender la conferencia del Clima COP26 prevista en Glasgow para el pasado otoño y retrasada a noviembre de 2021. Más tiempo perdido que agrava la falta de ambición en una situación de emergencia.

La propia crisis sanitaria ha sido aprovechada por algunos gobiernos para relajar sus exigencias medioambientales, según el relator especial de la ONU sobre Derechos Humanos y Medio Ambiente, David Boyd. «Estas acciones son irracionales, irresponsables y ponen en peligro los derechos de las personas vulnerables», manifestó Boyd, que advierte de que la deforestación, la agricultura industrial, el comercio ilegal de vida silvestre y el cambio climático aumentan el riesgo de futuras pandemias.

Según la ONU, hasta el 70% de las enfermedades emergentes (como el ébola o el zika) y casi todas las pandemias conocidas son zoonóticas, es decir, causadas por microbios de origen animal que se propagan debido al contacto entre la vida silvestre, el ganado y las personas, cada vez más estrecho por la pérdida de ecosistemas. Hasta 850.000 virus aún no descubiertos podrían tener la capacidad de infectar a los seres humanos.

Por lo que la pandemia, lejos de ser excusa, ha mostrado no solo la oportunidad sino la urgencia de un cambio radical.