Félix Ligos
GAURKOA

El Trumpismo en las aulas

En la década de los ochenta del pasado siglo Donald Reagan en EEUU y Margaret Thatcher iniciaron lo que algunos analistas llaman la «Revolución Conservadora». Ambos, desregularon la economía eliminando cualquier norma o ética en la que se pudieran basar las relaciones económicas y comerciales, privatizaron las empresas públicas, acabaron o mermaron la influencia de los sindicatos y, por medio de la deslocalización, dieron el pistoletazo de salida a la «mundialización» o «globalización». La apertura de China (1978) a la economía de mercado constituyó una gran oportunidad de negocio para el capital occidental e impulsó definitivamente la «globalización-deslocalización».

A partir de ahora, la lógica del cálculo y del beneficio será la única norma reguladora/desreguladora de la actividad económica, social y política.

Los sistemas de educación van a sufrir una mutación progresiva para adaptarse a esa norma que, según Christian Laval, va a combinar dos aspectos complementarios: el primero, la incorporación económica, la cual va a transformar estos sistemas en vastas redes de formación de «capital humano»; y el segundo, la competición social generalizada, la cual se convertirá en el modo de auto-regulación del sistema mismo.

Si la democracia quedó fuera de los primeros sistemas educativos, como diría Michel Foucault, es fácil entender que tal mutación tuviera lugar sin grandes resistencias. En el caso del Estado español tal mutación se realizó a través de las diferentes reformas educativas que una sociedad sin demasiada cultura democrática aceptó sin mayor oposición.

La nueva norma educativa, es decir, la que se basa en la lógica del cálculo y del beneficio, no solo no va a contribuir a la democratización de la sociedad, la cual constituye el fin último de la educación, sino todo lo contrario. Es decir que va a polarizar aún más la sociedad, aumentando la brecha y las desigualdades sociales. La selectividad, nombre perverso con el que se abren o se cierran puertas al mercado del «capital humano» o nivel de empleabilidad, es el ejemplo claro de una competición desenfrenada en el mercado altamente desregulado del que numerosas y numerosos alumnos, personas con sentimientos y proyectos, serán expulsadas y abandonadas a sí mismas, a la ley de la selva. Un claro ejemplo de darwinismo social.

Esas personas sensibles, abandonadas y expulsadas por el sistema educativo de la sociedad con bajo nivel de empleabilidad tendrán el paro o la precariedad como futuro. Algunas de estas personas conservarán su dignidad si su entorno humano y social no se ha desintegrado por el individualismo al que la competición desenfrenada empuja. Otras interiorizarán un sentimiento de inferioridad y de abandono que se acentuará con la acumulación de fracasos y de puertas cerradas y con la precariedad de sus vidas.

Los sistemas educativos actuales, no solo contribuyen a la reproducción social como diría Pierre Bourdieu, sino que además agranda la brecha social haciendo que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres.

En el aula esta «norma» se expresa, por una parte, por el ritmo desenfrenado en el que los currículums altamente cargados se transmiten, y por otra, por el modo de transmisión que considera al alumno como un almacén en el que el profesor cree depositar datos y conocimientos por el mero hecho de explicar la lección, considerando que eso es enseñar o educar. Se explica la lección, se hace un ejercicio para ver si se ha entendido y se pasa a la siguiente lección. Vaya concepción de lo humano, del mundo, del saber!

Ante tal despropósito a los alumnos y alumnas solo les cabe obedecer la norma y luchar sin sosiego para acceder al beneficio y colocarse en buena posición en la calle de salida (el 10) perdiendo en el camino la salud y la dignidad, donde los que no son tan competitivos quedarán rezagados e interiorizarán su inferioridad y donde algunos incluso abandonarán la carrera. La polarización y la segregación de la sociedad se opera ya en los diferentes sistemas educativos.

Las hordas trumpistas que asaltaron el Capitolio y el Trumpismo en general, según relatan los estudios sociológicos, están formadas por americanos blancos que la mundialización ha expulsado de la sociedad, al igual que los expulsados por los sistemas educativos. Estas personas fueron expulsadas del mercado por el sistema de selección antes citado y se caracterizan por un rechazo a la «intelectualidad progre y elitista», por un rechazo a la ciencia, a la prensa y a toda la clase política. Lejos de identificar las verdaderas causas de su terrible situación proyectan su rabia y desesperación contra un ser al que considera inferior a ellas, las mujeres, los homosexuales, los negros, los emigrantes, etc. Victimas de la opresión se convierten en opresores que buscan un líder que les dirija a la liberación combatiendo al extraño, al diferente.

La fragilidad psicológica de estas personas hace que la «diferencia inferiorizada» constituya un factor de desasosiego e inestabilidad y causa de su estado de desesperación y que por tanto hay que eliminar. El ultraliberalismo autorregulándose a través del fascismo.

Revolución en las aulas o Trumpismo, véase fascismo.