Koldo Campos
Escritor
AZKEN PUNTUA

Mirar las nubes

Hasta dos veces gritó el cura mi nombre sin que yo me diera por aludido. Bajábamos del monte y el cura, a veces como zagal, las más como perro, pastoreaba el rebaño de vuelta al orfanato. No le gustaba que las ovejas se le quedaran atrás y había una que era reincidente. Yo tenía nueve años y andaba distraído. Lo que no estaba era sordo y, al tercer reproche, lo escuché: «¡Otra vez en las nubes!». Ignoraba entonces lo pecaminoso de estar en las nubes por ser actitud ociosa, propensa al abandono y antesala del vicio, según la Santa Madre Iglesia.

La verdad es que las nubes, incluyendo las tormentas, eran la perspectiva más agradable que tenía en el redil. Algo así como el vínculo con mi madre y mi memoria, un antídoto contra la amnesia. Las nubes me hacían fuerte, también creativo y, sobre todo, sensible. Había aprendido a viajar con ellas. El pastor tenía otra idea al respecto. Cargaban las nubes la cruz de su infamia, entre otras leyendas clericales y urbanas, y tratar de verlas, de buscarlas, venía a ser lo mismo que estar en la inopia o en la luna, pensando en musarañas, perdiendo el tiempo.

Además de mi, solo los tontos eran capaces de ir a tantos sitios sin mover los pies y, sin embargo, lo reafirmo casi sesenta años después: hay que mirar las nubes. Así sea por seguir levantando la cabeza.

(Preso politikoak aske)