Jon Ander Olalde
Periodista
KOLABORAZIOA

La Euskal Herria poscovid-19

La historia de la humanidad podría resumirse frívolamente como una «serie de catastróficas desdichas», donde nuestra especie ha ido adquiriendo conocimientos y experiencias a base de –no pocos– trágicos acontecimientos que marcan una época. Guerras, crisis económicas, revoluciones, plagas, etc. no son sino una muestra de aquellos detonantes del cambio y transformación de la sociedad.

En este joven siglo XXI, la tendencia no parece indicar que la humanidad vaya a vivir una cómoda estancia en un plazo medio de tiempo. A la crisis económica que azotó a principios de los 2000 los cimientos de una sociedad que basaba su realidad en burbujas, le ha seguido una situación hasta ahora inimaginable que solo recordábamos en libros de historia y películas de ciencia-ficción: una pandemia.

Un ser microscópico ha logrado poner en jaque a todo el orden mundial, llevándose consigo la vida de miles de personas y, a su vez, resaltando las fortalezas y debilidades tanto de los diferentes Estados como de la sociedad en general. En este corto pero intenso lapso de tiempo que llevamos conviviendo con el virus, hemos interiorizado ya términos como «estado de alarma», «toque de queda» o «control de acceso». Términos bélicos para una guerra contra un enemigo invisible. Y, en esta batalla contra la covid-19, nuestro país no ha podido quedarse al margen.

Durante este largo año, la emergencia sanitaria ha puesto en evidencia las carencias de un autogobierno que, a la hora de la verdad, no ha funcionado como tal. La continua dependencia de las decisiones que se toman desde Madrid o París no han hecho más que entorpecer y enturbiar el panorama político y social vasco, cuyas instituciones se han visto indefensas y saturadas para hacer frente a este poderoso e inesperado enemigo.

Además, el virus ha puesto en evidencia también el tosco carácter de un gobierno que, una vez pasada la cita con las urnas, solo ha cumplido un papel de contención social. El uso continuado de restricciones, sanciones y control policial como única opción, pese a que en una situación así han de tomarse, se quiera o no, tales medidas, ha logrado obviar otras alternativas como, por ejemplo, aumentar la inversión en una sanidad pública que, pese a los continuos recortes, ha combatido ferozmente contra la pandemia salvando miles de vidas.

La Euskal Herria que saldrá de esta crisis sanitaria tendrá que hacer frente a una sociedad hastiada, dividida y tocada psicológicamente que ha visto mermada su calidad de vida debido a la voraz crisis económica que ya se está gestando a consecuencia del virus. Una crisis que, junto a la del 2008 que aún padecemos, se va a cebar especialmente con los jóvenes, precarizando su presente y llenando de incertidumbres un horizonte que ya se preveía tormentoso.

Ante todos estos retos citados, la actuación unitaria como pueblo se hace indispensable para alzarse al nivel de las exigencias del momento y hacer frente a todos los monstruos que la crisis económica y el auge de posturas autoritarias poscovid nos traerán. Reforzar un abertzalismo útil para la sociedad daría con la clave necesaria para lograr encarrilar este tren de tres vagones y siete pasajeros en la dirección hacia la soberanía. Un abertzalismo que, como definió el líder revolucionario irlandés James Connolly, no sea exclusivamente una «idealización mórbida del pasado» sino que también sea capaz de «formular una respuesta diferente y sin ambages a los problemas del presente y un programa político y económico capaz de ajustarse a las necesidades del futuro». La dificultad de los retos que se nos vienen es innegable, pero las oportunidades aguardan a quienes están dispuestos a salir adelante.