Mikel ZUBIMENDI

EEUU se retira de Afganistán con la cola volteada, sin fanfarrias ni honor

Las tropas de EEUU han abandonado Bagram, la extensa base aérea que era el corazón simbólico y operativo de su guerra en Afganistán. Dicen abrir así un «nuevo capítulo». Quizá, pero da miedo y no orgullo. Sin acuerdo de paz, sin reparto del poder ni alto el fuego, crece el temor a que la guerra estalle en todo el país.

Las retiradas militares de los ocupantes de Afganistán son problemáticas –ya lo vivieron en sus carnes los británicos en 1842 y los soviéticos en 1989–, no suelen ir acompañadas de ceremonias ni desfiles de victoria, no hay fanfarrias ni pétalos de rosas para despedirlos. Ciertamente, la retirada que lleva a cabo EEUU estos días no es quizá tan espectacular o desastrosa como las anteriores; no se marchan bajo fuego enemigo..

Pero están yéndose lo antes posible, en un esprint indigno. La mayoría de los estadounidenses celebrará este acelerado final de una guerra impopular. Sin embargo, significa una catástrofe para los afganos que depositaron sus esperanzas en el apoyo occidental contra los talibanes, para quienes creyeron en las promesas de (re)construcción del país que les vendieron.

Tras veinte años de guerra, tras derramar tanta sangre y gastar tanto dinero, ¿qué se ha logrado, qué de importante y duradero? Tras dejar la base aérea de Bagram, construida originalmente por los soviéticos en la década de 1950, la gran base operativa de la guerra de EEUU que fue una cárcel secreta y un centro de tortura en la llamada "guerra contra el terrorismo" y llegó a albergar hasta 10.000 soldados, que estaba repleta de restaurantes de comida rápida, joyerías, concesionarios de automóviles y servicios como piscinas, spas y cines, ¿qué vendrá después?

La retirada se ha producido con poco alboroto, en una atmósfera de grave preocupación por la capacidad de las fuerzas de seguridad afganas para detener los avances de los talibanes. Y ha significado una llamada, una señal que invoca al caos.

Guerra civil casi segura

Ahora, Estados Unidos y sus aliados verán desde sus casas cómo arde lo que tanto costó, y con tantas muertes, «construir» durante veinte años. Verán cómo los afganos que lucharon a su lado corren el riesgo de perderlo todo.

Afganistán es un país al que los ocupantes prometieron mucho y ahora se enfrenta a una guerra civil casi segura, con la probabilidad de que los talibanes regresen a donde estaban en 2001, al poder, ocupando la mayoría de las principales ciudades y la mayor parte del país.

El general Richard Dannant, exjefe del estado mayor británico, ha escrito que, como con otras misiones imperiales del pasado, «la fuerza de las armas de los talibanes ha prevalecido».

Confianza, iniciativa y ambición talibán

Tras la retirada de las tropas extranjeras, uno tras de otro, decenas de distritos de Afganistán están cayendo bajo el control de los talibanes. Era de esperar que estos lanzaran ataques generalizados mientras, o inmediatamente después, que las fuerzas estadounidenses se marchaban, pero no la escala y la velocidad del colapso de las fuerzas de seguridad afganas. Esa realidad sobre el terreno ofrece perspectiva, muestra la creciente confianza, recursos y ambición de los talibanes, y también los serios problemas que tienen el Ejército y las fuerzas de seguridad afganas que, sin apoyo aéreo y con decisiones estratégicas cuestionables, se enfrentan a una nueva era: luchar directamente contra los talibanes sin respaldo extranjero.

EEUU y sus aliados llegaron a Afganistán en 2001, tras los ataques del 11 de setiembre, para derrocar a los talibanes y encontrar a Osama bin Laden. El líder de Al Qaeda murió hace mucho tiempo, pero pocos políticos que apoyaron esta guerra quieren asumir la realidad: las fuerzas internacionales se retiran y los talibanes, que parecían completamente derrotados hace 20 años, están de vuelta, resurgen con fuerza sobre el terreno y tienen la iniciativa político-militar y la confianza en la victoria. M.Z.