EDITORIALA
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Menudo relato si a la impunidad le suman un silencio cobarde

A veces, lo escandaloso es el propio silencio sobre un escándalo. En esos casos, la consigna del silencio resulta atronadora. Se adivina en los portavoces, en las redes, en la prensa afín y en los medios gubernamentales. Ese silencio chirría más si viene de solemnes afectados, de chillones habituales, de personas que se dedican a decir a diario lo que debería sentir y pensar el resto sobre este mismo tema. Porque, según la versión oficial sobre el no-conflicto vasco, la guerra sucia de los aparatos del Estado contra la disidencia vasca y su impunidad es parte del mismo tema, de «la violencia, venga de donde venga» y es un escándalo. ¿O no?

Objetivamente, es más grave por venir de donde viene: de las estructuras del Estado. Porque la llevaron a cabo quienes tenían que defender la ley y la seguridad de toda la ciudadanía. Porque son los mismos que torturaron a más de 5.000 personas. Porque a la vez que mandaban cartas-bomba contra la oposición sus responsables firmaban «pactos por la paz y contra el terrorismo» con el fin de excluir a esa misma oposición del «juego democrático». Votos, y bombas. Es grave porque esos escuadrones los dirigía el PSOE y porque el PNV era y es su aliado. Y porque pretenden establecer para los independentistas condiciones morales que ellos incumplen.

Aunque rece que todas las violencias son iguales, el establishment vasco las separa de manera sectaria por origen, objetivos y responsabilidad. A cuenta de la violencia de ETA braman, pero respecto a la suya miran para otro lado. De silencios y versiones oficiales falsas está repleta la hemeroteca. Hasta tal punto son parciales que discriminan a las víctimas, que tienen distintos grados de derechos a la verdad, la justicia y la reparación.

¿A partir de qué punto algo es un escándalo?

Los hechos son tan salvajes que merecen ser rememorados para valorar la desvergüenza del silencio oficial. En 1989, de la mano del ministro José Luis Corcuera, del PSOE, un grupo especial de las FSE envió cartas-bomba a militantes de Herri Batasuna. Un cartero, José Antonio Cardosa Morales, murió en Errenteria cuando metía una de esas cartas en el buzón del militante de la izquierda abertzale Ildefonso Salazar. Este había logrado una de las pocas condenas por torturas contra un guardia civil, el teniente Fidel del Hoyo Cepeda, que a pesar de ello sería promocionado a capitán y a comandante. Pertenecía al círculo de Enrique Rodríguez Galindo.

Pero los hechos son más rocambolescos. Sin que se sepa a través de qué fuentes, la Ertzaintza que entonces dirigía Juan María Atutxa localizó al menos otras dos misivas: una en Donostia dirigida al abogado Iñigo Iruin y otra en Azpeitia contra los concejales de HB Mari Karmen Egiguren y Kike Zurutuza. Este último ha contado cómo la Ertzaintza les prohibió personarse. Su hipótesis es que pararon las cartas para despistar el objetivo y poder endosar la muerte del cartero a ETA. Concuerda con la versión oficial de la época y es veraz. Eso sí, nadie se lo creyó en Euskal Herria.

Ahora la biografía de exjefe del Cesid Emilio Alonso Manglano confirma estos hechos a través del testimonio del difunto Antoni Asunción. Este sustituyó a Corcuera, que previamente había relevado a José Barrionuevo porque este estaba manchado por los GAL.

Justicia transicional y reconciliación honesta

La única respuesta oficial a este escándalo ha sido por parte de la consejera Beatriz Artolazabal, y fue en Madrid a preguntas de NAIZ. Era en la presentación del Plan de Convivencia y Derechos Humanos. Dijo obviedades que no le comprometen. Nadie más les ha preguntado, y oportunidades no han faltado. El lavado de manos de Txarli Prieto en sede parlamentaria fue obsceno. PSE, PSN y PSOE tienen mucho camino por recorrer si no quieren aparecer como cínicos y despiadados por encubrir su responsabilidad en estos crímenes.

Quienes hace diez años pusieron sus esperanzas en la batalla del relato para conseguir una derrota política del independentismo que no habían logrado por otros medios se habían creído sus propias mentiras sobre el conflicto vasco, eran terriblemente parciales moralmente, eran gentuza o las tres cosas a la vez. Querían debate y ahora suplican ahogarlo. ¿De verdad no sabían que tenían las manos manchadas y a nadie condenado? Que este silencio les sirva para reflexionar, mirar sus actitudes con espíritu crítico y apostar por una justicia transicional para todos y por una reconciliación sincera.