Julia Itoiz
Recoge las impresiones de una intervención de Antonio Aretxabala
GAURKOA

Navarra ante el cambio climático

El pasado 26 de octubre comparecí junto a Julen Rekondo, premio nacional de medioambiente, dentro de la Comisión de Desarrollo Rural y Medio Ambiente del Parlamento de Navarra para informar sobre el anteproyecto de Ley Autonómica de Cambio Climático y Transición Energética.

Ante dicha comisión, expusimos temas esenciales que esos políticos deben conocer para redactar una ley realmente útil. El modelo económico de nuestra sociedad se diseña desde el crecimiento ilimitado, pero se basa en el uso de recursos naturales finitos que se están agotando y por eso solo podemos cambiar de modelo económico. Pero, además, ese modelo ha generado el cambio climático. Por estas dos cuestiones, agotamiento y contaminación, no podemos seguir viviendo como lo hemos hecho hasta ahora. Por las buenas o por las malas solo nos queda cambiar. Este cambio supone que disminuyamos el gasto de recursos y cambiemos muchas actividades, lo que supone consumir menos, moverse menos y un reciclaje profesional masivo. En este cambio, la estrategia con las energías renovables tiene un papel fundamental, pero no con los mismos criterios económicos de crecimiento. Por su parte, el sistema económico tradicional, inadaptado al nuevo medio natural y económico global, no quiere que la esencia cambie, esto es, el crecimiento y el consumo. Y una de sus estrategias es una gigantesca operación de posverdad en el que el Green Deal es su demostración más elaborada. Y esta actitud es antisocial, devora recursos y debe ser neutralizada.

Después hubo un turno de preguntas bastante decepcionante. El representante del PSN-PSOE y la de Navarra Suma practicaron el régimen de posverdad. El primero, ante los datos científicos objetivos y comprobables, infantiliza a la sociedad ya que no la ve capaz de asumirlos. También intenta instrumentalizarla emocionalmente al alertar sobre el peligro para su libertad de movimiento o sus relaciones personales, cuando lo que debemos cambiar son hábitos cotidianos, como el uso individualizado de los coches entre semana dentro de las ciudades, que ni nos hacen menos libres ni nos impiden ver a quien queremos. Así mismo pretende lograr la alternativa a un problema civilizatorio multisistémico en una sociedad muy compleja, por parte de dos personas en quince minutos... En cuanto a la representante de Navarra Suma, esta nos preguntó si estamos a favor de las energías renovables. Pregunta innecesaria, claro que lo estamos. Pero no de la forma que su partido plantea. Es comprensible su actitud, ya que ha estado relacionada profesionalmente con Acciona y pertenece al partido que nos ha comprometido financieramente los últimos cuarenta años con proyectos fosilistas de los que extrajeron su bonanza política como gobierno autonómico: Itoiz, Yesa, Canal de Navarra, centrales de Castejón, etc., porque esa es su manera inadaptada de pensar y ejercer lo público; desde una cultura del ladrillo y el hormigón que ya es imposible de sustentar sobre una geología limitada; posiblemente no debió entender la exposición de los científicos.

Y este es el debate prioritario: hacia qué modelo ir que, desde luego, no es el que pretenden estos partidos fosilistas, un modelo alimentado por poderosos intereses privados, inviable, que puede terminar en poco tiempo en una suerte de ecofascismo. En cuanto al representante de EH Bildu y la de Geroa Bai, no aportan nada al momento. El primer partido es el único con auténtica conciencia sobre el reto, pero debe llegar hasta el fondo de sus estructuras, tanto de pensamiento como organizativas y promover en la medida –muy grande– de sus posibilidades, el socializar esta nueva conciencia civilizatoria, económica, política y social. El segundo se encuentra claramente en la frontera entre ambos modelos, con una base de militantes con diferentes sensibilidades, pero debe trabajar ya por dirigir el rumbo de su organización hacia aquello que interesa a la gente y no a los poderes económicos inadaptados, caducos, fosilistas. Si no eres parte de la solución, eres parte del problema.

Es natural que el sistema viejo se resista a morir e intente sobrevivir a nuestra costa sin grandes autocríticas y con una gigantesca operación de posverdad global. Pero cuanto antes consigamos enmarcar el debate, mejor para la sociedad. Es decir, no debiéramos discutir ni el fin o no del petróleo, ni si el coche eléctrico se fabrica aquí o allá, ni sobre qué valles deben soportar los polígonos fotovoltaicos y eólicos. El debate debiera ir más hacia qué parte de nuestras mentes y sociedad alimenta el sistema inadaptado y, por tanto, debe cambiar para poder diseñar el cambio resiliente; cómo desmantelar la infraestructura fosilista que nos daba de comer y construir la nueva, más segura y duradera que la actual. Qué desplazamientos son esenciales y cuáles no, qué medios de transporte tenemos a nuestro alcance, qué gastos de energía podemos reducir, cómo podemos compensar socialmente esa reducción material y energética. Para ello, hay preguntas que debemos respondernos, individual y colectivamente: ¿Estamos seguras en este sistema fosilista? ¿Un sistema posfosilista nos haría más o menos felices? Porque, hoy confundimos costumbre con seguridad y comodidad con felicidad, mientras el medio ambiente está cada vez más intoxicado y agotado y la gente más estresada y triste.

El mayor drama de todo esto es que si hoy en el planeta somos casi 8.000 millones de personas, es gracias a esos combustibles fósiles. Y que su agotamiento a la fuerza va a traer una contracción demográfica que puede llegar a ser muy dramática si no programamos ese innegociable decrecimiento con toda la inteligencia, conocimiento y ética que poseemos como Humanidad. Es decir, no está solo en juego nuestra comodidad y costumbres, sino en primer lugar, nuestra supervivencia, y después nuestro bienestar y felicidad. Por todo esto puede decirse que ante la inadaptación histórica y biológica del capitalismo fosilista, el mayor nicho de empleo global que nos queda es el propio decrecimiento. Esta es la llave de nuestra seguridad y bienestar. Y una obligación ética con las generaciones futuras. Y por eso, y tal como comenté en mi comparecencia, esta ley es la más importante y decisiva del siglo XXI.