EDITORIALA

Pese a las declaraciones, la inflación no cede

Con independencia de como se mida, la inflación no ha dejado de crecer durante el último año, y además lo ha hecho con registros de récord en todo el mundo. Una realidad incontestable que golpea sin piedad los bolsillos, especialmente los de la gente más humilde. Sin embargo, no parece que preocupe demasiado a los gobernadores de los bancos centrales, los teóricos responsables de que los precios se mantengan estables, que lo consideran un fenómeno pasajero. En cualquier caso, en sus discursos ya se aprecian diferentes matices.

Ayer la presidenta del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde, volvió a subrayar que las subidas de precios pueden haber alcanzado máximos en noviembre y apuntó a un crecimiento menor de la inflación para 2022. Sin embargo, su colega de la Reserva Federal de EEUU, Jerome Powell, aseguró el martes que la inflación podría ser más persistente de lo esperado y señaló que podría haber llegado el momento para dejar de utilizar la palabra «transitoria». Una discrepancia que no se puede explicar por las diferencias que pueda haber entre la economía de la Unión Europea y la de EEUU –aunque existen y son importantes–, ya que la globalización ha sincronizado la economía mundial de tal modo que cualquier fenómeno tiene repercusiones más o menos mediatas en todos los países. De modo que conviene tomar en consideración la opinión del presidente de la Fed.

La inflación seguirá subiendo, pero poco pueden hacer los bancos centrales. El alza de los precios es consecuencia sobre todo de un sistema institucional que ha dado un poder inmenso a las grandes corporaciones, que son las que realmente tienen capacidad para fijar precios. Más allá de coyunturales cuellos de botella, la liberalización de todo ha permitido a los más poderosos dictar reglas y precios. Y ante esta situación, los bancos centrales son impotentes, puesto que la estabilidad de precios pasa por el control de las grandes corporaciones, algo que requiere instrumentos políticos de los que los bancos centrales carecen.