Nacho Casado
Profesor de secundaria
GAURKOA

La contaminación de los ríos amenaza nuestra salud

Nuestra propia salud está indisociablemente ligada a la salud de nuestros ecosistemas y, en último término, a la del conjunto de la biosfera que habitamos. Los entornos acuáticos son entornos dinámicos y complejos, cuyo funcionamiento depende de un delicado equilibrio entre todos sus elementos. La contaminación y los residuos de origen antrópico alteran profundamente ese equilibrio. Los derivados plásticos, metales y otros residuos sólidos contaminantes constituyen el último episodio de productos gestados en la industria petroquímica, distribuidos a gran escala por grandes empresas del sector, utilizados en mayor o menor medida por la práctica totalidad de la actividad económica y comercial (amparada por una legislación sumamente laxa y una supervisión institucional claramente insuficiente) y finalmente usados (en su mayoría por brevísimos periodos de tiempo) por la ciudadanía (a menudo, poco informada y escasamente concienciada).

Mascarillas, guantes de plástico de un solo uso, envoltorios y envases de todo tipo, latas de bebida, toallitas higiénicas y otros productos de higiene corporal, pero también objetos más voluminosos, como raquetas, balones, neumáticos, carros de supermercado, piscinas para el jardín... Podríamos seguir citando objetos hallados, no en charcas de algún desafortunado país del llamado Tercer Mundo, sino aquí al lado, en el río Arga, en el corazón de Navarra, una de las tres regiones más ricas del Estado español. Lo más habitual, quizás, es encontrar plásticos firmemente enrollados en troncos y ramas.

¿Qué impacto tienen todos estos residuos, con múltiples propiedades y características, en las aguas del río, en los suelos de la ribera, en la flora y la fauna del entorno fluvial? Es difícil, sin duda, ofrecer una respuesta clara y sintética. Pero sí que sabemos algunas cosas.

En primer lugar, los plásticos son resistentes y duraderos, lo que resulta en elementos contaminantes de larga duración –en diferente medida, según el tipo: desde los veinte años de una bolsa de plástico a los quinientos de un cepillo de dientes–.

En cuanto a sus efectos perniciosos, podemos dividirlos en cinco grandes categorías: ingesta de plásticos, animales enredados o atrapados en plásticos, fugas o pérdidas de elementos tóxicos y acumulación de toxinas, descomposición en pequeños fragmentos y microplásticos, e impactos directos en la habitabilidad de comunidades humanas. Sin entrar en detalle en los pormenores de cada uno de estos efectos, solo diremos que las primeras cuatro categorías afectan directamente a los ecosistemas y los seres vivos que los habitan y los sostienen. Los plásticos penetran en las diferentes cadenas tróficas y sus correspondientes niveles (invertebrados, anfibios, peces, aves...), alterando los sistemas endocrinos, con innumerables consecuencias en el comportamiento de los individuos y sus posibilidades de reproducción. La contaminación del agua dulce, de la que dependen estos ecosistemas así como los seres humanos, es otra consecuencia obvia de este fenómeno. En cuanto a los efectos directos en la sociedad humana, destaca el incremento del riesgo de inundación en áreas urbanas, así como las pérdidas del valor paisajístico y estético propio de los entornos fluviales. Y, continuando con los potenciales impactos en los seres humanos, no está de más recordar que la Agencia Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer incluye algunos plásticos y sus derivados en su lista de clasificación de carcinógenos, y que estudios recientes evidencian los impactos en la fauna acuática de la ingesta de microplásticos, así como la adición de toxicidad a la cadena trófica.

En el escenario actual de calentamiento climático y exceso de emisiones contaminantes, es de especial importancia reconocer el papel de los sistemas fluviales como sumideros de carbono, en tanto albergan y sostienen una considerable cantidad de masa vegetal. Queda patente, sin embargo, que la contaminación y los residuos plásticos suponen una gravísima amenaza para estos sistemas.

Además, no olvidemos que los ríos constituyen grandes vías de comunicación entre los territorios de interior y el mar. Los estudios muestran que en torno al 80% de los plásticos de los océanos provienen de lejanas áreas del interior, siendo transportados por la fuerza del agua a través de las vías fluviales.

La Constitución española, en su artículo 45, dice: Todos tenemos el derecho de disfrutar de un medio ambiente adecuado para el desarrollo de la persona, así como el deber de conservarlo. El segundo punto del mismo artículo señala a las instituciones como garantes de la defensa y restauración del medio ambiente. En este momento de debate para la aprobación de la Ley Foral de Cambio Climático, alzamos nuestra voz al conjunto de la población navarra y, muy especialmente, a sus representantes políticos, para que utilicen todos los medios posibles para defender y restaurar los ríos navarros, así como el medio natural de esta comunidad, sin duda los más valiosos y eficaces recursos para combatir los cambios que se avecinan.

Los servicios ecosistémicos gratuitos que nos ofrece la naturaleza –principal, aunque no únicamente, los designados por la FAO de abastecimiento, como el agua y el alimento– son tan esenciales como insustituibles.