Cero
En marzo de 2021, el Consejo de ministros decidió ilegalizar el grupo de extrema derecha de Lyon Génération Identitaire por propagar ideas de discriminación, odio o violencia hacia los extranjeros y la religión musulmana.
Un año después, un candidato a presidente de la República, Eric Zemmour, en una emisión de televisión en la que alumnos de entre 8 y 12 años lanzan preguntas a los candidatos, no tiene mejor ocurrencia que con un sarcasmo hiriente preguntarle a un niño de evidente piel oscura «¿y tus padres, por qué vinieron a Francia?» sin pensar que el crío le soltara un sopapo dialéctico con un resulto «no señor, quienes vinieron a Francia fueron mis bisabuelos».
Pueden ilegalizarse grupos de extrema derecha, pero la xenofobia corre por las venas de un país que acepta sin rubor que gente como Zemmour o la propia Le Pen puedan no sólo expresar su odio racial sin que la justicia los inquiete, sino optar a presidir el país. Un año después, también en Lyon, el Ministerio del Interior prepara la prohibición de un grupo antifascista que lucha precisamente contra aquello por lo que Génération Identitaire fue ilegalizado. Es la equidistancia macroniana. Es el cero grados del centrismo político, el ni frío ni calor en el que se parapeta un profundo movimiento conservador que nos quiere convencer de que entre el odio y el respeto hay un término medio ideal. Este cero es Macron.