Amnistía Internacional presentó ayer su informe sobre la situación de los derechos humanos en el mundo. La primera constatación que recoge es que las promesas que los políticos hicieron durante la pandemia del covid-19 sobre la reconstrucción de un mundo mejor no han sido más que palabras huecas. El informe confirma que el mundo se encamina por una pendiente muy peligrosa hacia un aumento del autoritarismo, un recorte de los derechos y las libertades generalizado y una mayor desigualdad. Un mundo, en definitiva, más injusto, más desigual, más inseguro y mucho más inestable.

Una de las causas de esa tendencia estriba en que los dirigentes políticos se han olvidando de los retos globales y se han atrincherado en sus respectivos intereses nacionales, lo que ha alimentado el desarrollo de estrategias basadas en la división. Estrategias que siempre se justifican en la desigualdad, lo que inevitablemente abre la puerta al racismo y a una competencia autodestructiva por la riqueza y los recursos que desgraciadamente se ha convertido en el fundamento de nuevos conflictos. En ese contexto de preeminencia de los intereses particulares sobre los generales se ha resentido el derecho a la salud. Las vacunas han sido el ejemplo paradigmático de monopolización y restricción de su fabricación y uso por parte de los países más poderosos. La pandemia también ha servido a los gobiernos de la mayoría de países para recortar los derechos a la libertad de expresión y de reunión, y mantener la persecución a activistas en todo el mundo. En tercer lugar, el informe constata que cada vez se respetan menos los derechos de las personas refugiadas y migrantes, muchas de las cuales han sido sometidas a abusos para posteriormente ser expulsadas sumariamente del Norte global.

El informe es un fiel reflejo de la deriva autoritaria que se está imponiendo en la gobernanza mundial. No solo no soluciona nada, sino que además exacerba las contradicciones y aumenta el sufrimiento de la gente más humilde.