EDITORIALA
EDITORIALA

El empobrecimiento general es la receta del sistema para sostener su viabilidad

En este momento histórico, si se atiende a distintos expertos y a los líderes políticos de diferentes países, dentro del sistema capitalista no hay mecanismo alguno para solucionar al empobrecimiento generalizado de la población. No saben qué hacer para mantener los mínimos que prometen sus estados, sus leyes o sus empresas. Ni intervención de precios, ni tasas específicas, ni subida de sueldos… nada parece funcionar porque todo contiene una trampa que anula los posibles beneficios de las medidas. Esta semana se vivía un buen ejemplo, cuando muchas gasolineras de Euskal Herria repercutían en el precio una subida casi equivalente a la ayuda que había aprobado el Gobierno español para los carburantes. Los precios asfixian a los pequeños productores y a las empresas pequeñas, mientras las grandes pueden hacer todo tipo de trampas.

Según el dogma capitalista, no existen mecanismos para compensar, equilibrar, recomponer o reajustar la bajada casi universal de la calidad de vida de millones y millones de personas. Son familias que ven que en adelante no se pueden costear calefacción, transporte e incluso alimentación –en muchos países hay que sumarle la educación o la sanidad–. Personas con trabajo que ven cómo su salario se agota antes de empezar a vivir. Son empresas a las que se les propone producir y vender a perdidas. Son personas, sectores enteros de la sociedad, que se gastan los ahorros o que se endeudan para poder subsistir, sin perspectiva de poder darle la vuelta a su situación. No hay que olvidar que, con la pandemia aún latente, la población está desgastada y alterada.

Perseguir a los obscenos beneficiarios

La inflación en el Estado español ha sido del 10 %, pero ese alza no afecta por igual a todo el mundo. No es aceptable que en esta situación de crisis existan empresas y sectores que logren beneficios récord. Esa es la primera pista que hay que seguir si se quieren tomar medidas inmediatas y eficaces. Se tiene que identificar y perseguir a los especuladores y los usureros, aquellas empresas cuyas rentabilidades no se corresponden con servicios, productos y beneficios, sino con la explotación de esta situación convulsa y, cómo no, de las personas más vulnerables.

Todos los expertos decían que se trataba de una inflación transitoria, que tenía que ver con el precio del petróleo. Parecía una hipótesis veraz. Pero la crisis de suministros y precios se ha concatenado con la guerra en Ucrania y nadie se atreve ya a predecir cuando terminará semejante alza de los precios. La fragilidad que demuestra el sistema es impresionante. Solo se puede sostener sobre un ajuste general de la vida de las personas. La propuesta del sistema y sus gestores es resignación y retomar hábitos más saludables: reducir gasto, mayor frugalidad. Eso sí, solo entre la población, porque los hábitos saludables sistémicos no entran entre las opciones: nacionalizaciones, expropiaciones, tasas, impuestos o multas que hagan que las trampas no sean rentables… La responsabilidad nunca es compartida.

No hay margen para el «business as usual»

En estos datos de inflación no hay un solo factor que tenga que ver con un cambio de modelo, con inversiones para combatir la emergencia climática, con recuperar el control sobre los canales de producción y distribución, con el desarrollo de alternativas en los sectores donde más han subido los precios: energía, alimentación, finanzas o transporte. Esta escalada no es un efecto de políticas monetarias. Tampoco tiene que ver con la mejora de los salarios en un mercado laboral muy precarizado. Pese a que es evidente que los problemas provienen de los oligopolios, de los sectores estratégicos privatizados, las prevenciones de las administraciones se dirigen a los salarios. Pero es precisamente la pérdida de poder adquisitivo y del valor de los ahorros, es decir, la pauperización de la mayoría de la sociedad, lo que debe ocupar a la clase política. Si el crecimiento de la desigualdad fue una de las principales características de la anterior crisis, en este momento el empobrecimiento general puede disparar esa desigualdad.

En el acto «Euskal eredua. Un país mejor», los y las dirigentes de EH Bildu mostraron su preocupación por el riesgo de decadencia, por la falta de liderazgo y por la dimensión y velocidad de los retos que afronta Euskal Herria. Son preocupaciones compartidas por sectores que van mucho más allá de los soberanistas de izquierda. Cualquier persona que haga la compra estos días, que piense en algo más que en sí mismo, debe reflexionar y comprometerse con un cambio realista y radical.