Juanmari Arregi
KOLABORAZIOA

Las otras bombas incrustadas en Durango

Con motivo de su 85 aniversario cumplido el 31 de marzo y hasta el 25 de setiembre próximo, Durango está recordando los bombardeos franquistas que sufrió en 1937 así como a sus víctimas. Unos bombardeos que durante muchos años fueron ocultados a la opinión pública en general porque quienes fueron sus responsables o cómplices han estado demasiado tiempo al frente de las instituciones locales y forales. Quienes lo han sufrido en silencio durante demasiados años han sido sus víctimas y familiares.

Aquellos bombardeos franquistas asesinos tuvieron de inmediato sus víctimas mortales. Se produjeron también, sin embargo, otras consecuencias que han perdurado demasiado tiempo. Aquellas bombas quedaron incrustadas en la sociedad de Durango. Aquellas bombas, llenas también de ideología, inocularon también el virus franquista que se extendió en toda la sociedad duranguesa y que contó con la terrible complicidad de la jerarquía de la Iglesia vasca y española.

Entre los numerosos ejemplos de aquella incrustación, y aquella complicidad de la Iglesia con el franquismo, destacaremos algunos. En 1937, Franco consiguió sustituir al entonces Obispo de Vitoria, Mons. Mateo Múgica, desterrado al exilio por negarse a firmar el documento de la Conferencia Episcopal Española apoyando el golpe franquista. Mons. Javier Lauzurica, conocido como «El Obispo de Franco», que nació en Iurreta y residió en Durango, fue el elegido por el dictador para presidir el obispado de Vitoria hasta 1943, que incluía entonces a las tres diócesis vascongadas (Araba, Bizkaia y Gipuzkoa).

En su primera pastoral de septiembre de 1937, Mons. Javier Lauzurica dijo, entre otras cosas, que «deseamos vuestra total incorporación al movimiento nacional por ser defensor de los derechos de Dios, de la Iglesia católica y de la patria, que no es otra cosa que nuestra madre España». En otro momento llegó a afirmar que «soy un general más a las órdenes del Generalísimo para aplastar al nacionalismo».

Los familiares de las víctimas de los bombardeos franquistas como la sociedad duranguesa han tenido que soportar durante muchísimos años una capilla en el interior de la Iglesia de Santa María, La Capilla de los Mártires, presidida por una gran lápida con los nombres de los que «cayeron por Dios y por España». Con la bandera española y luz permanente, se celebraba una misa al mes en su altar en sufragio de quienes figuraban en aquella vergonzosa lápida.

Las autoridades franquistas, en el caso de Durango, tenían siempre su lugar privilegiado incluso en el altar mayor de Santa María. Esteban Bilbao Egia, presidente de la Cortes españolas franquistas, casado con una mujer duranguesa de la familia Uribasterra, pasaba sus vacaciones de verano en un chalet de la villa. De misa y comunión diaria, tenía su lugar privilegiado en el altar mayor en las grandes fiestas religiosas. Quien suscribe es testigo privilegiado porque, de monaguillo, tuvo que incensarle en distintas ocasiones antes de hacerlo a los fieles del pueblo.

Durante esas misas de las grandes fiestas, el Ayuntamiento en pleno acudía a la iglesia con sus bandera municipal y española. Y en la consagración, se interpretaba con el potente órgano de la basílica el himno nacional español. Y para más inri, en un momento de la misa se rezaba lo que se conocía como el «et fámulos» con lo que se pedía a Dios por el papa, el obispo y Franco.

No era una casualidad que, además de la «Escuela Nacional» de la Villa, las direcciones de los ocho conventos y colegios así como de las dos parroquias de la villa existentes estuvieran en aquellos tiempos y hasta la llamada «transición» en manos de personas no nacionalistas.

Puede haber otras bombas del odio y rencor. ¿Desactivadas ya 85 años después?