Hinchas
Este fin de semana, mientras el Ejército israelí se empleaba a fondo en el ejercicio de sus funciones, que son ocupar tierras palestinas, destruir sus casas y, principalmente, asesinar a sus gentes, una banda de sus correligionarios se paseaba por Bilbo destrozando, insultando, provocando y haciendo alarde de odio –que, tratándose de ellos, no cuenta como delito– y de chulería.
Pero la gravedad de lo ocurrido, no reside ya en cómo actuaron los sionistas, sino en que lo hicieran con la prepotencia que da saber que las autoridades no les harán un feo, que la policía, sea del color que sea, no les molerá a palos, y que no faltarán medios y periodistas que acudirán con su maletín de maquillaje a dejarlos limpitos y resplandecientes.
No quisiera subir el tono para no desestabilizar la democracia, que debe estar para pocos meneos, pero sabían a dónde venían, sabían hasta donde podían llegar y quién les guardaría las espaldas. Y no se equivocaron: indemnes e impunes.
Si vinieron como hinchas, sabían que podían actuar como sionistas. Les vimos hacerlo, les oímos gritar «Eretz Yisrael» y bramar «Fuck Palestine» aquí, en nuestras calles. Es fácil imaginarlos en las de Palestina, cuando su objetivo es desaparecerla. Imaginarlos militares o colonos, imaginar el odio desatado, las agresiones, los abusos. Es dolorosamente fácil.