Asier VERA SANTAMARÍA

México y EEUU, incapaces de frenar a miles de migrantes en el río Bravo

Nada frena la desesperación de las personas que migran en busca de una vida mejor. Ni muros ni ríos, ni selvas, y menos el riesgo a la deportación. Desean llegar a EEUU y dejar atrás una vida de penurias. México se lo puso fácil con un permiso para circular libremente durante un mes. EEUU permite a muchos de ellos pedir asilo.

En la localidad mexicana de Piedras Negras, la familia de Ariany Urbina espera otra oportunidad para cruzar el río Bravo sin que sean devueltos por las autoridades estadounidenses.
En la localidad mexicana de Piedras Negras, la familia de Ariany Urbina espera otra oportunidad para cruzar el río Bravo sin que sean devueltos por las autoridades estadounidenses. (Asier VERA)

México y EEUU tratan de contener la migración irregular de miles de personas que huyen de la miseria y la violencia en sus países de origen de Centroamérica y Sudamérica. Esa es la teoría que ambos países lanzan en los medios de comunicación, pero la práctica es muy diferente. Cada día, flujos de personas cruzan el río Bravo mientras los agentes de Migración de México se limitan a mirar. Al otro lado, la Administración Biden permite que migrantes de determinados países, como Venezuela, Cuba o Nicaragua, permanezcan en el país sin deportarlos, dejándolos libres tras detenerlos uno o dos días, mientras devuelve a México a quienes proceden de Guatemala, Honduras, El Salvador y el propio país azteca.

GARA ha sido testigo del enorme movimiento migratorio que existe en la localidad de Piedras Negras, en el Estado mexicano de Coahuila, a donde están llegando miles de personas con la intención de cruzar el río Bravo. Todo ello después de que el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador les haya otorgado en la localidad de Huixtla (Chiapas) un salvoconducto de 30 días para permanecer en el país de manera legal. Los migrantes han aprovechado ese tiempo para llegar en autobuses a la frontera con EEUU, disolviéndose así las diferentes caravanas conformadas en las últimas semanas desde Tapachula. En este municipio cercano a Guatemala llevaban meses esperando a recibir una visa humanitaria para permanecer en México sin el riesgo de la deportación. Al no obtener dicho documento, decidieron marchar en caravana, si bien el Ejecutivo mexicano optó por otorgarles el citado salvoconducto con el que están llegando de manera masiva a Piedras Negras. Desde Huixtla, las personas migrantes viajan en bus hacia Ciudad de México y, de ahí, hasta Monterrey.

A partir de la capital del estado de Nuevo León, cambia completamente la actitud de las autoridades mexicanas. En primer lugar, prohíben a las compañías de buses vender billetes hasta Piedras Negras y Ciudad Acuña, por donde discurre el río Bravo que separa México y Estados Unidos, por lo que los migrantes deben bajarse 50 kilómetros antes y hacer el recorrido a pie a temperaturas que superan los 40 °C. Antes de bajarse en la localidad de Nava, la más cercana a la frontera a la que permiten viajar en bus a los migrantes, estos son sometidos a siete controles policiales durante su viaje desde Monterrey. En todos son asaltados por los propios policías, que los bajan del bus para exigirles dinero a cambio de permitirles continuar el viaje, tal y como pudo constatar GARA, que se desplazó en uno de esos autobuses.

En cuanto llegan a Piedras Negras, ya solo queda cruzar el río Bravo. Algunos optan por buscar lugares poco concurridos para burlar a los agentes de Migración de México, si bien la mayoría “brinca” frente a los propios funcionarios. Desde el denominado “Paseo del Río” se observan de manera constante a grupos de migrantes, la mayoría con niños e incluso bebés, correr hacia el agua. Saben que una vez que se introducen en el río, los agentes mexicanos no hacen absolutamente nada para impedir que lleguen a EEUU tras recorrer a pie y con el agua hasta la cintura los 50 metros que separan ambos países. Hay incluso funcionarios que desde la orilla les indican cómo llegar de manera más segura por zonas donde hay menos corrientes y menos profundidad para evitar así muertes por ahogamiento. Al otro lado del cauce les espera una patrulla fronteriza estadounidense que les conducirá a un edificio para tomarles las huellas y donde se decidirá si les permiten quedarse en el país o si son devueltos inmediatamente a Piedras Negras por el puente fronterizo.

DOBLE VARA DE MEDIR DE EEUU

Sin embargo, los originarios de Venezuela, Cuba y Nicaragua saben que, en cuanto pisen suelo estadounidense, podrán quedarse a comenzar una nueva vida ya que Washington considera dictaduras a los gobiernos de esos países. Por el contrario, quienes proceden de México, Guatemala, Honduras y El Salvador son devueltos a México de manera casi inmediata sin posibilidad siquiera de solicitar asilo, en virtud del Título 42 que sigue vigente y que se aplica únicamente a los migrantes de esas nacionalidades. Se trata de una norma que emitió el entonces presidente Donald Trump en marzo de 2020 y que permite negar la entrada a quienes sean considerados un peligro para la salud pública del territorio. El actual mandatario, Joe Biden, la mantuvo para evitar la propagación del coronavirus, aunque este año decidió eliminar la norma sin éxito. Un juez federal de Luisiana suspendió la intención del Gobierno de volver a la situación anterior, en la que las personas migrantes podían solicitar asilo.

De este modo, a pesar de que también hayan cruzado de manera irregular, los migrantes de esos cuatro países ven cómo son rechazados en EEUU mientras que el Ejecutivo Biden sí permite la entrada a quienes proceden de Venezuela, Cuba o Nicaragua. Una doble vara de medir que mantiene bloqueadas en Piedras Negras a miles de personas de Honduras, Guatemala y El Salvador que ven frustrado su sueño tras recorrer miles de kilómetros.

A la orilla del río Bravo llegan cada día migrantes para observar si el caudal está lo suficientemente bajo para cruzarlo sin jugarse la vida. Una de ellas es Juana Madrid, quien huyó de la pobreza en Guatemala, donde «una no tiene oportunidades de encontrar un trabajo digno». Allí dejó a su hijo de 16 años y su anhelo es llegar a EEUU para poderle pagar sus estudios.

Fija su mirada al otro lado del río, donde varios estadounidenses juegan en un campo de golf junto a la orilla, indiferentes a la crisis migratoria y a las cientos de personas que cruzan cada día unas aguas que separan el primer mundo del tercero. «¡Qué puedo pensar! Que se ve tan cerca el sueño que quiero alcanzar y, a la vez, está tan lejos porque no hay oportunidad para una que viene de Guatemala. Quienes venimos de este país, Honduras o El Salvador nos venimos a topar aquí con esta muralla, porque tenemos totalmente cerradas las puertas, ya que nuestros gobiernos han firmado pactos con EEUU», lamenta.

Tras permanecer tres meses en Piedras Negras, reconoce que ni siquiera ha intentado cruzar el río: «Lo voy a hacer por gusto, porque luego lo agarra la Migración de EEUU y lo regresa para este lado, y entonces aquí estoy esperando a que digan que están dando alguna oportunidad para nosotros, pero pasa el tiempo y no se ve que haya algo». La última opción, explica, sería recurrir a un “coyote” que la cruce evitando a la Patrulla Fronteriza, para lo cual debería pagar «7.000 dólares hasta San Antonio (Texas)». Pero ni siquiera esa posibilidad es garantía de éxito, dado que muchas veces los “coyotes” abandonan a los migrantes, tal como sucedió el pasado 27 de junio cuando hallaron muertas a 53 personas de Guatemala, Honduras, El Salvador y México asfixiadas dentro de un camión en una carretera de San Antonio.

TRES VECES MOJADO

Al otro lado del río Bravo, en Eagle Pass (Texas), decenas de migrantes de Venezuela y Cuba que acaban de ser liberados del centro de detención esperan un bus con destino a San Antonio. Allí tomarán un avión y otro autobús hacia otra ciudad de EEUU donde empezarán una nueva vida. «Comienza ahora mi sueño americano», asegura con una gran sonrisa la venezolana Jessica Alejos, quien se dirige a Chicago junto a su hija de cuatro años. Recalca que, aunque la travesía desde su país «no es nada fácil, tampoco es imposible y ya estamos donde queremos estar».

Al otro lado, en Piedras Negras, la hondureña Ariany Urbina se encuentra en un humilde hotel junto a su esposo y sus cuatro hijos de entre 2 y 13 años tras haber sido devueltos a México en dos ocasiones nada más cruzar el río. «No nos están dando oportunidad de entrar a Estados Unidos, pero lo vamos a intentar las veces que se pueda», sentencia. Su pareja, Eduard Martínez, confirma sus palabras porque «como dice la canción de los Tigres del Norte: tres veces mojado».

A 3.000 kilómetros, en el Bronx de Nueva York, se encuentra Kenia Barrios, una venezolana de 27 años, junto a su hija de 8. Llevan esperando cuatro días un refugio para personas sin hogar en la Oficina de Atención a la Prevención y Vivienda Temporal. Allí llegan cada día cientos de migrantes que acaban de entrar a EEUU y que buscan que les adjudiquen una casa para no dormir en la calle. A ese lugar también acuden muchas familias neoyorkinas, la mayoría afroamericanas, que se han quedado sin hogar debido al elevado incremento de los precios.

Barrios está «encantada» de estar en Nueva York tras una «locura» de viaje de varios meses huyendo de un país en el que «ya no se puede vivir». Buscó en Internet ayuda para emigrantes hasta que le «salió este sitio donde adjudican una vivienda a personas que no tienen hogar». En principio, no debe pagar nada por un apartamento e incluso le dan una tarjeta con dinero para comprar comida. Asimismo, se encargan de matricular a su hija en una escuela de manera gratuita. «Sí vale la pena haber llegado a EEUU», destaca.