Karlos ZURUTUZA
FUTURO DE ARMENIA

De corredores y pasadizos hacia el exterminio

La inminente construcción de un corredor panturco en Armenia se suma al caos provocado por la reconfiguración de su frontera con Azerbaiyán. Está en juego la propia supervivencia de un pueblo en caída libre tras la guerra de Nagorno Karabaj.

Mapa de Nagorno Karabaj
Mapa de Nagorno Karabaj (GARA)

El pasado 4 de agosto, Nikol Pashinyan, primer ministro armenio, hacía unas declaraciones a su gabinete que pusieron los pelos de punta a los que le escuchaban: «Estamos dispuestos a facilitar comunicación a Azerbaiyán y su región occidental de Najicheván a través de nuestro territorio».

Busquen en el mapa y fíjense en ese estrecho corredor de tierra al sur de Armenia que llega hasta la frontera de Irán. Fíjense y verán que discurre entre Azerbaiyán y su enclave de Najicheván. Este último comparte una frontera terrestre con Turquía, con lo que esa lengua de tierra armenia es lo único que impide una conexión territorial directa entre turcos y sus hermanos de sangre y lengua azeríes. Si les parece que la metáfora destila cierto olor a rancio, piensen que una conocida cabecera turca daba la noticia del anuncio con este titular: «Se abre la puerta de la Gran Turania». Desde esa retórica, Armenia es una mancha negra en el mapa que impide que se pueda conducir desde Estambul hasta el Caspio (y más allá) sin abandonar la Narnia de los pueblos túrquicos.

Corredor de Zangezur

. Lo cierto es que el establecimiento de esa vía terrestre (los azeríes lo llaman «corredor de Zangezur») era uno de los puntos del acuerdo de paz que puso fin a la guerra de Nagorno Karabaj (otoño de 2020). Ereván poco más podía hacer que demorarlo, pero Bakú presiona con su política de palos sin zanahoria; de hecho, Pashinyan verbalizó el proyecto dos días después de un ataque azerí sobre posiciones armenias en Nagorno Karabaj que se saldó con dos muertos y una docena de heridos. Las tropas de interposición rusas estaban allí, pero, una vez más, se mimetizaron con el atrezzo de un conflicto en el que observan y, a veces, median, pero no actúan cuando les toca.

Otros sí que lo hacen. El pasado mes de julio, Turquía anunciaba oficialmente la apertura de su frontera con Armenia (sellada desde los noventa) a «ciudadanos de terceros países». O lo que es lo mismo, ni los armenios podrán echar la tarde en las faldas del Ararat ni los turcos en los bares de moda de Ereván. Pero sí lo podrá hacer un alemán, un ruso y, sobre todo, un azerí. De eso se trataba.

Pocos días después del anuncio, Ursula von der Leyen (presidenta de la Comisión Europea) volaba a Bakú para posar con el presidente hereditario de Azerbaiyán, Ilham Alíyev, y, de paso, firmar un acuerdo gasero con el que intentar tapar el roto de Moscú. Con Putin demasiado ocupado en Ucrania, Europa de rodillas y un aliado, Erdogan, con el que comparte muchos intereses comunes (además de un odio atávico hacia los armenios), Alíyev es consciente de que los planetas se han alineado sobre su cabeza. Nunca habrá mejor momento que este para zanjar el conflicto más longevo desde la disolución de la URSS.

«Bienvenidos a Azerbaiyán».

Mientras se decide el cómo y el por dónde del corredor, el caos se adueña de la sureña región armenia de Syunik, y también por otro tema vial. Desde la primavera de 2021, las tropas azeríes se han ido haciendo con el control de la vía principal bajo el pretexto de que esta circula por territorio oficialmente suyo, obligando a los armenios a transitar por caminos de piedra capaces de doblegar al Lada más indómito.

En ausencia de un acuerdo bilateral entre Armenia y Azerbaiyán sobre el trazado de la frontera entre ambas (nunca existió), Ereván insiste en que la carretera principal -trazada y construida en los años sesenta- jamás atravesó territorio de la República Socialista Soviética de Azerbaiyán. Bakú discrepa, y añade que esta también conectaba pueblos de mayoría azerí. Así, parece haberse importado el modelo de Osetia del Sur donde, antes de la guerra de 2008, osetas y georgianos circulaban cada uno por sus propias carreteras, como una comunidad de vecinos que utilizan escaleras diferentes para no cruzarse.

«Bienvenidos a Azerbaiyán», se puede leer en azerí e inglés sobre carteles en arcenes hoy vetados a los armenios. Sin embargo, son perfectamente visibles desde aldeas que se han convertido en penínsulas rodeadas de puestos de control azeríes (en Joznavar llaman «sendero de la vida» a la única carretera que los conecta con Armenia). Otras se han desplomado irremisiblemente al otro lado del mapa, e incluso están las que la nueva linde ha atravesado por mitad. Los armenios no pueden atravesar el tramo bajo control de los azeríes, pero sí al revés, siempre y cuando estos últimos lo hagan escoltados por los rusos, y a condición de que no paren. En cuanto a los camioneros de los petroleros iraníes, Bakú les cobra ahora tasas de tránsito, así que evitan la carretera principal cuando transitan con la joroba vacía.

Desplazados

. La emergencia en Syunik ha forzado la apertura este año de una sede del Programa de Alimentos de Naciones Unidas en Kapán (sur de Syunik) y otra de Acnur en Goris, la capital regional. Un informe publicado por esta última en febrero estima el número de personas aún desplazadas en el país en torno a los 50.000. Junto a Nagorno Karabaj, la pequeña Syunik se ha convertido en una de las simas geopolíticas más profundas no ya del Cáucaso, sino de toda Eurasia.

«Estamos atravesando el peor momento en la historia de los armenios tras el genocidio», confesaba a GARA Davit Babayán, ministro de Exteriores de Nagorno Karabaj. «Si cae Karabaj luego lo hará Armenia», insistía. Por el momento, las tropas del Ejército armenio se retirarán del enclave en septiembre y los rusos lo harán en 2025, en cumplimiento del compromiso firmado en 2020. Para un armenio, eso sí, mirar al futuro a tres años vista es como asomarse al vacío.