Andoni LUBAKI
GUERRA EN UCRANIA

DIOS APARECIÓ EN UN SOTANO DE LA PROVINCIA DE JERSÓN

Vecinos de Velyka Oleksándrivka sobrevivieron a la ocupación rusa ocultando su identidad o incluso a familiares en sus sótanos. Dios apareció en el sótano de Evgeni a principios de marzo. No hubo ninguna luz celestial, solo la linterna de los soldados rusos de la compañía Wagner que le iluminaba la cara.

Muchos vecinos de Velyka Oleksándrivka se escondieron en sus sótanos al llegar los rusos.
Muchos vecinos de Velyka Oleksándrivka se escondieron en sus sótanos al llegar los rusos. (Andoni LUBAKI)

Evgeni es militar desde los 18 años y durante un permiso del frente de Donbass quedó atrapado en su localidad, Velyka Oleksándrivka, cercana a Jersón. Había participado en varias «acciones antiterroristas» (término con el que se refieren a las operaciones armadas en el este) en el Donbass. Fue condecorado varias veces; por honor en el campo de batalla, por valentía, por servicio y por amor a la patria. Sus medallas son lo más preciado que guarda de una carrera militar que comenzó en la antigua Unión Soviética y que continua hoy.

Durante la ocupación rusa de su pueblo, su casa estaba al otro lado de la calle donde los temidos integrantes de la compañía Wagner instalaron su base. Afirma que por las noches se escuchaban los gritos de las personas torturadas. Escondió todas sus pertenencias militares y también las de su hija en el sótano de la vivienda, construido en la época de Stalin para guarecerse de un posible ataque de Occidente.

Al poco de entrar en la localidad, un batallón checheno llamó a su puerta, abrió y les invitó a pasar con un salam aleikum. Mandó a su esposa mantener una actitud sumisa ante él y ante los soldados. Conoce las costumbres de los musulmanes por los años que pasó de servicio para Moscú en el Cáucaso. Comenzó así, un interrogatorio que duró días. Los soldados rusos buscaban cualquier indicio que demostrara que trabajaba para Ucrania, el enemigo que «habían venido a borrar del mapa», dice con gesto afligido.

Un milagro

Al otro lado de la calle, Sergiy, policía local, era sometido a un interrogatorio en su sótano. Con él fueron más violentos que con Evgeni. Su esposa embarazada de ocho meses esperaba en el piso de arriba, mientras un sargento disparaba por encima de la cabeza de su marido para asustarlo. Querían saber dónde estaban las armas de la Policía Local. No les faltaban armas a los ocupantes, pero querían asegurarse de que nadie cometería una acción violenta desde dentro de la comunidad. Les entregó su arma, pero se lo llevaron con ellos a una base rusa situada a pocos kilómetros. Le obligaron a trabajar para ellos. No tuvo opción y en su último mes de gestación abandonó a su esposa en una casa sin luz ni agua.

Con la ayuda de un vecino taxista, y cuando los ucranianos se aproximaban, Sergiy se escapó y se encerró en su sótano. Ayudó a su mujer en el parto, algo que ya había hecho dos veces al asistir como policía a mujeres en la misma situación, pero en una habitación y no en un sótano. La bebé nació con alguna complicación y su padre tuvo que improvisar sin porder acceder a su vivienda para evitar que los soldados rusos le vieran. La niña se llama Lada y juega con la melena de su madre en el porche de su casa aún por terminar de construir, mientras su padre relata apesadumbrado lo vivido. Sergiy no quiere volver a esa suerte de catacumba en que se convirtió la parte subterránea de su casa. Asegura que fue un milagro.

Evgeni, al otro lado de la calle, sabía de la suerte de su vecino. Pero él tenía otro secreto guardado bajo tierra. El soldado de la Wagner que no sujetaba la linterna le apuntaba con el AK74. El individuo del carnet de identidad no se parecía a él. El de la fotografía era joven, tenía pelo y estaba más grueso. Pensaban que era falso. Cargaron el percutor, le obligaron a arrodillarse con las manos en la nuca. Un tercer hombre, un checheno que se había quedado vigilando a la mujer, se interesó por los gritos. Bajó y le preguntaron si creía que la persona de la foto era la misma que esperaba arrodillada un tiro de gracia.

Se veía más muerto que vivo hasta que el soldado checheno dijo creer que el hombre de la imagen y el que tenían allí, muerto de miedo y rezando por su vida, eran el mismo. Solo entonces le dejaron en paz. Bajaron las armas y se marcharon. Ahora Muestra su cruz y dice no haber visto a Dios, pero sí haber sentido su presencia y protección. Volvió a nacer el día en que, asegura, comprobó la existencia de Dios.