Mikel INSAUSTI
DONOSTIA
CRÍTICA: «VASIL»

¿Qué sabes de Bulgaria y sus habitantes?

Muy poco o más bien nada. Esa sería la respuesta mayoritaria a la pregunta del enunciado. Hoy es el día en que la gente viaja más que nunca, pero lo hace en general por placer, en plan turístico. En el Estado español esa falta de interés por la cultura de los lugares visitados y sus habitantes se vuelve sistémica, por lo que difícilmente se puede tener algún tipo de conexión con la población inmigrante que nos llega, debido a la falta de desconocimiento sobre su vida en los respectivos países de origen. La debutante Avelina Prat pone el dedo en la llaga al señalar que ese desdén por el otro, por el forastero, adquiere matices clasistas en cuanto afecta a la clase burguesa o más rica. La absoluta originalidad de “Vasil” (2022) radica en que no habla de la inmigración de las pateras o de la del salto de la valla, sino de la que nos llega de la Europa del Este con personas de formación universitaria, a la que se mira por encima del hombro simplemente porque no tienen papeles ni una cuenta en el banco, aunque en el fondo nos superen profesional e intelectualamente.

En lo que cuenta Avelina Prat en su ópera-prima hay mucha verdad, debido a que el guion que ha escrito está inspirado en una anécdota sobre acogida domiciliaria de un extranjero que le ocurrió a su padre. También en la propia capacidad actoral de Ivan Barnev, que ha sido capaz de decir sus diálogos en castellano sin saber el idioma. De ahí a convencernos de que es todo un campeón de ajedrez en su país no hay más que un paso.

Se nota que Avelina Prat viene de la arquitectura, por el modo en el que mima las escenas de interiores, las cuales confieren a la película ese tono intimista de costumbrismo de charla relajada, alejada del griterío del cine actual. Un saber hablar en voz baja y pausada, que nos descubre gratamente a un Karra Elejalde diferente, y que consigue dar la réplica perfecta como anfitrión a su especial invitado.