EDITORIALA

Favorecer el marco de la ultraderecha por hacer la pantomima electoral es irresponsable

La polémica en torno al proyecto del Gobierno español de construir en la Clínica Arana de Gasteiz un centro destinado a personas refugiadas es un error. Cómo se ha planteado el proyecto y lo que ha transcendido de él tampoco parece muy acertado, pero la polémica en sí misma no debería haber alcanzado estos niveles de demagogia electoralista. Para empezar, porque contraviene el Pacto Social para la Inmigración que el Gobierno de PNV y PSE presentó como un avance en sus políticas y como un muro contra la ultraderecha.

Si el objetivo de ese plan era articular «un discurso compartido y una imagen de unidad para responder positivamente a los retos migratorios y hacer frente a la demagogia populista», este no es el camino. Según se defendió en su presentación, se trata de acordar «un marco de acogida e integración para la migración en sus diferentes expresiones», todo lo contrario de lo que se ha trasladado a la ciudadanía estos días.

La polémica va contra el espíritu de ese pacto, pero también reniega de muchos de sus párrafos. Por ejemplo, es lo opuesto a las opciones transversales I, III, VI y IX, que hablan de la importancia de la convivencia, la transversalidad, el ámbito local y la colaboración. También contraviene los compromisos específicos de corresponsabilidad, firmeza y cultura de la convivencia que recogen los puntos 1, 2 y 10.

Electoralismo ridículo pero peligroso

Eneko Andueza no debería calificar a sus socios de «xenófobos» con semejante ligereza, con el único objetivo de marcar perfil de cara a las elecciones. Si esto fuese en serio, Iñigo Urkullu y el PNV no aceptarían mantener de socios a un partido que compara su discurso con el de la extrema derecha.

La falta de respeto de la directora del Sistema de Acogida del Gobierno de España, Amapola Blasco, asegurando que «no existe un modelo vasco de acogida» porque no se ha realizado la transferencia y la política migratoria corresponde al Estado, es humillante para las instituciones vascas e insultante para la sociedad civil vasca dedicada a la acogida. Tampoco es ni la primera ni la última salida de tono.

En todo caso, cuando la sociedad vasca sabe a ciencia cierta que PNV y PSE son socios ahora y que lo seguirán siendo después de las elecciones de mayo, las escenas simulando discrepancias y los insultos suponen una sobreactuación que solo logra minar la confianza de la gente en la política. Y esto sí que incentiva a la ultraderecha.

Hasta ahora, la fórmula vasca para no dar aire a la ultraderecha española en las instituciones ha sido bastante exitosa, en parte porque su representación es corta. Se cumple con los mínimos legales que le garantizan sus cargos, no se da pábulo a sus mentiras ni se confronta en base a sus marcos, ni se llega a acuerdos con sus representantes. Si tuviesen más representación o más fuerza social habría que revaluar esta estrategia, pero hasta el momento sirve como muro de contención. Si se hacen políticas públicas buenas, el antídoto funciona mucho mejor.

Lo sucedido en Gasteiz con el discurso -este sí, xenófobo- del PP, demuestra que no dejarles margen funciona. Aunque sea inconscientemente, favorecer el marco de la ultraderecha es una irresponsabilidad.

Y, ¿qué decir de Arana?

La sociedad civil vasca que lleva años dedicada a la acogida de migrantes y a la defensa de los derechos humanos, con Zehar a la cabeza, no ve positivo este modelo de macrocentros y tiene alternativas.

No hay mucho más que añadir. Que se pongan los recursos necesarios para implementar esas alternativas y que se inviertan en base a las prioridades y las capacidades del país. Y poco más. Bueno, sí, que imperen el respeto y la solidaridad.