Mikel OTERO y Pello OTXANDIANO
EH Bildu
GAURKOA

Transición energética: ¿para qué y cómo?

Josu Jon Imaz representa a la perfección los intereses del poder corporativo transnacional en general y el de la industria fosilista en particular. Sus últimas diatribas contra el modelo de transición energética europeo le ha llevado a decir que Europa ha fracasado porque los y las ciudadanas son incapaces de pagar las facturas, presentando a Estados Unidos como modelo por su neutralidad tecnológica (igualdad de oportunidades entre tecnologías), mientras obvia el incómodo dato de que EEUU duplica las emisiones per cápita de CO2 de Europa. Conviene no olvidar que, tras su halo de experto, quien habla es el CEO de Repsol y que su negocio sigue basándose en extraer, refinar y vendernos combustibles fósiles. Y tal y como hemos podido comprobar en las últimas conferencias del clima (COP), el sector fosilista está lastrando el cómo, el cuándo y el para qué de una transición energética que haga frente al caos climático.

No nos vamos a alargar en el diagnóstico porque es sobradamente conocido: la mejor ciencia disponible indica que si no reducimos las emisiones en un 45% para 2030 (respecto a 1990), más pronto que tarde superaremos el umbral de seguridad de 1,5ºC de calentamiento global. ¿Y cómo está Euskal Herria en este contexto histórico? Emitiendo CO2 muy por encima del promedio mundial y quemando mucha energía fósil importada, que es la principal causa de la emergencia climática. Dicho de otro modo, Euskal Herria tiene una vulnerabilidad estratégica en términos energéticos, ya que nuestro modelo de bienestar y productivo se basa peligrosamente en un consumo energético desproporcionado (que dobla la media mundial), en su mayoría importado (86%) y abrumadoramente fósil (80%).

Con estos datos en la mano, una metamorfosis energética es imperiosa. El debate no es, por tanto, si hay que hacer la transición, sino cómo se hará y a quién beneficiará. Si queremos responder al reto en toda su magnitud, necesitamos una estrategia de dos patas: la contracción del consumo energético y la expansión de las energías renovables deben ir de la mano. Y eso nos obliga, inevitablemente, a tomar la senda de la transformación ecosocial.

Sin embargo, las inercias del modelo de desarrollo que nos ha traído hasta hoy son muy fuertes. El retardado plan territorial de energía renovable (PTS) de la Comunidad Autónoma Vasca es un buen ejemplo. Aún en redacción, su documento base toma como referencia unas estrategias climático-energéticas obsoletas, con objetivos a 2050 del 40% de renovables y reducciones de emisiones del 60% respecto al año 1990, mientras Europa legisla y planifica para que las emisiones se reduzcan en un 90% y que, en consecuencia, el sistema energético sea renovable prácticamente en su totalidad.

¿Y cómo es posible que un PTS que propone decenas de ubicaciones para centrales eólicas en la CAPV solo prevea un desarrollo renovable del 40% y una reducción tan insuficiente de emisiones? Porque la estrategia energética en la que se basa prevé el aumento del consumo energético en todos los sectores, junto con el aumento de la demanda de gas natural y petróleo, al igual que la importación de la electricidad. El eslogan que subyace es: renovables sí, fósiles también. Es decir, la estrategia energética en la que se basa este PTS no tiene como objetivo la descarbonización de la economía vasca, sino que se enmarca en los parámetros denominados business as usual en el debate climático, lejos del acuerdo climático de París. Sencillamente, no se puede llegar a esos objetivos sin relegar los combustibles fósiles y planificar una reducción importante del consumo.

Pero tan cierto como que hay que ir abandonando los fósiles y hay que reducir consumos es que no alcanzaremos objetivos climático-energéticos ambiciosos sin un despliegue importante de energías renovables que aproveche diferentes escalas y tecnologías. De hecho, analizando con rigor nuestros consumos, nuestra dependencia del exterior, el peso de los fósiles, y el potencial renovable, podemos afirmar que, aun con toda la contracción del consumo imaginable que no falte al realismo político (alrededor de un 50% según las planificaciones más ambiciosas), el autoconsumo y la generación distribuida no alcanza ni de lejos si queremos adquirir un grado significativo de autosuficiencia energética como pueblo. Y una cuota importante de autosuficiencia energética es una cuestión central tanto para reducir nuestra vulnerabilidad en un contexto de incertidumbre energética como para su control democrático.

Así que energías renovables en diferentes escalas sí, pero ¿para qué y cómo? Respondamos a esta pregunta haciendo frente al reto en toda su complejidad. La izquierda no puede eludir esa responsabilidad, conscientes de que no hay soluciones de impacto cero. Esta es nuestra respuesta: de forma ordenada y democrática, al servicio de la transformación ecosocial. Eso es precisamente lo que hay que disputar.

¿Qué propone EH Bildu? En definitiva, hagamos un ejercicio colectivo, un ejercicio de país, tanto a nivel local, comarcal como nacional, respondiendo a la siguiente pregunta: ¿Qué modelo de bienestar queremos para nosotros y nosotras y las generaciones futuras? ¿Qué entra y qué queda fuera? Y hagamos la cuenta energética: ¿cuántos MWh necesitamos generar? Y, a continuación, hagamos un contrato social: luchemos para que esa energía que necesitamos sea renovable y se despliegue de forma democrática y ordenada (cuidando el territorio y las personas), mientras luchamos por toda la contracción necesaria para no superar ese nivel de consumo.

Y para ello hace falta todo un programa ecosocial que, entre otras cosas, luche por desactivar las palancas de las que dispone Josu Jon Imaz, abandonando los combustibles fósiles y desplegando democráticamente las energías renovables, embridando así el poder corporativo de las transnacionales.