La guerra de los imperios
No se trata de una película de ficción, sino de una realidad histórica y actual que se inicia durante la prehistoria en Mesopotamia (s. XXIV a.c.) cuando los acadios invadieron ciudades-estado sumerias e impusieron el primer imperio que los dominó y sometió. Desde entonces el proceso de relación política entre pueblos ha sido una permanente lucha por la hegemonía de unos sobre otros. El mito del imperialismo se ha ido afianzando y su ideología de dominación ha ido adquiriendo diversas formas de sometimiento político, económico, cultural, territorial, religioso. El colonialismo, como forma de imperialismo, ha suprimido o convertido en satélites a otros pueblos explotando sus riquezas para beneficio económico de la metrópoli, anulando su identidad y soberanía, también su cultura en todas sus manifestaciones llegando a reducir a las personas a la esclavitud.
El mito imperial que ha recorrido parte de la prehistoria y de toda la historia de la humanidad continúa despóticamente activo con características muy específicas. Su denominador común hoy es el desarrollo del capitalismo en sus diferentes fases liberales y neoliberales. Actualmente, en un mundo globalizado, el imperialismo equivale a control y posesión del capital y, por tanto, de la operatividad de sus finanzas de cuyos movimientos depende la dinámica mundial. El país con mayor capacidad de acumulación de beneficios, a costa de los demás, ostentará el imperio. Para ello recurrirá todo tipo de medios siempre violentos: invasiones, ocupaciones, extractivismos, apropiaciones, deudas financieras y, sobre todo, guerras en sus diversas formas y medios, también, por supuesto, culturales, cibernéticos, informativos…
Sin duda, la estrategia básica se concentra en el poder armamentístico. Un país mide su dominio imperial por su capacidad de ataque y defensa armados. Son la clave de su hegemonía colonizadora para imponer su orden, sus mitos, sus dioses, sus intereses, sobre toda justicia social y derechos de personas y pueblos. Se entiende entonces que el país más poderoso de la tierra (USA, por ahora) desarrolle el mayor arsenal armamentístico; por ejemplo entre los años 1776-2019, llevó a cabo cuatrocientas intervenciones en todo el mundo: un 34% de ellas en América Latina y el Caribe; un 23% en el Asia Oriental y el Pacífico; un 14% en Medio Oriente y África del Norte y el 13% en Europa; su presupuesto militar anual supera los 700.000 millones de dólares o sea, un 40% del total mundial.
Desde esta perspectiva se explica la misma guerra de Ucrania que es la parte visible de un enorme iceberg cuyo fondo son los intereses hegemónicos de los países más poderosos de la tierra -USA, China, UE, Rusia- movidos por el mito del imperialismo. Esa ideología imperialista es la que mantiene una guerra que, sin embargo, podría resolverse con el diálogo político y la negociación, que ahora parece proponer China en la calculada visita de su presidente a Rusia.
Y lo mismo podría decirse de otras guerras y, en especial, de las que hoy causan más muertes, como son la guerra económica y la escalada armamentística, cuya consecuencia es el hambre de más de 800 millones de personas, para cuya solución bastaría invertir en su solución el gasto mundial de armas (un solo día de gasto militar sacaría del hambre a 32 millones de personas).
Imperialismo y capitalismo, por tanto, van hoy de la mano y son el campo de batalla donde se libra una guerra decisiva para el porvenir de la humanidad. Pero así como la guerra de Ucrania no se resuelve enviando armas -que es enviar leña para apagar el fuego- tampoco la paz mundial se logra con la carrera armamentística y su ingente inversión económica (2.000 billones en el pasado año); menos aún, por supuesto, con un desarrollo económico dentro de un sistema «injusto en su raíz y que mata», como denunció el papa Francisco.
El desafío es de amplitud universal, de envergadura mundial y de profunda densidad ecohumana. Es necesario, por tanto, ir al fondo del problema y a sus causas generadoras que radican en las convicciones y en las mentes y en ellas en los mitos que generan la crisis mundial y hoy se concretan en el imperialismo y capitalismo colonizadores, racistas y patriarcales. Y los mitos no se vencen con armas, sino con otros mitos que inspiren y alienten convicciones éticas personales y colectivas.
El pueblo vasco ha subsistido como tal por sus referencias míticas centradas y expresadas en el concepto simbólico de Euskal Herria como realidad colectiva humana con su propia identidad, cultura propia, su lengua, su tradición y memoria históricas, sus valores relacionales y comunales. Sus crisis han sido causadas por la invasión de mitos colonizadores y debilitamiento de sus convicciones. Hoy afronta también el desafío que proviene del imperialismo capitalista que se filtra en sus opciones políticas dominantes, relaciones sociales y cultura.
En un mundo globalizado, estos desafíos y luchas son solidarios entre los pueblos ante una disyuntiva crucial de dos orientaciones decisivas para el futuro de la humanidad: una es la impuesta por la globalización neoliberal colonizadora y la guerra de los imperios que conducen al sometimiento; la otra propone y practica una nueva mundialización desde la justicia, la solidaridad, el cuidado la tierra, los derechos humanos individuales y colectivos. Es el mito de la nueva humanidad que desde Euskal Herria va avanzando en la conciencia popular y relaciones sociales como lo promueven, entre otras muchas iniciativas, «Gerra eta denbora», «Herritarrok gerraren aurka». Se realiza en las luchas de cada día desde el diálogo, en auzolan, en comunicación crítica y creatividad compartida. Se descubre, junto a otros pueblos, en las raíces, semilla de su identidad sepultadas por los poderosos mitos colonizadores de la guerra de los imperios.
Aquella semilla no ha desaparecido; está enterrada en la conciencia de los pueblos. Sigue viva. Sentir su latido y su energía no significa volver a un pasado añorado, sino ayudar a que fructifique como germen de una nueva civilización, de una nueva humanidad desde cada pueblo, desde Euskal Herria.