Carlos GIL ZAMORA
Analista cultural

El mayor de los abismos

Los síntomas de una grave enfermedad se detectan en los más pequeños detalles. Así que, si un productor promociona una obra de un dramaturgo académico de la lengua diciendo, “es una función amable, luminosa, divertiday profunda, pero sin entrar en abismos intelectuales”, tenemos un problema diagnóstico. Todos los adjetivos encadenados son bastante material publicitario como para no necesitar rematar con un pero. Ese “sin entrar en abismos intelectuales”, es un abismo de futilidad, de mercantilismo, de convertir esa función en algo de consumo sin aditamentos intelectuales, es decir, comida rápida, de mercado, esa manía neoliberal de purgar de cualquier referencia donde quepa el pensamiento más allá del entretenimiento, la banalidad. Y ahí reside una de las graves tendencias en ciertos centros de producción, distribución y exhibición, convertir el teatro en un sitio donde las risas prevalezcan, que todo sea un gran espectáculo de la nada, como se manifestó de manera fehaciente en esa maldita gala de esos sospechosos Premios Talía y se intentó perpetuar esa idea de un arte de élites, cuando las artes escénicas pueden ser todo, pero siempre lo más cercano a las clases populares debido a que siempre contiene algo más que divertimento barato.