EDITORIALA

Un momento histórico para elegir bien acuerdos y pugnas, de cara a avanzar en la emancipación

Para la mayoría de la sociedad vasca el Aberri Eguna es un día de fiesta, de reivindicación y, en cierta medida, de introspección. Hoy es un día especial para todas las personas y los proyectos que tienen un vínculo serio con Euskal Herria, con su cultura, con sus territorios y con las personas que los habitan.

Claro que no todas ellas piensan igual respecto a la nación vasca. No comparten genealogías ni ambiciones, pero tienen un sentimiento de solidaridad mutua que no excluye otros afectos ni disciplinas. Abertzales, nacionalistas, demócratas, internacionalistas, defensores de la pluralidad… comparten la preocupación por el país y su ciudadanía, y la voluntad de aportar a su avance político, cultural y social.

Las lentejuelas brillan demasiado

Menospreciar la relevancia histórica y el carácter emancipador de la lucha nacional vasca es de obtusos y ventajistas. A nadie engañan los hippies con bonos del estado, los cosmopolítas con pasaporte o los apátridas con banderas de conveniencia. Solo quienes tienen garantizada la primacía de sus sentimientos nacionales y el supremacismo de su proyecto político se pueden permitir ridiculizar el sentimiento de pertenencia a la patria vasca y despreciar los proyectos emancipatorios que demandan un Estado vasco.

En días como hoy, algunos se ponen especialmente cínicos e irrespetuosos. Pretenden dar lecciones, pero olvidan principios básicos. Desde un punto de vista democrático, las preguntas son tan sencillas como previsibles las respuestas: ¿por qué una parte de la ciudadanía vasca tiene garantizado constitucionalmente su proyecto político, mientras que otra parte lo tiene vetado, siendo ambos pacíficos y democráticos? ¿Por qué una minoría puede imponer su proyecto mientras una mayoría no puede llevar a cabo el suyo? ¿Cómo explican que el conflicto vasco solo lo era por la violencia, pero que el fin de esa violencia no haya levantado el veto a la independencia?

En el fondo, las posturas de los fundamentalistas españoles y franceses se basan en el privilegio.

La lucha por la liberación nacional y social

No obstante, Euskal Herria no puede subsistir gracias a las miserias de los estados español y francés. El siglo avanza con retos y riesgos inmensos: la emergencia climática, la impugnación retrógrada a la igualdad y a la pluralidad, la disrupción tecnológica… La velocidad de los cambios es, además, vertiginosa.

En los debates sobre el país, las inercias y un capital menguante, el riesgo de decadencia y obsolescencia, una mezcla de cansancio y escapismo, los sesgos y las brechas… son temas recurrentes. Hay un punto de frustración nostálgica, quizás, pero es cierto que los relevos no terminan de liderar ni establecen esas nuevas prácticas adaptadas a los tiempos. Hacen falta compromisos, voluntad de poder y deseo transformador, un ritmo y credibilidad.

Iniciativas como Euskal Herria Batera indican que el impulso de construcción nacional perdura. Las fuerzas democráticas, progresistas y emancipadoras vascas deben articular un proyecto de mayorías para todo el país, que enarbole los valores de la libertad, la justicia y la igualdad, y que funcione bajo el principio rector «todos los derechos para todas las personas». De este eje se derivan soluciones para temas tan vitales como la migración o la educación.

Esas fuerzas deben ser capaces de confrontar y pactar, acertando en qué discrepar y en qué acordar. ¿Que es ciclo electoral y eso lo dificulta todo? Una lástima. Pero estar al servicio del país implica estar a la altura de los retos que tiene la ciudadanía en cada momento histórico, haya comicios, guerra o calma chicha. La dimensión de los retos que afronta la nación vasca hoy es generacional y civilizatoria.