Hace unos meses celebramos sus 80 y mis 60 con un grupo de amigos, compañeros del Taller de Escritura que tengo el placer de conducir. Comimos, bebimos y charlamos, y aun bebimos, en una de esas sobremesas que son lo más parecido a la felicidad. Santos nació en un pueblo de Burgos desde el que sus padres emigraron a Barakaldo; escribe a veces sobre su infancia y adolescencia en la Lutxana prodigiosa de los 40 y 50. Joven trabajador de los Altos Hornos y después profesor de Filosofía en los bullentes institutos de los 70 y 80, y en los burocratizados y reformadísimos de después. Santos sigue siendo un entusiasta sereno, un tipo con el deseo de conocimiento como forma de estar en el mundo. De su curiosidad preocupada por la avalancha tecnológica salió el ensayo “Del candil a la inteligencia artificial”. Ahora está escribiendo sobre la Educación y sus retos: la toma tecnológica del alumno y del aula; la urgencia de que el aprendizaje científico vaya acompañado de la educación ética, filosófica, humanística; la pleitesía de los programas a los intereses de los poderes económicos… «Toda relación educativa solo puede ser bidireccional, un toma y daca. Reclamo el valor de una relación pedagógica maestro-alumno fundamentada en el agradecimiento». Frente a los oropeles de la cháchara digital y las fórmulas algorítmicas, el vínculo personal, la comunicación real del agradecimiento. Gracias, maestro Santos.