Josu MONTERO
Escritor y crítico literario

Encantamientos

Los viernes riego las plantas del descansillo de mi cuarto piso y del que hay entre el tercero y el cuarto; en total, ocho macetas grandes. A mí las plantas no se me dan nada bien, pero estas están espléndidas; las plantó y las cuidaba la señora Juana. Cuando vine a vivir aquí, ella ya era anciana y casi ciega; aunque vivía sola, y en el cuarto piso, bajaba a la calle agarrándose con ambas manos a la barandilla, despacito, a tomar el sol. A pesar de que llevaba viviendo en esta calle obrera de Barakaldo más de 60 años, aún conservaba un cantarín acento andaluz.

Murió hace unos cuantos años y desde entonces cuido yo las plantas. Cada viernes me acuerdo de Juana. Las plantas de los demás descansillos son de plástico. En la parte de arriba de mi calle, en un triste y mínimo parterre junto al cemento de un paseo peatonal, crece un hermoso granado. Hace años, cuando me vio que observaba con curiosidad el árbol desconocido, un anciano paseante me contó que se trataba de un granado y que lo había plantado un nostálgico vecino extremeño ya fallecido. Cada vez que salgo de casa o regreso a ella paso junto al granado. Alguien escribió que una biblioteca es algo así como un espacio mágico en el que están encantados algunos de los mejores espíritus de la humanidad, que nos esperan para salir de su mudez. Pero es preciso también prestar cervantina atención a otros encantamientos y prodigios que nos tienden la mano en nuestra despistadísima y alienada cotidianidad.