Dabid LAZKANOITURBURU

Biden, segundas partes

Pese a que se daba por descontada desde hace tiempo, la confirmación por parte del inquilino de la Casa Blanca de que aspira a la reelección presidencial sigue sin despejar incógnitas y plantea algunos problemas estructurales, cuando no existenciales, en el devenir de la todavía primera potencia mundial.

Los demócratas, aun conscientes de que dos tercios del electorado no oculta su preocupación por que un octogenario siga seis años más en el poder, y de que su popularidad es más que discreta (42%), han llegado a la conclusión de que Biden es el candidato con más posibilidades de volver a vencer a Trump.

Las elecciones de medio mandato, en las que, lejos de sufrir la marea «roja» que pronosticaban los republicanos, mantuvieron la mayoría en el Senado, han reforzado esa idea.

El magnate tiene un electorado fiel del 35%, pero un 45% no quiere verle ni en pintura. Sus cálculos son que les basta con movilizar a un 10% indeciso para repetir victoria, incluso con más abstención y hartazgo por la reedición del duelo Biden-Trump.

Pero ¿y si este, acosado judicialmente, y temido, más que respetado, por la élite política republicana, no se presentara finalmente? La campaña demócrata debería dar un viraje para el que no está claro que el veterano presidente tendría suficiente cintura.

Sus defensores sostienen que Biden, por el color de su piel, su origen (irlandés de Delaware) y su experiencia pausada, es atractivo para los votantes «centristas e independientes» que, es el manido tótem de los análisis políticos estadounidenses, podrían volver a inclinar la balanza.

Es ahí, en la presunta virtualidad política del que fuera vicepresidente de Obama, donde nos topamos con el segundo enigma. ¿Cuál será el futuro de la vicepresidenta, Kamala Harris, que volverá a completar el cartel electoral?

¿Qué ha pasado para que la que fuera fiscal general de ¡California!, a quien se señalaba como sucesora natural, y prematura, del veterano Biden, no haya despuntado en dos años y medio de mandato? Ha cometido errores, pero el establishment demócrata no estaba desde un principio por arriesgar con una candidata mujer, negra y asiática.

Llegamos así al nudo gordiano. La élite demócrata sostiene que no hay alternativa a Biden. Pero a la vez recela de promocionarla y de abrirse a nuevas políticas, arriesgadas, por supuesto, pero que podrían airear y regenerar un espacio asfixiante y promover nuevas figuras.

Biden puede ser idóneo para tumbar a Trump. Pero el reto pasa por articular una alternativa a los cantos de sirena ultras que la derecha abona en un terreno complejo y lleno de incertidumbres como el mundo actual (China, emergencia climática, crisis económica larvada, Ucrania...). Lo demás es ganar tiempo, o perderlo. Y nunca segundas, incluso terceras partes, fueron buenas.