Iker BIZKARGUENAGA

El insólito viaje del Arriaga a Bertendona

Nacido en plena campaña de unas elecciones municipales, forales y autonómicas, el del 15M fue un movimiento determinante en la vida política y social del Estado, sin el cual muchas de las cosas ocurridas en los últimos años no tendrían explicación. Aquel fue también el origen de un partido, Podemos, que sacudió el tablero y que en Hego Euskal Herria llegó a ser el más votado. Sin embargo, entró en una espiral autodestructiva y, en la CAV, lleva varios meses en una deriva que es difícil de interpretar.

Una de las concentraciones celebrada en la plaza del Arriaga durante la campaña electoral de mayo de 2011.
Una de las concentraciones celebrada en la plaza del Arriaga durante la campaña electoral de mayo de 2011. (Jon HERNÁEZ | FOKU)

Aunque la efeméride ha pasado bastante desapercibida, el lunes se cumplieron doce años del 15 de mayo de 2011, fecha que dio nombre al Movimiento 15M. Aquel fenómeno, surgido al calor del enorme descontento que había ido acumulándose desde el estallido de la crisis financiera de 2007, fue capaz de activar a amplias capas de la sociedad que hasta entonces habían permanecido silentes, apáticas, y reenganchar a gente que llevaba tiempo hastiada de la política convencional.

Aquel seísmo no fue exclusivo del Estado español, hubo réplicas en otros puntos del globo, pero desde el epicentro de la Puerta del Sol provocó uno de los momentos más electrizantes desde la transi- ción posfranquista, y lo acontecido estos años no se entendería sin lo que pasó entonces.

En Euskal Herria, si bien en plazas como la del Arriaga hubo concentraciones con importante asistencia, el eco de aquellas primeras movilizaciones fue menor que en otros lugares del Estado, sobre todo porque aquí ya había un movimiento asentado que hacía una enmienda a la totalidad al sistema. En este país el momento clave de aquella primavera se produjo en el Arenal de Bilbo, cuando pasada la medianoche el Tribunal Constitucional dio luz verde a las candidaturas de Bildu. Y es que todo ocurrió en plena campaña de unas elecciones municipales y forales como las de ahora.

LA «NUEVA POLÍTICA»

Aquellos comicios fueron los del tsunami de Bildu, que superó todas las expectativas, sobre todo las ajenas. Sin embargo, igual que en el conjunto del Estado, la semilla del 15M no tardaría en germinar en las urnas vascas.

“No somos ningún partido político”, advertían algunas pancartas confeccionadas en aquellas improvisadas acampadas. Sin embargo, una nueva formación tuvo el acierto de aglutinar a buena parte de aquella multitud tan diversa.

Podemos nació en 2014, con Pablo Iglesias Turrión como secretario general y el ánimo de pegarle una patada al tablero. Su primer reto electoral fueron las europeas de ese año, y sus resultados fueron un aldabonazo. Con el 8% de los votos en el Estado y cinco escaños, dejaron claro que no estaban de paso. Al contrario, el crecimiento en apoyos que experimentó el partido morado en poco tiempo fue insólito; todo el mundo hablaba de Podemos y casi todo el mundo hablaba bien de Podemos. Estaban en la cresta de la ola, había nacido la «nueva política».

Las municipales de 2015, en las que listas apoyadas por ese partido se hicieron con Madrid y Barcelona, les permitieron mostrar todo su potencial, que confirmaron en los comicios estatales del mismo año.

Aquello fue un bombazo. En el Estado, con Podemos mirando de tú a tú al PSOE y al PP, y en Hego Euskal Herria, donde se alzó como primera fuerza pulverizando registros.

En la repetición de esos comicios, en 2016, las cifras absolutas fueron todavía mejores, pero al sur del Ebro el viento cambió de dirección. Pese a la coalición con IU no hubo sorpasso al PSOE, ciertas expectativas quedaron frustradas y, quizá por ello, comenzó a librarse una pelea fratricida que asombró a propios y extraños.

Ahí empezó a declinar una fuerza que había nacido con la promesa de representar a «los de abajo» frente a «los de arriba» y que acabó engullida en una espiral autodestructiva, víctima de la peor tradición de la izquierda, el cainismo.

El resto ya es historia. Lo ocurrido en ese espacio sociopolítico es conocido y era previsible desde el momento en que Iglesias e Iñigo Errejón decidieron protagonizar un cuadro de Goya. Lo que pocos podrían haber imaginado es la evolución de su filial en la CAV.

Una fuerza que ha pasado de sumar 335.740 votos (29,28%) en las elecciones estatales de 2016 a 72.113 (8,05%) en las autonómicas de 2020, se entiende, en una estrategia defensiva y para marcar perfil, el abuso del superlativo y del trazo grueso, como en el debate sobre la Ley de Educación.

Pero declaraciones como las realizadas en torno al Herri Urrats, citadas ayer en estas páginas por Maite Ubiria, u otras de igual tenor que podrían haber firmado Ciudadanos o la extinta UPyD, llevan a preguntarse cuál es el nicho electoral al que aspiran a acceder ahora. ¿El de los profesores que en 2005 se encerraron en Bertendona para protestar porque se les exigía un conocimiento mínimo de euskara?

Entre el Arriaga y ese instituto no hay ni un kilómetro de distancia; para hacer ese viaje no hacían falta tantas alforjas.

Aunque seguramente quienes en 2011 se plantaron en la plaza con la ilusión como único equipaje hoy estarán alucinando, como todo el mundo.